ANGUSTIA Y ANSIEDAD
ANGUSTIA Y ANSIEDAD
La angustia es el afecto por excelencia. Ha sido estudiada por la filosofía, la teología y las ciencias del hombre en general. Fue a comienzos del siglo XX, con la producción de la Teoría del Inconsciente de Sigmund Freud, cuando se pudo establecer una etiología y un tratamiento posibles. Todo síntoma posee -como los actos fallidos y los sueños – un sentido propio y una íntima relación con la vida íntima de las personas, pero a ese conocimiento sólo podemos llegar a través de la interpretación psicoanalítica.
Hablamos de ansiedad cuando el malestar o displacer psíquico se siente sólo en el psiquismo, no tiene trastornos corporales. El sujeto presenta una mala tolerancia de la incertidumbre y la espera. La mayoría de las veces el ansioso prefiere concluir rápidamente las cosas para no sentir ansiedad, o directamente no iniciarlas. Es como una actitud vital, un cierto apuro por vivir, como si se fuera a acabar la vida rápido, a veces es más insoportable a veces que la angustia.
La ansiedad y la angustia se producen por los mismos mecanismos psicológicos y en ambos no hay objeto exterior que las justifique. No tenemos que buscar en la realidad ninguna situación provocadora del estado ansioso del paciente, ya que tenemos que partir de la diferenciación entre realidad y realidad psíquica. El paciente sabe, pero no sabe.
La angustia se manifiesta por síntomas corporales que a veces se dan juntos o por separado: opresión precordial, alteración del ritmo respiratorio o del ritmo circulatorio, sensación de ahogo, mareo. El paciente muestra un estado de excitabilidad general y sensibilidad ante los estímulos auditivos. La espera angustiosa es común como si estuviera esperando siempre una mala noticia, una visión pesimista de las cosas. También puede darse como ataques de angustia, con síntomas tan varios como: perturbaciones de la actividad cardíaca, perturbaciones de la respiración, ataques de sudor, temblores, convulsiones, ataques de bulimia, vértigos, diarreas. Es como si el sujeto no tolerara pensar, o elaborar psíquicamente, aquellos estímulos que su propio cuerpo produce, tales como los estímulos de su sexualidad. Al producirse cualquier tipo de excitación orgánica, el sujeto, en lugar de elaborarlo tanto física como anímicamente, lo elabora solamente con el cuerpo.
En nuestro caso, el paciente acude a consulta con síntomas de alteración, pensamientos negativos frente a sus seres queridos, miedo, sensaciones de ahogo y taquicardia que le provocan el temor a morirse. La angustia es señal de un peligro, un deseo inconsciente que el sujeto no puede elaborar psíquicamente. Toda situación de peligro provoca en la vida anímica un estado de gran excitación, que es sentido como displacer y que el sujeto no puede dominar. Pero qué le inspira temor, lo que le inspira el temor es la propia libido. De un peligro exterior puede uno huir, pero no se puede huir de los propios deseos.
El neurótico se diferencia de la persona normal en el hecho de intensificar exageradamente sus reacciones. Aquello que es un deseo normal para el niño y que luego tiene que hacerse inconsciente, permanece e impide su sustitución por otros deseos y situaciones actuales. La sexualidad infantil por la sexualidad del adulto. La familia por el mundo. Ser hijo por ser padre. El sujeto nunca abandona lo que una vez lo hizo gozar.
El peligro del desamparo, a la pérdida de amor o una excesiva conciencia moral responden a distintas fases del desarrollo que generan angustia. Hay que decir que muchos hombres no consiguen superar el miedo a la pérdida del amor, no se hacen nunca independientes del amor de los demás y continúan en este aspecto su conducta infantil.
La angustia la observamos en tres circunstancias:
Como angustia general. En las fobias, donde el sujeto teme algo, un objeto o situación, aunque reconocemos que el temor es exagerado y la angustia propia de la histeria y otras formas de neurosis que acompaña a los síntomas.
Julián, que desea alejarse de los padres y forjar su propia vida, no puede, eligiendo la misma carrera que su padre, comparándose continuamente con él y manteniendo una íntima relación con la madre. Su dificultad para la toma de decisiones propias y llevarlas adelante y un miedo a decepcionar a los demás, sobre todo a su padre, hablan de una infantilización de su sexualidad.
Para entender la angustia hay que aceptar que el sujeto psíquico no viene hecho, su sexualidad se constituye durante los primeros años de su vida. El Edipo siempre es una relación triangular, una relación con el otro con la presencia de un testigo, como mínimo, no hay constitución del Yo sin el otro. Lo que interrumpe el placer, la tranquilidad, es la sexualidad, porque la sexualidad es aquello que nos trae la mortalidad. Sexual quiere decir siempre con el otro, una cadena.
Sumido en su relación imaginaria, el sujeto vive acosado por pasiones que desconoce pero que están marcadas por el sello del Complejo de Edipo. La función sexual no es ni puramente psíquica ni puramente somática, sino que ejerce a la vez su influencia sobre la vida anímica y sobre la vida corporal.
El curso del tratamiento lleva al sujeto de la posición hijo y objeto, a plantearse la de padre y sujeto de los deseos. El ideal de psicoanálisis del paciente no será el completo dominio de sí mismo, la ausencia de pasión, sino hacerle capaz de sostener una conversación a tiempo. Aprender a conocer qué es lo que le angustia le ayudará a comprender algunas de sus reacciones y le permitirá aceptar cierto grado de incertidumbre.
Él puede comenzar a ser un hombre y producir su propia vida sólo si puede interrumpir esa forma de gozar, si puede transformar su posición psíquica. El psicoanálisis está especialmente indicado para este tipo de pacientes, pues su cometido es hacer que el sujeto tenga acceso a la palabra, a la elaboración simbólica, es decir, que el sujeto hable con otra cosa que no sea su cuerpo, alcanzando una elaboración psíquica de aquello que por ahora sólo discurre a nivel somático. En definitiva, para que aprenda a gozar de otra manera. Sólo si acepto la muerte es que puedo empezar a vivir. La angustia es aquella señal donde vuelvo a ser ese niño.
Con la angustia no vamos a acabar, acompañará al sujeto durante toda su vida. El neurótico se diferencia entonces del sujeto normal en el hecho de intensificar exageradamente sus reacciones a los deseos. Lo que cura al paciente es que haya alguien que esté escuchando atentamente lo que le sucede, alguien que piense su crecimiento. Cuando interviene el psicoanalista, comienza el psicoanálisis, pero la cura ya comenzó antes.
Ateneo de clínica psicoanalítica
12 de septiembre de 2015