EL MECANISMO PARANOICO
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EL MECANISMO PARANOICO
HABLAMOS DE PSICOANÁLISIS: EL MECANISMO PARANOICO
La paranoia es algo así como “tener un pensamiento paralelo”. El primero en hablar de ella fue Hipócrates. Durante mucho tiempo se empleó la palabra paranoia como sinónimo de locura.
El alemán Kahlbaum es el primero en hablar de ella como una entidad diferenciada, en 1863. Kraft-Ebing desarrolló un poco más el concepto y en 1879 la definió como una “alienación mental que concierne sobre todo al juicio y al razonamiento”. Hubo otros intentos de describir esta problemática, pero finalmente se impuso el concepto de Kraepelin, en 1889. A partir de ese momento, tomó el significado de un tipo de trastorno en el que hay ideas delirantes.
Antes del psicoanálisis un paranoico era un malvado, un intolerante, un tipo con mal humor, orgulloso, desconfiado, susceptible y que se sobrestima a sí mismo. Estas características, eran el “fundamento” de la paranoia; cuando el paranoico era demasiado paranoico, llegaba a delirar.
Sigmund Freud habló inicialmente de la paranoia, sin llegar a conceptualizarla completamente, en su obra Las neuropsicosis de defensa (1894). El psicoanálisis se ocupó principalmente de las neurosis. Freud asoció la paranoia con el mecanismo de proyección. Si hablamos de mecanismo tiene que ver con comprender el mecanismo que produce la paranoia, a diferencia de otra patología. La fantasía de carácter homosexual es algo bastante universal y está presente en otras patologías, no es esa la característica diferencial de la paranoia. La distinción va a tener que ver con el MECANISMO DE FORMACIÓN DE SÍNTOMAS Y CON EL MECANISMO DE LA REPRESIÓN.
Para defenderse de ese deseo sexual homosexual inconsciente el paranoico desarrolla un delirio persecutorio. El carácter paranoico está en que la reacción del sujeto como defensa contra una fantasía homosexual haya consistido precisamente en un delirio persecutorio.
Freud estudia el caso del magistrado Schreber, cuyo delirio culmina en una fantasía de deseo homosexual, pero que no había manifestado ninguna tendencia homosexual mientras estuvo sano.
La vida psíquica normal nos oculta las profundidades de la vida anímica, para nada reconocemos que las relaciones con nuestros semejantes estén influenciadas por el erotismo. Pero el delirio descubre tales relaciones y retrotrae los sentimientos sociales a sus raíces en deseos eróticos groseramente sexuales.
Los sujetos con manifestaciones paranoicas fracasan a la hora de someter esos deseos homosexuales inconscientes que se han intensificado en él.
La investigación psicoanalítica ha mostrado la existencia de un estadio de la evolución de la libido, intermedio entre el autoerotismo (en un momento inicial de nuestro desarrollo libidinal no hay objeto, es decir, la satisfacción se haya en el propio cuerpo y por eso hablamos de zonas erógenas cuya estimulación va a resultar placentera y eso forma pare de ese primer periodo constitucional de la sexualidad), luego se llegará al amor objetal, es decir, a la elección de un objeto erótico externo, ahí ya hablamos de los primeros objetos amorosos (padre y madre, como modelos de todos los que luego formarán parte de la vida erótica del individuo), pero entre ambas fases hay una que denominamos narcisismo, que consiste en que el individuo en evolución, que va sintetizando en una unidad sus impulsos sexuales entregados a una actividad autoerótica, para llegar a un objeto amoroso, se toma en un principio así mismo; toma a su propio cuerpo como objeto amoroso antes de pasar a la elección de una tercera persona como tal. Muchas personas se estancan en ella durante un espacio de tiempo habitualmente prolongado, y perdura, en gran parte, en los estadios posteriores de la evolución.
Antes de llegar a la elección de objeto heterosexual, es decir a la inscripción de la diferencia en la constitución sexual, sabemos que hay una elección homosexual, es decir, que elige un objeto semejante a sí mismo, paso previo a la posterior definición de la heterosexualidad. En consecuencia suponemos que los homosexuales manifiestos no han logrado libertarse de la condición de que el objeto elegido posea genitales idénticos a los propios, conducta en cuya determinación ejerce intensa influencia aquella teoría sexual infantil, según la cual los dos sexos poseen órganos genitales idénticos. Sabemos que las manifestaciones patológicas tienen, precisamente, que ver con la dificultad de inscribir en la vida erótica esta diferenciación sexual y que tiene que ver con la interdicción del incesto y la inscripción de la mortalidad, la puntación, en la vida del sujeto psíquico.
