EL SUICIDIO, UNA MIRADA PSICOANALÍTICA
EL SUICIDIO, UNA MIRADA PSICOANALÍTICA
24 de septiembre de 2021
Evento organizado por FIMSS (MÉXICO) En el marco del día mundial de la prevención del suicidio.
Platero, si algún día me echo a este pozo, no será por matarme,
créelo, sino por coger más pronto las estrellas.
Juan Ramón Jiménez – Platero y yo
El psicoanálisis ha ganado influencia sobre el campo de la medicina merced al desarrollo de la investigación psicosomática, ha impartido una orientación a la asistencia social, ha influido sobre múltiples adelantos de la crianza, la educación del niño y ha ofrecido nuevos puntos de vista para las ciencias sociales. (Los orígenes del psicoanálisis. En Sigmund Freud, Obras completas)
Es una disciplina fundamental, no sólo porque se ha producido en el último siglo, además porque es el único instrumento con el que contamos para conocer el funcionamiento de los procesos de nuestra mente, que como bien descubre Freud, no acontecen en la consciencia del individuo, sino que están determinados por complejos procesos inconscientes que sólo podremos conocer a través de la interpretación, es decir, un proceso que transforma no sólo al analizante, sino también al psicoanalista.
La enfermedad es producto efecto de un trabajo, pero la salud también es producto efecto de un trabajo. Si hoy, en este encuentro que nos reúne para plantear compromisos necesarios en la prevención del suicidio, en la mejora de la salud mental de la población, también nos compromete a tener que transformar algunos pensamientos previos, algunas mezquindades en nuestras relaciones sociales y, sobre todo, entender que el aparato psíquico de una persona normal no es diferente del aparato psíquico de una persona que se suicida, de una persona enferma.
Miguel Oscar Menassa, médico y psicoanalista, abre un congreso dedicado a la depresión en 1998 diciendo que es complejo delimitar el límite entre salud y enfermedad, quién no se ha levantado una mañana y mirándose al espejo no ha dicho: “este mundo es una mierda”. Todos tenemos decepciones en la vida, pero no todos reaccionamos de la misma manera.
Pero ojo, cuando uno se deprime estropea varias relaciones, altera la producción social, artística,la producción de amor.
El duelo es un proceso normal que se produce en situaciones de cambio, la realidad se nos presenta ante nosotros y no coincide con la imagen que teníamos de ella. Nos molesta la decepción, nos existe trabajo, no es lo que yo esperaba, es otra cosa, tengo que modificarme. Repito, el duelo es un mecanismo normal, no debe entorpecerse, tras de él no queda en el yo del sujeto rastro alguno de haberlo padecido. La angustia, la tristeza, a veces el dolor, son condimentos normales de toda vida, pero en ocasiones llevan a la mutilación, la enfermedad la muerte.
El suicidio, pensarlo, supone acto deliberado de quitarse la vida, o al menos intentarlo. No sólo es un problema del suicida, de la familia del suicida, del médico o psicólogo que trata al suicida, es un problema de salud pública, es un problema social.
En estos momentos es el mayor problema de salud pública, aunque no salga en los medios de comunicación, aunque los presupuestos destinados a salud mental sean escasos, aunque todavía haya miles de trabas para que un enfermo de la mente llegue a la consulta de un psicólogo o psicoanalista.
Cada año pierden la vida más personas por suicidio que por VIH, paludismo o cáncer de mama, o incluso por guerras y homicidios. A nivel mundial, cada año se suicidan casi un millón de personas, 800.000 según la OMS, el doble que las víctimas de homicidio. Por cada persona adulta que decide quitarse la vida, posiblemente más de otras 20 lo han intentado, y cada suicidio afecta íntimamente al menos a otras seis personas. Tal vez no nos impacte mucho esa cifra. Estamos anestesiados por los medios de comunicación, el cine, las redes sociales. Las cifras entre tantas muertes por televisión, tantos productos en venta, tantos escándalos, ya nos parecen poca cosa, la vida humana parece que ha perdido valor para el hombre actual. LA SOCIEDAD PARECE DEPRIMIDA, COMO SI NO PUDIERA HABER UN FUTURO MEJOR.
