El goce en el dolor

El goce en el dolor

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HOY, QUERIDA, AMO ESTE DOLOR, un poema de Miguel Oscar Menassa

Hoy, querida, amo este dolor que me hace sentir vivo,
empecinados dolores, clavándose en mi alma,
en mi corazón, lujurias lacerantes y vivas,
en mi carne, veneno enamorado sobre mi piel.

Es dolor del mundo, me digo cabizbajo,
son las sangrantes tripas de occidente,
son el silencio trepidante del oriente,
son los mundos quebrándose en mis ojos.

Son, me digo, los cadáveres desesperados,
los muertos que, recuerdan haber muerto,
para que en mi cuerpo viva la humanidad.

Las libertades, hembras muertas de amor,
me llaman a los gritos, dolor iluminado
y humano y vivo,
humano y vivo,
amante del vacío,
canto.

Del libro “Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista”, 1987

Para Sigmund Freud en Proyecto de psicología para neurólogos, escrito en 1895 y publicado en 1950, el dolor es una irrupción de grandes cantidades de energía, así es el más imperativo de todos los procesos, ningún obstáculo puede oponerse a su conducción. Es señal prototípica de la representación de nuestro cuerpo, a veces incluso como señal de que estamos vivos.  El dolor físico existe pero para cada uno es diferente. Alguien aquejado de un dolor deja de interesarse por el mundo exterior, en cuanto no tiene que ver con su dolencia, incluso retira de sus objetos amorosos su interés libidinoso, cesando así de amar mientras sufre.

La fijación de la libido es intolerable para el sujeto, puede estar en la base de la producción de enfermedad. El estancamiento de la libido del yo estaría relacionado con los fenómenos de la hipocondría y la enfermedad orgánica.

 En la hipocondría, el hipocondriaco retrae su interés y su libido de los objetos del mundo exterior y los concentra en el órgano que le preocupa. Con respecto a la hipocondría y la enfermedad orgánica, en esta última las sensaciones dolorosas tienen su fundamento en alteraciones comprobables, en la hipocondría no. El psicosomático nos enseña que psique y soma no se pueden separar aunque se distingan. Cuerpo y psiquismo son como una banda de Moebius. El psicosomático es el ejemplo vivo de que separarlos, enferma. El psicosomático padece de una dificultad de elaborar por vía psíquica, para él pensar es doloroso. 

Moebius y su cinta.
Banda de Moebius

Un dolor borra la huella de otro dolor, el dolor que no tiene que doler, el que habla de nuestra propia muerte. Un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo. Este goce del cuerpo no debe confundirse con el placer. El placer sería la menor excitación, lo que hace desaparecer la tensión, por lo tanto, el placer es aquello que nos detiene en un punto de alejamiento, de distancia muy respetuosa del goce. Hay goce en ese nivel donde comienza a aparecer el dolor. El goce humano es el goce de un sujeto mortal, y mortal no quiere decir que vaya a morir, sino que mortal quiere decir que sabe que va a morir. El sujeto debe renunciar a un goce, a cambio de una promesa de otro goce. No hay posibilidad de armonizar a un sujeto con su goce. El goce desconcierta, es la puesta en escena del exceso de excitación que se presenta más allá del sistema amortiguador de las representaciones. El placer produce calma.

Incontestablemente hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo aparece velada. Es imposible no gozar.

 El goce está en el anudamiento entre lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario. No hay objeto que sostenga al sujeto del inconsciente. El sujeto está sometido a la repetición incesante de significantes, al principio del placer, y también está sometido al significante fálico que es el que determina y ordena esta repetición. Repetición del placer y repetición de la renuncia al goce. El significante limita el goce. El placer puede ser simple pero el goce no lo es.

Mujer, Solo, Multitud, Triste, Deprimido

El placer tiene que ver con lo que hace desaparecer la tensión, de tal manera que el placer es lo que le pone un límite al goce. El goce, en cambio, “es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo aparece velada.

El paradigma del placer es el orgasmo: es la máxima experiencia de placer en el momento en que hay alivio de la tensión sexual -la cual está del lado del goce-. El goce, el cual se experimenta en el cuerpo -se necesita de un cuerpo para que haya goce-, es algo del orden de la tensión, del dolor, del malestar, del displacer, es decir, del forzamiento.

El placer puede ser simple pero el goce no lo es. Incluso en la repetición de un acontecimiento psíquico inicialmente traumático, el sujeto alcanza una satisfacción de naturaleza diferente a la conocida por el Principio del Placer.

En las neurosis actuales (hipocondría, neurastenia y neurosis de angustia) la fuente y el objeto no están separados, se trata de un goce autoerótico. El goce es “de sí mismo”, goce del propio cuerpo. No hay acceso al goce del Otro.