Una vez alcanzada la elección heterosexual de objeto, las tendencias homosexuales no desaparecen ni quedan en suspenso, sino que son simplemente desviadas del fin sexual y orientadas hacia otros nuevos.
En Tres ensayos para una teoría sexual Freud explica que cada uno de los estadios de la evolución de la psicosexualidad integra una posibilidad de fijación y, con ella, de disposición a la neurosis. Aquellas personas que no han logrado salir por completo del estadio del narcisismo, integrando, por tanto, una fijación al mismo, que puede actuar en calidad de disposición a la enfermedad, corren peligro de que una crecida de la libido, que no encuentre otra derivación distinta, imponga a sus instintos sociales una sexualización y anule con ello las sublimaciones logradas en el curso de la evolución.
A un tal resultado puede llevar todo aquello que provoque una regresión de la libido; esto es, tanto una intensificación colateral por desilusiones experimentada cerca de la mujer, como un retroceso directo por fracaso de las relaciones sociales con los hombres o una intensificación general de la libido, demasiado poderosa para encontrar derivación por los caminos ya abiertos, y que rompe los puntos débiles de los diques que trazan su curso.
Los paranoicos intentan defenderse contra una tal sexualización de sus tendencias sociales, el punto débil de su evolución ha de buscarse en el camino que se extiende entre el autoerotismo, el narcisismo y la homosexualidad. Habremos también de atribuir una análoga disposición a la demencia precoz o esquizofrenia.
No se vuelve loco quien quiere sino quien puede. El Otro es el lugar de la memoria que Freud descubrió bajo el nombre de inconsciente, memoria que considera como el objeto de una interrogación que permanece abierta en cuanto que condiciona la indestructibilidad de ciertos deseos, se trata de trabajar para mantener viva la pregunta sobre qué cosa se juega para cada caso singular en ese lugar del Otro. La condición del sujeto, neurosis o psicosis depende de lo que tiene lugar en el Otro. Lo que tiene lugar allí. Es articulado como un discurso.
Freud deja claro en la escritura de El hombre de las ratas y de El presidente Schreber, que ambos están estructurados por el complejo de Edipo y el complejo de castración. El sujeto no quiere saber nada de la castración, ni siquiera en el sentido de la represión. La paranoia no es una neurosis entonces porque en el sentido de la represión, operación fundamental de la neurosis, uno todavía sabe algo sobre lo que nada quiere saber y el análisis consiste en mostrar que uno lo sabe muy bien. Una cosa es evitar y otra no creer, neurosis y psicosis son dos maneras bien distintas de plantarse en el mundo.
Para que la psicosis se desencadene es necesario que el nombre del padre forcluido, es decir, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto. Es la falla del nombre del padre en ese lugar la que, por el agujero que abre en el significado, inicia la cascada de los retoques del significante de donde procede el desastre creciente de lo imaginario, hasta que se alcance el nivel en que significante y significado se estabilizan en la metáfora delirante. “Retoques” del significante.
La perversión se instalaría, cuando acontece la ley y el sujeto en vez de posicionarse en el lugar de la ley para ser neurótico, se posiciona en una posición inversa a la ley. Freud esto ya lo había descubierto. La perversión es el negativo de la neurosis. La perversión se da en el campo de lo imaginario. La neurosis es el acatamiento de tal manera a la ley, que me coloco en el lugar de la ley y mi intención no solamente es cumplirla, sino hacerla cumplir a todos, y eso es ser neurótico.