El suicidio, en muchos casos se trata de un problema silenciado, pero su prevalencia es preocupante. Según la Organización Mundial de la Salud, es la segunda causa de muerte para los jóvenes de entre 15 y 29 años, solo por detrás de los accidentes de tráfico. Quitarse la vida tiene también una prevalencia mayor entre los hombres, especialmente en los países de altos ingresos, donde se suicidan de media casi tres veces más que las mujeres.
México no es uno de los países con mayor tasa de suicidio, esa lista la encabezan países como: Groenlandia, Rusia, Lituania…. Corea del Sur ,Hungría China, Finlandia…. en el puesto 19 Bélgica, en el 25 Suiza, en el 28 Argentina en el 45 Reino Unido, en el 59 España, en el 79 México…
En México, ocurrieron 6710 suicidios en el 2018, con una tasa de 5.4 suicidios por cada 100 mil habitantes, sin embargo, preocupa que son cifras que van en aumento.
En agosto de 2021 en un congreso, el representante de Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud en México, destacó cifras preocupantes en el suicidio de niños y adolescentes durante el 2020. Situaciones como la pandemia por la COVID-19 conlleva el aumento de riesgos para la salud mental, así como el incremento en las muertes por suicidio, como se ha documentado durante o después de periodos de recesión económica, pandemias y catástrofes a gran escala.
La prevención de suicidio, debe ser una prioridad de salud pública, no sólo por la cantidad de muertes por esta causa, sino por los efectos complejos y perdurables que tiene en la salud mental de los círculos sociales de las personas que mueren por suicidio.
Tenemos que pensar el suicidio como un emergente social, donde el sujeto es portavoz de lo que acontece en las instituciones, como la familia, la educación y la religión, enmarcado en un orden social, que lo determina.
El estado melancólico puede desencadenarse, no sólo frente a la pérdida del objeto, (muerte de un familiar, pérdida de un trabajo, pérdida de un ideal), sino también frente a la no coincidencia de lo que quiero del objeto, es decir, cada vez que estoy en desacuerdo con el objeto amoroso puedo producir una melancolía. Esta enfermedad es una enfermedad dolorosa, se pierde todo contacto con la realidad.
RESPONSABLE DE OTRAS ENFERMEDADES
Según Miguel Oscar Menassa, en la etiopatogenia del 70% de las enfermedades está la depresión, la melancolía. Si incluimos en este diagnóstico cierto grado de inapetencia sexual, cierto grado de insomnio, cierto desprecio por las personas, ciertas fantasías de empobrecimiento o catástrofe, ya sería el 89% de la población la que estaría padeciendo depresión. Hacer entonces una campaña de prevención de la depresión reduciría enfermedades como el cáncer, el infarto de miocardio o accidentes laborales.
Y cómo reconocemos si alguien está o no deprimido. Estar triste no es estar deprimido, la tristeza es un sentimiento normal que denota que el sujeto ha comprendido su existencia material, hay un día que yo no estaré. La tristeza da paso al proceso creativo, algún día no estaré, pero estará mi libro, mi hijo, mi canción… La melancolía, la depresión, que es la enfermedad responsable del suicidio, NADIE QUIERE MATARSE A SÍ MISMO, es un proceso patológico, es inconsciente, y habla de la incapacidad de amar del sujeto. Está pegoteado al ideal, a la persona amada, porque su elección ha sido narcisista, te amo para mantener mi ideal, pero no voy a tolerar que me defraudes.
Estamos diciendo que mecanismos psíquicos normales, presentes en todos los seres humanos, llevan en un caso al amor y en otros a la muerte. Dice Menassa que a nadie se le ocurre decirle a una persona a la que se le acaba de morir un ser querido que vaya al psicólogo o al psicoanalista, no hay que entorpecer el duelo. Él mismo estuvo trabajando en el servicio de atención al suicida creado en Argentina por el Dr. Enrique Pichón Rivière. Luego Menassa fundó una escuela de psicoanálisis.
