Escenas de la vida conyugal
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PSICOANÁLISIS DE LAS RELACIONES DE PAREJA
ERAN UNA PAREJA
Hoy los vi
eran una pareja
por la vida encorvados
cada uno
hundiéndose a pique
por distintas razones.
El hombre ama y odia como hace cuatro mil años
Nuestro objeto amoroso, el otro, es contingente, es decir, es ese, pero podría haber sido cualquier otro. Necesitamos amar, es el ejercicio del verbo amar lo que es necesario, no el otro, cuando hacemos al otro necesario, se fija el deseo, se detiene en un objeto, y el deseo necesita errar.
La necesidad no es amor.
Antes de la época victoriana la gente hablaba libremente del sexo. España es un país atrasado y eso influye mucho en las relaciones de pareja y en las relaciones sexuales entre las personas.
El amor es el sentimiento que permite la reproducción de la especie, por lo tanto quítense de la cabeza que puede existir la no pareja. Se lo sacan de la cabeza, porque sin amor no hay reproducción de la especie y la especie es más grande que el ser humano. El amor es de proveniencia animal, es decir, de la especie. El hombre es un animal, amoldado, reprimido, pero es un animal.
Si el hombre no reconoce que la mujer es una mujer esa mujer no puede tener hijos. Pero si la mujer no reconoce que el hijo lo tuvo con un hombre, el niño no tiene padre, así que fíjense qué fácil es la neurosis.
Estoy con un hombre, lo desprecio, no sólo me va a terminar matando, sino que mis hijos no tienen padre. Estoy con una mujer a la cual no considero una mujer, tendrá hijos pero serán como animalitos, no hijos. Es importante llevarse bien con la gente con la cual me decido a producir algo, no solamente hijos.
Un hombre jamás tiene que querer entender lo que le pasa a una mujer cuando se relaciona con él. Los hombres cometen ese pecado, generalmente, quieren entender a la mujer, cuando a la mujer hay que amarla. Si quiero entenderla la transformo en máquina, en instrumento. Se entienden los instrumentos de trabajo, no los instrumentos del amor.
Menassa pone ejemplos muy ilustrativos:
“Mi pareja me mira mal”; yo no tengo que hacer nada porque cómo sé que me mira mal y no soy yo que le está poniendo a ella una mirada de maldad. “¡Qué me estás mirando!” chao y ahí nos divorciamos o le pego una patada en el culo porque me dice “maricón de mierda que no te estoy mirando”. Pero ¿por qué ella me dice “maricón de mierda”? Porque yo le dije “¡qué me estás mirando!”, el que empezó todo fui yo.
Ella llega del trabajo y ve al marido triste y le dice “No me quieres”. “No, boluda, tengo una deuda de cuatro millones de euros y no la puedo pagar… encima voy a tener el problema de no amarte”. Y ahí empiezo otra pelea.
Llega dos horas tarde, en lugar de abrazarlo porque llegó, le digo: “¿dónde estuviste?”. Estoy hablando de las relaciones de pareja. No, cómo “¿dónde estuviste?”, “Gracias, amor mío” y lo abraza y le dice “gracias por haber venido”.
Podría no haber venido, yo me acuerdo una chica que yo tenía cuando era joven que me dijo “voy a comprar tabaco” y no volvió nunca más, no me aguantaba más, si me decía “me voy” yo la mataba porque era joven y me dijo “voy a comprar tabaco” y no volvió.
Ver el vídeo donde trabajamos este tema.
El que no puede gozar de lo genital es alguien que no puede gozar de nada porque lo genital es una imposición de la especie, es una imposición del universo y lo hace mal, cómo va a hacer para gozar con la pintura que es una imposición de tres pintores, o con la poesía que es la imposición de Menassa.
Lo genital acuérdate que es una imposición… follar bien te lo impone la especie, el universo, la raza humana, la especie humana y lo hace mal, entonces qué puede hacer bien. Por eso que hay otra manera de gozar que lo genital pero, si haces mal lo genital quiere decir que en tu vida está todo mal.
A VECES, ELLA ABRÍA LAS COMPUERTAS DEL ODIO, poema de Miguel Oscar Menassa
A veces, ella abría las compuertas del odio
y de su boca,
como si fuera la cloaca mayor de la ciudad,
salían toneladas de mierda que caían,
inexorablemente, sobre todo el mundo.
Llamaba piojosa a la única amiga que amaba,
le decía impotente al hombre con el cual
hacía el amor, apasionada, todos los días
y miserable al hombre que la mantenía.
Después, descuartizaba en pedazos pequeños,
desde el Presidente de Gobierno y su mujer,
hasta el camarero del mesón de la esquina
y de los hombres decía, llena de amor por ellos:
Los hombres siguen siendo, hoy día,
tan machistas como el siglo anterior
y, ahora, además, el siglo XX, los hizo,
a casi todos, un poco maricones.
Y miraba con firmeza a quien estuviera a su lado
y le decía:
No me vengas, ahora, con que Freud
lo hubiera hecho mejor que yo,
porque Freud está muerto
y me miraba con intensidad y desprecio
como si yo fuera el amante de la muerte.
Detente, le dije un día, detente
o te daré una patada en el coño
que te dejaré seca, ahí, para siempre.
¿A mí, me vas a pegar, a mí?
A mí, marica, no me pegó ningún hombre.
Se nota, dije casi sin decir,
y me senté en el borde de la cama
y me quedé quieto pensando la frase,
maravillosa y siniestra,
que me permitiera pegarle.