En la posición histérica, las mujeres gozan de su cuerpo como falo, o no van más allá del goce de su clítoris; encuentran un obstáculo parecido al que encuentra el hombre para gozar. Pero, por fuera de esa posición, llega a ser accesible un goce del que podría decirse que abarca todo su cuerpo. En todo caso, de ese goce no se puede dar cuenta; es un goce inefable que no pueden transmitir, no lo pueden expresar en palabras.

En el varón, en la medida en que el goce fálico se reduzca al pene, obstaculiza el del resto del cuerpo. Es cierto que el pene es un órgano de goce tan exquisito que puede hacer obstáculo a que goce del resto del cuerpo.

Para Lacan lo que se alcanza en el síntoma como goce es satisfacción de la pulsión de muerte: el síntoma en su estructura es goce. El goce es particular, imposible de compartir, inaccesible al entendimiento y opuesto al deseo. El deseo, por el contrario, es universal. El síntoma tiene que ser tomado como una producción del inconsciente, expresión dos fuerzas opuestas: la del deseo inconsciente y la defensa del Yo.

No podemos pensar el dolor fuera de la sexualidad, como no podemos pensarlo fuera del goce. En Tres ensayos para una teoría sexual, Freud distingue las fuentes de la sexualidad infantil, distinguiendo que la excitación sexual se origina por tres vías:

  • Como formación consecutiva a una satisfacción experimentada en conexión con otros procesos orgánicos;
  • Por un estímulo periférico de las zonas erógenas, o
  • Como manifestación de ciertos instintos cuyo origen no nos es totalmente conocido, tales como el instinto de contemplación y el de crueldad.

Nos situamos en una sexualidad que es la confluencia de las relaciones entre el aparato psíquico y su relación y reacción a las influencias exteriores. En estas fuentes de la excitación sexual, el elemento regulador es la calidad de la excitación, aunque el elemento intensidad (en el dolor) no es indiferente. Además, existen disposiciones orgánicas cuya consecuencia es la de hacer surgir la excitación sexual como efecto accesorio de una serie de procesos interiores en cuanto la intensidad de estos procesos ha traspasado cierta cantidad. En la producción de la excitación sexual por la actividad muscular se hallará quizá una de las raíces del instinto sádico. Los primeros signos de excitabilidad aparecen en los juegos infantiles en el encuentro cuerpo a cuerpo. La tendencia a la lucha muscular con determinada persona, así como, en años posteriores, la tendencia a la lucha oral, pertenece a los signos claros de la elección de objeto orientada hacia dicha persona.

En el texto freudiano Más allá del principio del placer, instaura la muerte como apertura a lo humano y apertura al goce. Los límites del aparato psíquico están entre la tensión cero y la muerte, gracias a que esos dos límites son imposibles de ser alcanzados, hay movimiento. Hay una tensión que no se puede resolver, una exigencia de trabajo psíquico no hay posibilidad de tensión cero, que es a lo que tiende el principio del placer. Este principio corresponde a un funcionamiento primario del aparato psíquico y es peligroso para la autoafirmación del sujeto frente al mundo exterior. El Principio de realidad logra un aplazamiento de la satisfacción, un rodeo para llegar al placer salvaguardando la integridad del sujeto.

El psicoanálisis nos permite reconocer que una manifestación extremadamente enérgica de estos impulsos en épocas muy tempranas conduce a una especie de fijación parcial, que constituye un punto débil en el conjunto de la función sexual. Si el ejercicio de la función sexual normal encuentra luego algún obstáculo en la madurez, la represión de la época evolutiva queda rota precisamente en aquellos puntos en los que han tenido lugar fijaciones infantiles.

La sexualidad de la mayor parte de los hombres muestra una mezcla de agresión, de tendencia a dominar, cuya significación biológica estará quizá en la necesidad de vencer la resistencia del objeto sexual de un modo distinto a por los actos de cortejo. El sadismo corresponderá entonces a un componente agresivo del instinto sexual exagerado, devenido independiente y colocado en primer término por medio de un desplazamiento. Las dos formas activa y pasiva, aparecen siempre conjuntamente en la misma persona. Aquel que encuentra placer en producir dolor a otros en la relación sexual está también capacitado por gozar del dolor que puede serle ocasionado en dicha relación como de un placer.

La conciencia de culpabilidad es siempre el factor que transforma el sadismo en masoquismo. A esto hay que sumarle la predisposición sádica despertada en ese sujeto. La tendencia agresiva es una disposición pulsional innata y autónoma del ser humano; además, constituye el mayor obstáculo con que tropieza la cultura. La observación analítica demuestra de un modo indubitable, que el masoquista comparte el goce activo de la agresión a su propia persona. Las sensaciones dolorosas, como en general todas las displacientes se extienden a la excitación sexual y originan un estado placiente, que lleva al sujeto a aceptar de buen grado el displacer del dolor. Ser pegado constituye la confluencia de la conciencia de culpabilidad con el erotismo.

Freud viene a diferenciar tres formas de masoquismo: masoquismo erógeno, masoquismo moral y masoquismo femenino:

El masoquismo erógeno constituye la base de las formas restantes.