Ocurre, nos dice, que vivimos en una época en la que han caído todos los ideales, históricamente estamos deprimidos. Fracasaron las revoluciones de nuestro tiempo, nos quitaron los valores y no tenemos cómo sustituirlos. Pichon-Rivière sostenía que “el sujeto que enferma es el portavoz de la ansiedad, de las dificultades de su grupo. El enfermo es él, pero su enfermedad su conducta desviada, es alienada, no puede separarse de un modo de relacionarse sin enfermarse. No podemos pensar el sujeto separado de lo social.
Otros todavía hablan de depresión endógena, heredada, se piensa que es una situación que tiene base únicamente genética que no se puede cambiar, y que por lo tanto no se puede hacer nada, ya que está determinado por lo biológico. Las enfermedades psíquicas no son heredadas sino que son producto de las interrelaciones entre procesos biológicos, sociales e institucionales situadas en un orden socio-histórico.
Estudios de 2011 de la OMS correlacionan las crisis económicas con el aumento de muertes por suicidio. Que los jóvenes no encuentren trabajo, que los mayores sientan que los jóvenes le van a dejar sin trabajo, que a los grandes capitales les interese que haya más parados, porque eso rebaja los sueldos, y que los Estados no hagan nada, eso produce un empeoramiento en la salud mental de la población. Si la dejas sin futuro, sin capacidad de trabajar para su felicidad, los matas en vida.
Los problemas mentales, la ingesta excesiva de alcohol y el suicidio se incrementan durante las recesiones económicas, no tenemos que alejarnos mucho, lo estamos viendo actualmente. La protección social es fundamental para paliar la aparición de problemas mentales durante las crisis económicas. Pero también acontece con cifras preocupantes en países que, se supone, son las sociedades del confort, pero se han ocupado del confórt material, no han trabajado el alma, las relaciones sociales, la capacidad de amar. La gente muere de soledad. Son hartamente infelices.
Según datos de países europeos, el desempleo no incrementa las tasas de suicidio si el gasto anual en programas de bienestar social es mayor a 190 dólares por persona.
Muchos suicidios no quedan registrados como tales porque la familia lo oculta, lo maquilla, no quiere reconocer que nadie se había querido dar cuenta que esa persona necesitaba ayuda, pedía ayuda, que denunciaba con su enfermedad una perversidad en esa estructura. Esto también tiene que ser tenido en cuenta. El enfermo, el loco, es el emergente grupal, denuncia con su enfermedad que hay algo de esa estructura familiar/grupal que no quiere ser modificado. Su enfermedad es un intento de transformarse, curarse.
Una subida en Estados Unidos del salario mínimo en 1 dólar podría haber evitado 27 000 suicidios, que podrían ser 57 000 si el aumento fuera de 2 dólares según un informe publicado en Journal of Epidemiology & Community Health.
Las personas divorciadas o separadas presentan un riesgo de suicidio mayor que las que están casadas. Esto es especialmente así en el caso de los hombres divorciados ( «The Psychological Effects of Divorce on Fathers» 2019).
Alrededor de un 20 % de los suicidas intentaron matarse previamente; de ellos, el 1 % concretó el suicidio al cabo de un año y el 5 % luego de diez. Esas personas necesitan tratamiento psicoanalítico urgente y sus familias también.
Tampoco el suicidio es un fenómeno exclusivo de las sociedades modernas, en la mayoría de las ciudades-estado de la antigua Grecia el suicidio estaba penalizado. En la antigua Atenas, las personas que se suicidaban sin la aprobación del Estado no podían recibir los honores de un entierro normal.
En la antigua Roma, aunque fue inicialmente permitido, más tarde, fue juzgado como un crimen contra el Estado debido a sus costos económicos.
En la Europa Cristiana pasó a ser estimado como un pecado y fue condenado en el Concilio de Arlés de 452 como una obra de Satanás, además los suicidas eran excomulgados.
En Francia en el año 1670 se promulgó una ordenanza criminal en relación al suicidio: el cadáver del suicida debía ser arrastrado por las calles, cabeza abajo y, luego, arrojado o colgado de una pila de basura.
En el siglo XVIII en Inglaterra el suicidio era un crimen equivalente al asesinato, considerado uno de los delitos más graves, no fue descriminalizado hasta que aprobó la ley sobre el suicidio de 1961.