Esto sería lo que la antigua teoría decía que la histeria era un proceso que esta más cerca del símbolo, que por lo tanto era una enfermedad más leve que la neurosis obsesiva o que la paranoia o la esquizofrenia, en el sentido que se produce en el espacio simbólico. Si es un problema de cantidad, el sujeto, cualquier sujeto, en cualquier posición edípica, tiene la capacidad de pasar de una posición a otra sin siquiera notarlo, nosotros los psicoanalistas, acostumbrados a este proceso de transformación, nunca hacemos el diagnóstico del paciente hasta muy avanzado el tratamiento, porque estamos acostumbrados a encontrarnos con personalidades de fachadas,el otro, y entonces estudiando el discurso del paciente, el paciente un día es histérico porque todo lo bueno está fuera de él, porque ese día se siente una porquería, y entonces sus tendencias a seducir a lo que está fuera de él y a identificarse con cualquier cosa que encuentre en su camino, porque lo feo, ridículo y torpe es el, ese día está histérico. Pero si al otro día viene acusando al psicoanalista de algo que el psicoanalista no cometió, se puede decir que el paciente está revelando una posición de neurosis obsesiva, en donde el paciente como Superyo le critica al Yo, en este caso el psicoanalista, por algo que el Yo no cometió. Pero si otro día viene muy enamorado del psicoanalista y en la mitad de la hora, dice que el psicoanalista es una mierda y el estaba tan enamorado que se quería parecer al psicoanalista en el comienzo de la sesión, ese día podemos decir que el paciente está deprimido.
Pichón Rivière, decía, cuando el paciente viene triste, yo le pregunto quién lo persigue, cuando el paciente viene perseguido, yo le pregunto porqué está triste. Esto que parece un chiste es una posición magistral, en tanto claramente se ve que si uno tiene que sufrir el dolor paranoico, le conviene estar triste, es decir en lugar de tener al objeto en lo que el objeto lo persigue, pierde el objeto, fantasea con haberlo perdido y lo tiene ahora como identificación, pero cuando padece el doloroso sufrimiento de la tristeza por la pérdida de un objeto, prefiere pensar que no ha perdido sino que alguien le ha hecho algo o alguien ha hecho algo en contra de él.
Cuando se buscan las causas desencadenantes de una paranoia se pone de manifiesto un elemento emocional de la vida del sujeto, una crisis vital que tiene que ver efectivamente con sus relaciones externas y sería muy sorprendente que no fuera así tratándose de un delirio que se caracteriza esencialmente como delirio de relaciones.
Lo importante de un núcleo paranoico no es si es comprensible o no, sino que es inaccesible, inerte, estancado en relación a toda dialéctica. Se repite con el mismo signo interrogativo implícito, sin que nunca le sea dada respuesta alguna, no se lo puede integrar. Es un fenómeno cerrado, una significación que remite a sí misma y no a otra significación. La pregunta quién habla, debe dominar todo el problema de la paranoia.
Al Presidente Schreber alguien le habla, alguien lo llama. En la sentencia que le devolvió la libertad, aparece sintetizado en breves frases el contenido de su sistema delirante: se consideraba llamado a redimir al mundo y devolverle la bienaventuranza perdida. Pero sólo podría conseguirlo después de haberse transformado en mujer. Un personaje hace eco a los pensamientos del sujeto, interviene, lo vigila, nombra a medida que se suceden las acciones, las prescribe y no se lo explica con la teoría de lo imaginario y el yo especular.
La proyección delirante es un mecanismo tal donde algo cuyo principio está en el sujeto, aparece en el exterior pero no en el sentido del transitivismo infantil o de los celos comunes pues los mecanismos en juego en la psicosis paranoica no se limitan al registro imaginario. Hay un trastorno de lenguaje, un fallo en la simbolización que hace que lo no simbolizado aparezca en lo real.
La paranoia, que se va a dar en el momento de la fase anal expulsiva, concuerda en parte con el sentimiento que un paranoico adulto tiene, que el es un genio y que el resto del mundo es una mierda, es decir no tiene visión sobre sí mismo, lo único que ve está fuera de él, lo persigue y generalmente tiene un signo negativo.
Cuando vemos vimos los sueños, vimos que sin deseo inconsciente era absolutamente imposible la formación del sueño, pero también era absolutamente imposible sin el resto diurno, es decir que puede haber armado un sueño en mi inconsciente o en mi mente, pero que el sueño no aparece en mi conciencia a menos que fuera disparado por un resto diurno. Este resto diurno es desplazado en la teoría de las neurosis por lo que Freud llama sucesos accidentales traumáticos.
La persona a la que el delirio atribuye tan gran poder y tanta influencia, y en cuyas manos convergen todos los hilos de la conspiración, es siempre aquella misma que antes de la enfermedad integraba análoga importancia para la vida sentimental del enfermo, o una sustitución de ella, fácilmente reconocible como tal. La importancia sentimental es proyectada como poder exterior y, en cambio, el tono sentimental queda transformado en su contrario.
