Culpa y necesidad de castigo en la salud

Culpa y necesidad de castigo en la salud

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La culpa es algo inherente a lo humano, forma parte de nuestra constitución como deseantes, habita en nosotros como un sentimiento más y en muchas ocasiones dirige nuestros actos.

Un sujeto puede sentirse agobiado por un sentimiento de culpabilidad que sólo encontraríamos justificado en un asesino varias veces reincidente, y haber sido siempre, sin embargo, el hombre más respetuoso y escrupuloso para con sus semejantes, lo que nos muestra que la culpa no tiene relación con faltas reales, se funda en intenciones inconscientes y permanece inconsciente.

 Pero entonces, ¿de qué nos sentimos culpables?

Una escena que podemos observar con cierta frecuencia en la infancia nos puede mostrar el camino: un niño al cual se le reprocha una falta niega resueltamente la culpa, pero al mismo tiempo llora como un pecador convicto. Podríamos pensar, quizá, que el niño miente al asegurar su inocencia, pero el caso puede ser muy otro. El niño no ha cometido la falta que se le atribuye; pero sí, en cambio, otra que ignoramos y de la que, evidentemente no le inculpamos. Niega, pues, su culpabilidad -en cuanto a la una- pero, al mismo tiempo, delata su sentimiento de culpabilidad por la otra.

La culpa puede proceder, evidentemente, de un acto de violencia efectivamente realizado, pero también puede proceder de uno simplemente fantaseado.

El sentimiento de culpabilidad es la expresión del conflicto de ambivalencia, la eterna lucha entre el Eros y el instinto de destrucción o de muerte.

La ética del castigo que nos rodea — Cuaderno de Cultura Científica

El niño pequeño es amoral, no posee inhibición alguna interior de sus impulsos tendentes al placer. El papel que luego toma a su cargo el super-yo es desempeñado primero por un poder exterior, por la autoridad de los padres. La influencia de los padres gobierna al niño con el otorgamiento de pruebas de cariño y la amenaza de castigos que indican al niño una pérdida de amor y son, además, temibles de por sí. Esta angustia real es el antecedente de la ulterior angustia a la conciencia; mientras reina no hay por qué hablar de super-yo ni de conciencia moral.

En el Complejo de Edipo la inhibición exterior es internalizada, siendo sustituida la instancia parental por el super-yo, el cual vigila, dirige y amenaza al yo exactamente como antes los padres al niño.

El super-yo parece haber llevado a cabo una selección unilateral, arrogándose tan sólo la dureza y el rigor de los padres, su función prohibitiva y punitiva, mientras que su amoroso cuidado no parece encontrar en él acogida ni continuación.

También lo dice Freud en Compendio del Psicoanálisis: La «necesidad de estar enfermo» o «necesidad de sufrimiento»; responden a distintos orígenes, aunque por lo demás sean de índole similar. El primero de estos dos factores es el sentimiento de culpabilidad o la consciencia de culpabilidad, como también se lo llama, pasando por alto el hecho de que el enfermo no lo siente ni se percata de él. Se trata de la contribución aportada a la resistencia por un super-yo que se ha tornado particularmente severo y cruel. El individuo no ha de curar, sino que seguirá enfermo, pues no merece nada mejor.

 Este sentimiento de culpabilidad explica también la ocasional curación o mejoría de graves neurosis bajo el influjo de desgracias reales; en efecto, se trata tan sólo de que uno esté sufriendo, no importa de qué manera.

En los delincuentes por sentimiento de culpabilidad, aquellos que el sentimiento de culpa, es tan insistente, doloroso y amplio, que cometen un acto delictivo para ser culpados por algo puntual, y aliviar esa culpa dolorosa y difusa, y así, expiar mediante un castigo “concreto”.

Freud cita a Nietzsche en Así hablaba Zaratustra, cuando dice: “Una imagen hace palidecer a este hombre pálido. Cuando cometió su crimen estuvo a la altura de su crimen. Pero después no pudo soportar su recuerdo.” La preexistencia del sentimiento de culpabilidad, nos lleva a esas palabras de pálido delincuente, el pálido criminal.

En el texto “El Malestar en la Cultura”, ubica el sentimiento de culpabilidad como “el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad.”

En el acceso melancólico el super-yo se hace riguroso en extremo: riñe, humilla y maltrata al pobre yo; le hace esperar los peores castigos y le reprocha actos muy pretéritos, que a su hora fueron indulgentemente juzgados, como si en el intervalo hubiera acumulado las acusaciones, habiendo esperado tan sólo su robustecimiento actual para darles curso y fundar en ellas una sentencia. El super-yo aplica un rigurosísimo criterio moral al yo, inerme a merced suya; se convierte en un representante de la moralidad y nos revela que nuestro sentimiento de culpabilidad moral es expresión de la pugna entre el yo y el super-yo.  