Durante el Renacimiento, la actitud contra el suicidio comenzó a cambiar. Para el siglo XIX, en Europa el suicidio pasó de considerarse causado por un pecado a ser causado por la locura.
En España y Latinoamérica el suicidio no es un delito, pero sí se castiga su facilitación o instigación por parte de terceros.
También las religiones han respondido al fenómeno. En la mayoría de las formas de cristianismo, el suicidio es considerado un pecado, en gran parte debido a los escritos de influyentes pensadores del Medievo, como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. El suicidio va contra el «orden natural» y por lo tanto interfiere con el plan maestro de Dios para el mundo.
Para el judaísmo, la vida es sagrada y condena el hecho de acortar la vida. Es un acto criminal, incluso los suicidas son considerados como homicidas, y un delito grave, dado que implica «negar que la vida sea un regalo divino» y porque «constituye un desafío a la voluntad de Dios».
En el hinduismo, el suicidio está, generalmente, prohibido, dado que «interrumpe la sincronización del ciclo de muerte y renacimiento». En la religión maya, se consideraba como una manera honorable de morir. En el Budismo, se reconoce que los actos pasados de un individuo influyen mucho en lo que experimenta en el presente; los actos presentes, a su vez, se convierten en la influencia de fondo para experiencias futuras (la doctrina del Karma).
El psicoanálisis considera el suicidio como la más grave consecuencia de la depresión o la melancolía. Además no es la representación del deseo de morir o dejar de sufrir de una persona, es la manifestación de una tendencia hostil hacia otra, EL SUICIDA ES UN ASESINO TÍMIDO. Cuando se mata lo que mata es a ese otro alojado en él del que se quiere vengar, es una reacción extremadamente hostil y por eso el Dr. Pichon Rivière en el servicio de atención al suicida le planteaba la siguiente pregunta a aquél que manifestaba tales intenciones: ¿A quién quiere matar? Esto producía que el paciente en lugar de matarse fuera a la consulta a comenzar su tratamiento psicológico.
La palabra desrealiza, nuestro aparato psíquico está conformado para negar la muerte, nuestra alma es inmortal, pero necesitamos inscribirnos en la mortalidad para comenzar a vivir, para ser sanos, para aprender a sustituir. No hay amor si no puedo separarme de la persona amada. No hay amor cuando no acepto que la persona amada piense diferente de mi. El deprimido tiene dificultades con el amor, tanto que manifiesta autorreproches, disminución del amor propio, se denigra frente a los demás, pero porque con ello obtiene una satisfacción sádica, ya que esas palabras que dice se refieren a otra persona.
Otras estructuras clínicas como la neurosis obsesiva y la histeria también pueden relacionarse con ese desenlace fatal, pero en general el neurótico obsesivo se desmaya antes de ejecutar el acto, o el histérico procura de todas las formas que alguien descubra sus intenciones y le frene.
Gracias a las investigaciones psicoanalíticas sabemos que la problemática principal que se juega en la melancolía es que el sujeto pierde la capacidad de sustitución, no puede sustituir a la persona amada o al ideal perdido por otro.
Freud descubre que el deprimido se identifica, se transforma en la persona que se fue, entonces no perdió a esa persona o ese el ideal, pero lo hace a costa de una pérdida en su yo, una dolorosa pérdida en su yo. El melancólico puede llegar a suicidarse, porque no es a él a quien mata sino que es a la persona amada que lo ha abandonado. Freud dice que sólo es posible matarse si me confundo con otra persona, no existe el suicidio, es un asesinato, al suicida le llama “asesino tímido”.
La melancolía incluye un estado de ánimo profundamente doloroso, cesa el interés por el mundo exterior. Un rasgo fundamental es su pérdida de la capacidad de amar, aunque también es común cuando nos enamoramos. Nos enamoramos, pero de una persona, el mundo somos ella y yo, él y yo, lo demás deja de interesarnos.
En el duelo normal la pérdida es consciente, se murió el familiar, me abandonó mi marido, pero en la melancolía el paciente no sabe lo que ha perdido y si lo sabe, no sabe qué perdió con lo que perdió. En el proceso de duelo la persona lo ve todo gris, pero reconoce que la realidad no es así, que existen los colores, su mirada está nublada por el llanto. En el duelo nunca hay disminución del amor propio, no existe la fantasía de haber intervenido en la pérdida, fue una desgracia, pero no fui yo el responsable. No necesita despreciarse.