La persona odiada y temida ahora por su persecución es siempre una persona amada o respetada antes por el enfermo.
Lo mismo que el perseguidor se divide a través de todo el delirio en dos personalidades, Flechsig y Dios, también el propio Flechsig se divide luego en otras dos, el Flechsig «superior» y el «medio», y Dios en el Dios «superior» y en «inferior». Tales disociaciones son muy características de la paranoia. La paranoia disocia, como la histeria condensa. O mejor dicho: la paranoia disocia de nuevo las condensaciones e identificaciones emprendidas en la fantasía inconsciente.
Todas las formas principales de la paranoia conocidas hasta ahora pueden ser consideradas como contradicciones a una única afirmación: «Yo (un hombre) le amo (a un hombre)», e incluso agotan todas las formas posibles de dicha contradicción. La afirmación «Yo le amo (al hombre)» queda contradicha:
a) Por el delirio persecutorio, el cual proclama: «No le amo; le odio». El mecanismo de la producción de síntomas de la paranoia exige que la percepción interior, el sentimiento, sea sustituida por una percepción exterior, y de este modo, la frase «Yo le odio» se transforma, por medio de una proyección, en esta otra: «El me odia (me persigue), lo cual me da derecho a odiarle». El sentimiento impulsor inconsciente se muestra así como una consecuencia deducida de una percepción exterior: «No le amo; le odio, porque me persigue». La observación no deja lugar ninguno a dudas en cuanto a que el perseguidor es el hombre anteriormente amado.
b) La erotomanía elige otro distinto punto de ataque para la contradicción, y sólo así nos resulta comprensible: «Yo no le amo a él; amo a ella». Y el mismo incoercible impulso a la proyección impone a esta frase la transformación siguiente: «Advierto que ella me ama». «Yo no le amo a él; la amo a ella, porque ella me ama». Muchos casos de erotomanía podían hacernos la impresión de fijaciones heterosexuales exageradas o deformadas si no observásemos que todos estos enamoramientos no se inician con la percepción interna de amar, sino con la de ser amado, procedente del exterior.
c)La tercera forma son los celos delirantes, cuyas formas características podemos estudiar en el hombre y en la mujer:
(α) Delirio celoso de los alcohólicos: El papel que el alcohol desempeña en esta afección es perfectamente comprensible. Sabemos que el alcohol suprime las inhibiciones y anula las sublimaciones. El hombre es impulsado muchas veces hacia el alcohol por la desilusión experimentada con las mujeres; pero ello no quiere decir generalmente, sino que busca la sociedad de los hombres, reunidos en la taberna o en el bar, de la cual extrae la satisfacción sentimental que en su hogar y con su mujer echa de menos. Si tales hombres son objeto entonces de una intensa carga libidinosa en su inconsciente, el sujeto se defenderá contra la misma por medio de la tercera clase de contradicción: «No soy yo quien ama al hombre; es ella quien le ama». Y acusará de infidelidad a su mujer con todos los hombres a los que él se siente inclinado a amar. La deformación provocada por la proyección falta aquí por innecesaria, pues al cambiar el sujeto amante queda ya, en todos modos, expulsado del yo el proceso.
(β) Los celos delirantes de las mujeres siguen análoga trayectoria: «No soy yo quien ama a las mujeres; es él quien las ama». A consecuencia de la intensificación de su narcisismo disponente y de su homosexualidad, la mujer celosa acusa de infidelidad a su marido con todas las mujeres que a ella misma le agradan. En la elección de los objetos amorosos atribuidos al hombre se patentiza la influencia de la época en que tuvo lugar la fijación, pues muchas veces son personas ancianas, inadecuadas ya para el amor y en las que la sujeto encarna a sus guardadoras, criadas y amigas de la infancia, o directamente a sus hermanas, en las que ya entonces veía competidoras.
«Yo te amo»
Los celos delirantes contradicen al sujeto;
el delirio persecutorio, al verbo,
y la erotomanía, al complemento.