Del masoquismo femenino, podemos decir que a él accedimos a través de las numerosas fantasías narradas por los pacientes en análisis, que daban cuenta de sus deseos en relación a la satisfacción sexual. En estas fantasías, el contenido manifiesto era casi el mismo: Ser amordazado, atado, golpeado dolorosamente, maltratado de  cualquier modo, denigrado, sometido a obediencia incondicional. Así descriptas, estas fantasías ponen a la persona en una posición característica de la feminidad, en tanto castrado, ser poseído sexualmente o parir.

En el masoquismo moral lo que importa es el sufrimiento mismo, aunque no provenga del ser amado, sino de personas indiferentes o incluso de poderes o circunstancias impersonales. El verdadero masoquismo ofrece la mejilla a toda posibilidad de recibir un golpe. El acento recae sobre el propio masoquismo del yo, que demanda castigo, sea por parte del super-yo, sea por los poderes parentales externos. El yo reacciona con sentimientos de angustia a la percepción de haber permanecido muy interior a las exigencias de su idea, el super-yo. La conciencia moral y la moral han nacido por la superación y la desexualización del complejo de Edipo; el masoquismo moral sexualiza de nuevo la moral, reanima el complejo de Edipo y provoca una regresión desde la moral al complejo de Edipo.

Una vez que el experimentar dolor ha llegado a ser un fin masoquista, puede surgir también el fin sádico de causar dolor, y de este dolor goza también aquel que lo inflige a otros, identificándose, de un modo masoquista, con el objeto pasivo.

El goce del dolor sería, pues, un fin originariamente masoquista, pero que sólo dado un sadismo primitivo puede convertirse en fin de la pulsión. La transformación de las pulsiones por cambio de la actividad en pasividad y orientación a la propia persona, nunca se realiza en la totalidad del movimiento pulsional. El anterior sentido activo, continúa subsistiendo en cierto grado junto al sentido pasivo ulterior, incluso en aquellos casos en los que el proceso de transformación de la pulsión ha sido muy amplio. La transformación del sadismo en masoquismo, significa un retorno al objeto narcisista, mientras que en ambos casos es sustituído el sujeto narcisista por identificación con otro Yo ajeno.

La locura del dolor es un desarreglo profundo de la vida psíquica que escapa al principio del placer. El sentimiento doloroso no refleja las oscilaciones regulares de las pulsiones, sino una locura de la cadencia pulsional. Si no se supiera ejercer el final del goce, éste sólo podría ser la muerte o cualquier variante invalidante. 

La agresión hacia el objeto exterior es internalizada, dirigida contra el propio yo, en calidad de superyó asume la función de conciencia moral, despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños. Un dolor borra la huella de otro dolor, el dolor que no tiene que doler, el que habla de nuestra propia muerte.

Cuando se habla de la ventaja de la enfermedad, se alude generalmente a que la enfermedad exime al paciente de enfrentarse a veces con verdades dolorosas para él, o con la realidad exterior, hostil. En el proceso psicoanalítico el sujeto aprende a sustituir el goce que se juega en la enfermedad por el goce de hablar y ser escuchado.

La evolución cultural puede ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por la vida. La agresión es introyectada, internalizada, devuelta en realidad al lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo, incorporándose a una parte de éste, que en calidad de super-yo se opone a la parte restante, y asumiendo la función de «conciencia», despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños. La tensión creada entre el severo super-yo y el yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo. A gozar sin culpa te enseña el Psicoanálisis.

No es del síntoma de lo que se goza. La histérica no goza del dolor en la cara que tiene que ver con aquella frase que le resultó “como una bofetada”, no goza exactamente del síntoma, aunque también, ya que todo dolor es erógeno, sino que más bien goza de la posición psíquica de la que el dolor es efecto, es decir, ella goza de permanecer ofendida, en ese permanecer ofendida, permanece el reproche al que pronunció aquella frase. En el psicosomático, lo que sucede es que hay un goce del órgano, el psicosomático goza del cuerpo de esa manera, tiene que enfermar el órgano para tener órgano.

Durante el trabajo analítico no se obtiene otra impresión de la resistencia, sino la de que es una fuerza que se defiende con todos los medios posibles contra la curación y que se halla completamente resuelta a aferrarse a la enfermedad y al sufrimiento. Una parte de esta fuerza ha sido reconocida por nosotros, sin duda con justicia, como el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo y la hemos localizado en la relación del yo con el superyó.

Pero ésta es sólo la porción que se halla de algún modo ligada psíquicamente al super-yo, haciéndose así reconocible; otras porciones de esta misma fuerza, ligadas o libres, pueden actuar en otros lugares no especificados. Si consideramos el cuadro completo constituido por los fenómenos del masoquismo, inmanente a tanta gente, la reacción terapéutica negativa y el sentimiento de culpa encontrado en tantos neuróticos, no podremos ya adherirnos a la creencia de que los sucesos psíquicos se hallan gobernados exclusivamente por el deseo de placer.

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