DISMINUCIÓN AMOR PROPIO
Una característica esencial de la melancolía es la disminución del amor propio, el paciente se denigra, habla mal de sí mismo, no es merecedor de ninguna consideración. Incluso llega a una delirante espera de castigo o de la muerte.
El melancólico carece de todo pudor, tiene deseos de comunicar a todo el mundo sus defectos, como si en ese rebajamiento lograra una satisfacción. Los reproches con los que el sujeto se abruma corresponden, en realidad, a otra persona, por eso no tiene remordimientos.
Vemos que duelo y melancolía son dos procesos similares, pero hay diferencias que marcan la diferencia entre salud y enfermedad.
En el duelo acaba ganando la realidad, la libido, la energía psíquica que antes estaba puesta en el objeto perdido, va perdiendo sus conexiones con dicho objeto (persona o ideal), paulatinamente y a través de un gasto de energía, pero acaba estableciendo nuevas conexiones con la realidad, acaba sustituyendo. Esa libido vuelve a la realidad en calidad de otros objetos. A medida que voy aceptando que ya no está, que ya no es como yo había imaginado, se va sustituyendo el objeto, un ideal, por otro, ya no soy el que era.
Para poder entender la enfermedad en psicoanálisis hay que entender que el sujeto nunca abandona lo que consigue, y cuando lo abandona, lo abandona con un gran gasto energético, que es la enfermedad. Todo el mundo quiere conservar lo que perdió.
La salud es el engrandecimiento y la liberación de la capacidad de sustituir. ES UN TRABAJO Y ESO SUPONE SEPARARSE DEL PLACER PARA TENER EN CUENTA LO QUE ME CONVIENE.
AMBIVALENCIA AFECTIVA
La carga erótica del melancólico experimenta un doble destino, una parte retrocede hasta la identificación y la otra se detiene en el sadismo bajo el influjo de la ambivalencia. El melancólico no puede sustituir lo perdido, este estancamiento de la libido es lo que le enferma, el deseo es en movimiento.
La enfermedad psíquica no existe bajo el control de la conciencia, todo aquello que yo puedo pensar no me puede enfermar. Hay que tener en cuenta el inconsciente, no piensa, no calcula, sólo le interesa transformarse. La enfermedad no sólo son los síntomas, la enfermedad transcurre inconscientemente, no tengo que tratar lo que aparece. La enfermedad se disfraza.
La única salud psíquica posible es que el sano psíquicamente tiene capacidad de sustituir un objeto amoroso por otro y por otro, un ideal de vida por otro. Hay una ética. La muerte por el camino más largo que es la vida. No se puede vivir sin utopías, hay que generar utopías, hay que generar sueños. Aunque las sociedades actuales no permiten sostener ideales de futuro, han fomentado el individualismo.
La energía psíquica está hecha para ser gastada, el deseo está en permanente actividad, la enfermedad es cada vez que yo detengo el funcionamiento del deseo, que no lo puedo detener.
Cuando el sujeto intenta suicidarse, en realidad no es masoquista, es sádico, está tratando de hacerle daño a alguien. En realidad odia a la persona que lo abandona. La sombra del objeto ha caído sobre su yo.
Todo aquél compromiso que lleve al paciente a hablar, salir de su casa, interesarse por algo, ya es un camino en la curación. Todavía no sabe amar, pero ya ha tenido que hacer el trabajo para interesarse por eso otro que él, eso otro que su ideal perdido, su célula narcisista.
Menassa, en el libro Freud y Lacan – hablados – 3 Duelo y Melancolía, señala que no se puede pensar que cada enfermedad se tiene que tratar de forma diferente. Las leyes generales de método psicoanalítico tienen que estar presentes en todos los tratamientos psicoanalíticos. Una de esas leyes es que el psicoanalista no se puede aplicar lo que no se aplica.