Pero también es posible una cuarta modalidad de la contradicción consistente en la repulsa general de toda la frase: «No amo en absoluto, no amo a nadie». Y dado que el sujeto ha de hacer algún uso de la libido, tal aserto parece psicológicamente equivalente a este otro: «Sólo me amo a mí mismo».
Esta modalidad de SÓLO ME AMO A MÍ MISMO, produciría, por tanto, el delirio de grandezas, en el que vemos una supervaloración sexual del propio «yo», y que podemos situar al lado de la conocida supervaloración del objeto erótico.
El delirio de grandeza es infantil, quedando sacrificado luego a la sociedad en el curso de la evolución. Nada lo sojuzga con tanta intensidad como un enamoramiento que se apodere enérgicamente del individuo.
“Allí donde el amor despierta, muere el yo, déspota, sombrío.” Ghazals de Muhammad ibn Muhammad.
PROYECCIÓN: En la producción de síntomas de la paranoia resalta, en primer término, aquel proceso que designamos con el nombre de proyección. En él es reprimida una percepción interna y surge como percepción externa en la conciencia, pero con su contenido deformado. En el delirio persecutorio, la deformación consiste en una transformación del afecto: aquello que había de ser sentido interiormente como amor es percibido como odio procedente del exterior. Nos inclinaríamos a ver en este singular proceso el rasgo más importante de la paranoia si no recordásemos, en primer lugar, que la proyección no desempeña el mismo papel en todas las formas de dicha afección, y en segundo, que no sólo en ella surge en la vida anímica, sino también en otras circunstancias, e incluso participa regularmente en la determinación de nuestra actitud con respecto al mundo exterior.
La modalidad del proceso de represión se relaciona mucho más íntimamente con la evolución de la libido y de la disposición en ella dada que la modalidad de la producción de síntomas.
FASES DEL PROCESO DE REPRESIÓN:
- La primera fase consiste en la «fijación», premisa y condición de toda «represión». El hecho de la fijación puede ser definido diciendo que un instinto, o una parte de un instinto, no sigue la evolución prevista como normal y permanece, a causa de tal inhibición evolutiva, en un estadio infantil. La corriente libidinosa de que se trate conduce, con respecto a los productos psíquicos posteriores, como una corriente reprimida y perteneciente al sistema de lo inconsciente. Tales fijaciones integran la disposición a enfermedades posteriores, y entrañan también, ante todo, la determinación del desenlace de la tercera fase de la represión.
- La segunda fase de la represión es la represión propiamente dicha, a la que hasta ahora nos hemos referido preferentemente. Tiene su punto de partida en los sistemas del yo, más desarrollados y capaces de conciencia, y puede ser descrita como un «impulso secundario». Hace la impresión de ser un proceso esencialmente activo, en tanto que la fijación representa una demora propiamente pasiva. Sucumben a la represión las ramificaciones psíquicas de aquellos instintos primariamente retrasados cuando su intensificación provoca un conflicto entre ellos y el yo (o los instintos del yo) o aquellas tendencias psíquicas contra las cuales surge, por otras causas, una intensa repugnancia. Ahora bien: tal repugnancia no tendría por consecuencia la represión si entre las tendencias ingratas destinadas a ser reprimidas y aquellas que ya lo están no se estableciera una relación. Allí donde así sucede, la repulsa de los sistemas conscientes y la atracción de los sistemas inconscientes actúan en el mismo sentido favorable a la represión.
- La tercera fase y la más importante en cuanto a los fenómenos patológicos es la del fracaso de la represión, con la «irrupción» y el «retorno de lo reprimido». Esta irrupción tiene su punto de partida en el lugar de la fijación, y su contenido es una regresión de la evolución de la libido hasta dicho lugar.
Hay tantas fijaciones como estadios de la evolución de la libido. Es imposible, no obstante, referir la diversidad de los mecanismos de la represión propiamente dicha y los de la irrupción (o la producción de síntomas) exclusivamente a la evolución de la libido. Rozamos el problema de la elección de neurosis.
Referencias:
- OBSERVACIONES PSICOANALÍTICAS SOBRE UN CASO DE PARANOIA («DEMENTIA PARANOIDES») AUTOBIOGRÁFICAMENTE DESCRITO 1910 [1911] (CASO «SCHREBER») Sigmund Freud, Editorial Biblioteca Nueva
- Freud y Lacan – hablados – 6 de Miguel Oscar Menassa, Editorial Grupo Cero