MUJERES MALTRATADAS

Analizando los casos de mujeres maltratadas, hay ciertos rasgos que sugieren la participación del sentimiento de culpa en su producción: A.- La “necesidad de castigo” secundaria al sentimiento de culpabilidad inconsciente está en la base de cuatro situaciones que se observan con frecuencia en el maltrato: 1) Permanencia en el hogar con el maltratador durante años. Dentro de los casos descritos en la literatura, y en los observados en nuestras consultas, se advierte que un alto porcentaje de las mujeres maltratadas, recibieron malos tratos ya desde los primeros momentos de la convivencia, incluso del noviazgo.

  • Reincidencia: En muchas ocasiones, la mujer maltratada se aleja temporalmente de la pareja, pero es muy frecuente (casi típico), que retome la relación, incluso varias veces. En algunos casos extremos, sigue conviviendo con la pareja, a pesar de mediar una orden de alejamiento judicial.
  • Es frecuente que, incluso iniciado el proceso judicial, habiendo dado la mujer el paso de denunciar a su pareja, retire la denuncia (un 10% del total de las denuncias).
  • Tampoco es bajo el número de mujeres que, tras separarse de una de sus parejas, que las maltrataba, repiten con otra pareja el mismo tipo de relación, siguen siendo maltratadas.
  • En ocasiones, la culpa lleva a situaciones, donde se desea el castigo, y en el castigo se encuentra un alivio, una redención: “tolerar el sufrimiento me ennoblece”. En este sentido, podemos escuchar frases como: “Mientras más daba, perdonaba y soportaba, más infeliz era. Creía que sacrificándome, sufriendo un calvario, llegarían a cambiar las cosas y mi matrimonio llegaría a ser feliz.
  • Está demostrado que el sentimiento de culpa inconsciente, se asocia a veces con la producción de enfermedades orgánicas, ésta (cáncer por ejemplo) es vivida como castigo, y calma la culpa. Ya no se sienten culpables, sino enfermas

Otro estigma del sentimiento de culpabilidad es que la mujer maltratada justifica los actos de su pareja.

EN LA MELANCOLÍA

Los deseos de muerte sobre el otro (el objeto perdido), siempre inconscientes en el deprimido, generan un sentimiento de culpa, también inconsciente, que se expresa por la necesidad de castigo, en este sentido, la enfermedad orgánica potencialmente mortal, es el castigo que atenúa la culpa. Esto refuerza el incumplimiento terapéutico, ya que para el sujeto es más tolerable la enfermedad que la culpa.

Hay un masoquismo moral en el deprimido, que encuentra la satisfacción de un sentimiento de culpabilidad o necesidad de castigo. La conciencia moral y la moral han nacido por la superación y desexualización del complejo de Edipo. Este masoquismo moral, sexualiza de nuevo la moral, reanima el complejo de Edipo y provoca una regresión desde la moral al complejo de Edipo. Esto pone en guardia la moral sádica del superyo que trata de someter al yo, cubierto plenamente de libido narcisista. La parte rechazada del instinto de destrucción surge en el yo como una intensificación del masoquismo. Pero esta pulsión de muerte que retorna al yo desde el exterior es también acogida por el superyo, quedando así intensificado su sadismo contra el yo. El sadismo del superyo y el masoquismo del yo se complementan mutuamente y se unen para provocar las mismas consecuencias.

En la depresión se puede dar el mayor grado de “autolesión” de que el sujeto es capaz: su propia muerte (en el suicidio). Entrecomillamos “autolesión” porque nadie es capaz de dañarse directamente a sí mismo, si no es por intermedio del otro, el suicida mata en él al otro (al objeto perdido, ya que la depresión sobreviene siempre frente a una pérdida de objeto al que se odia por el abandono sufrido). El suicida es, como nos dice Pavese en El oficio de vivir, un “asesino tímido”. Podríamos pensar que el SIDA, sería, cuando lleva a la muerte del paciente, un suicidio encubierto: ha decidido inconscientemente morir/matar.

Además, la actitud del paciente una vez contraída la enfermedad es similar a la que le llevó a adquirirla, podemos observar una conducta depresiva del paciente previa al contagio de la enfermedad, que se muestra en la compulsión a la realización de actos con daño personal (actitudes suicidas o suicidios encubiertos que ponen en riesgo su vida: compartir jeringuillas o mantener relaciones sexuales sin preservativo, con sujetos potencialmente infectados, etc.).

Una vez contraída la enfermedad o la infección, el incumplimiento terapéutico, que es la primera causa de fracaso del tratamiento antirretroviral, tratamiento que requiere para su eficacia cumplimientos del 90% (mucho más que cualquier otra medicación), es otra manifestación de esta tendencia a la “autolesión”, ya que el paciente conoce la importancia de la adherencia al mismo y, a pesar de eso, no la cumple.

Los deseos de muerte sobre el otro (el objeto perdido), siempre inconscientes en el deprimido, generan un sentimiento de culpa, también inconsciente, que se expresa por la necesidad de castigo, en este sentido, la enfermedad orgánica potencialmente mortal, es el castigo que atenúa la culpa. Esto refuerza el incumplimiento terapéutico, ya que para el sujeto es más tolerable la enfermedad que la culpa.

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