Lo fundamental en el tratamiento de la melancolía es la formación del psicoanalista. Que haya un psicoanalista capacitado para suspender su deseo y desempeñar la función de la escucha. Eso no es posible si no estoy en una escuela, si no asisto de forma productiva a varios seminarios, si no me someto varias veces por semana al trabajo de psicoanalizarme con otro psicoanalista más experimentado, no ocurre si no superviso mi escucha analítica.
Un error no hace daño al paciente, hace daño al psicoanalista.
Cuando no estamos en las condiciones adecuadas para ejercer nuestro trabajo, no sólo no estamos ofreciendo al paciente una escucha adecuada de sus procesos inconscientes, no los tenemos en cuenta somos racionalistas, tango como él, somos tan negadores de lo inconsciente como él, además trabajar todo el día con pacientes mentales sin las condiciones adecuadas de salud mental enferma al profesional, y priva al paciente de un tratamiento efectivo.
El psicoanálisis no cura a nadie, pero el que está decidido a hacer el trabajo para transformarse usa el psicoanálisis como método de autoconocimiento y transforma aquello que le enferma, sustituyéndolo por otra satisfacción menos lesiva. Un amor por otro amor está permitido y es sano, sustituir un trabajo por otro trabajo, muchas veces, es una oportunidad para desarrollar la inteligencia. El que se queda adorando un dios pasado muere mal y prematuramente.
Para Freud, las neurosis son un intento e resolver individualmente aquellos problemas que habrían de se resueltos socialmente por las instituciones, porque nuestro acceso a la comunidad humana nos supone la pérdida de libertad, la renuncia a las pasiones, pero tiene que ofrecernos vías de realización, de satisfacción. Marx llega a decir (en Una contribución a la crítica de la economía política) que el suicidio es un síntoma de la organización defectuosa de la sociedad moderna, en tanto es más manifiesto en tiempos de desempleo industrial y cuando sobrevienen las bancarrotas en serie.
Hay una melancolía en toda producción humana. Tenemos que aceptar que somos mortales y en lugar de deprimirnos, entrar en el proceso creativo. En la melancolía, sin embargo, hay un proceso de sublimación fallido, en lugar de mandarte a trabajar, la melancolía te detiene en el autorreproche. El melancólico no tolera la carencia que le ha mostrado la ausencia del objeto, la caída del ideal.
Freud nos explica cómo la conducta suicida es una queja, un acto de rebeldía y vuelta contra sí mismo. La cultura domina la agresividad del individuo, debilitándolo, haciéndolo vigilar por su Superyó.La ambivalencia afectiva del melancólico es signo de la tensión que existe en su aparato psíquico, tensión entre el Superyó y el Yo que se conoce como sentimiento de culpa inconsciente, busca castigo para poder calmarlo.
El amor del deprimido es ambivalente, ama y odia a su objeto erótico. Hay una regresión a una fase primitiva del funcionamiento mental, la fase sádico anal de la sexualidad infantil, donde la relación del sujeto en ese momento era incorporarse el objeto destruyéndolo. El goce es sádico, pero hay goce.
Al alojar ahora el objeto perdido, el castigo es doble, por un lado le castiga por haberle ofendido/abandonado, pero por otro lado hay culpa, hay necesidad de descargar esa culpa por el odio a la persona amada.
El deprimido no es un ser candoroso, hay que cuidarse de él, pero NECESITA TRATAMIENTO. Todo tratamiento que no aborde los procesos psíquicos inconscientes es suficiente y puede llegar a ser peligroso, en tanto permite que la enfermedad siga evolucionando, demandando cada vez más castigo.
La melancolía exige del tratamiento psicoanalítico que nadie se meta con la vida del paciente, aquí es una prescripción. Meterse con la vida del paciente puede ser catastrófico. Los casos de suicidio en los melancólicos en tratamiento se producen por iatrogenia, enfermedad producida por los médicos, cuando el psicoanalista no pudo dirigir la cura y quiso dirigir la vida del paciente.
La muerte está condicionada biológicamente en nosotros, pero no puede evitar que el ser humano produzca materialidades inmortales. La poesía puede ser un camino para vivir.
Helena Trujillo Luque
Psicóloga y Psicoanalista de la Escuela de Poesía y Psicoanálisis Grupo Cero