Y ella, al grito de muerte al traidor,
como si lo que pasaba fueran los celos,
se abalanzó con rabia y fuerza
contra las ideas que nos permitían vivir
y dijo, con todo el odio acumulado en 100 años:
A mí, no serás tú el que me haga una mujer,
yo necesito un macho que tú nunca serás
y me pegó dos cachetadas como si yo
fuera, exactamente, un niño y, ahí,
fue cuando se hizo la frase:
Ningún hombre te ha pegado nunca
pero yo soy un marica, y, ahí mismo,
le acomodé un derechazo en la mandíbula
y le partí la cara en dos pedazos desiguales
y luego con la izquierda le rompí el hígado.
Cuando la vi cayendo y no podía
alcanzarla con mis puños, le di
cuatro o cinco patadas en el culo
y luego le pisé la cabeza.
Al otro día, los dos en el hospital,
yo con un ataque de depresión,
seguramente, por la culpa inconsciente
por haberle pegado y, después,
en el suelo, cuando ella estaba toda rota
hicimos el amor al estilo clásico.
Y ella, toda vendada y entablillada,
por un agujerito que le quedaba sano
al costado de la boca enrojecida
pudo decirme: Hoy te amo,
ayer estuve con un macho verdadero.
Yo me sonrojé frente a la enfermera
y, como no deseaba pasar
el resto de mi vida en la cárcel,
esa misma mañana comencé
un tratamiento psicoanalítico.
DORMÍAMOS TRANQUILAMENTE CUANDO ELLA, poema de Miguel Oscar Menassa
Dormíamos tranquilamente cuando ella
se levantó sobresaltada y me dijo:
Hoy quiero tener una aventura
vivir lo no vivido, amar lo inexistente
y ya sé que son las tres de la mañana
pero quiero andar un camino nuevo
donde no quede un sólo rastro de mí
así que, por favor, escúchame.
Y no es que a mí, exactamente,
me guste dormir de noche
pero estaba dormido, soñando
tonos del ocre sobre el negro.
Primero tuve ganas de decirle:
“déjame de joder” o bien, indiferente
“¿te parece poca aventura vivir a mi lado?”
pero le dije, dulcemente, haciendo gala
del uso calculado de mi serena voz
cuando pronuncio las vocales:
Oh Diosa, portadora del dolor, te escucho.
Soy esa oreja invencible, habla,
di al viento lo que será del viento
y nadie escuchará.
Ella, tímidamente, recogió la ofrenda
y preguntó ¿entonces puedo hablar,
decir lo que me pasa por la mente
sin convenciones, sin moral, sin castigos?
Bueno, le dije, límites hay siempre,
a fin de mes me tienes que pagar,
y ella se desmayó por primera vez en su vida
aunque por poco tiempo.
Luego se despertó y preguntaba ansiosa:
¿Qué paso, qué pasó, qué fue lo que pasó?
Nada, le contesté, tuviste un orgasmo magistral,
antes de desmayarte, te retorcías y saltabas.
Pero ¿qué estás diciendo, que yo me retorcía?
No, le dije, estoy diciendo que tuviste un orgasmo
y era hermoso ver cómo se descomponía
tu bello rostro con el goce.
¿Mi bello qué? ¿pero qué estás diciendo?
Tu bello rostro, amor mío, tu bello rostro,
esa belleza donde renace, cada vez, el goce.
En ese momento ella dijo: te amo,
cuando mi belleza reina en ti, te amo.
Y no era para menos
esas palabras que le había dicho
antes eran todas de la poesía.
Te amo, decía ella, mientras se desnudaba,
hoy haré de ti amado, mujer y bestia
alondra que deja de volar porque llega el mar,
gacela que escapa sin escapar
y se la come el viento.
Leopardo seducido por las luces
del estallido de la pólvora
que lo matará.
Te haré mi amado, te haré…
Algo avergonzado, la interrumpí
y le dije: ¿Para qué tánto?
y ella me respondió con una pregunta:
¿Amas a otra mujer? eso es lo que pasa
y entonces, desesperado al borde del abismo,
decidí darle lo que pedía cuando le dije:
Sí, estoy enamorado de otra mujer
y ella nunca dejaría de sorprenderme:
Me gustaría conocerla, dijo,
y se quedó dormida.
A la mañana siguiente, al desayuno,
antes de ir a los trabajos,
me besó agradecida y me dijo:
¡Qué aventura que tuvimos anoche!
¡Querido, qué aventura!
UNA VEZ, ELLA ME INTIMIDÓ CON SUS PREGUNTAS, poema de Miguel Oscar Menassa
Una vez, ella me intimidó con sus preguntas:
¿Has tenido alguna vez pasiones verdaderas?
¿Alguna mujer, una idea, algún vicio, el poema?
Quedé como tocado por la nieve, helado.
Venirme a preguntar, precisamente, a mí,
si alguna vez, apasionadamente, entregué mi canto
a la mujer amada o a mis vicios secretos
y sorprendido me pregunté ¿Y ella me lo pregunta?
Ella, que transformó en virtud todos mis vicios
y se quedó a mi lado y, libre, amó todo mi amor.
Pero se fue poniendo triste de sí misma
triste de gozar de la vida y comenzó a sufrir.
Y nada le alcanzaba para seguir sufriendo.
Se ataba a los postes telefónicos,
para escuchar todas las conversaciones
y se metía en la vida de todo el mundo
pero ¡oh! singular mujer, ella,
no estaba en el mundo.
Y se engañaba a sí misma todo el tiempo,
se miraba en el espejo y se decía:
Soy una mujer, y se engañaba a sí misma,
cuando decía: soy una mujer independiente.
Y cuando se daba cuenta hasta con dolor
que no era ella misma la mujer de sus sueños
y que, ella misma, no era para nada independiente
dijo con pasión: Así es la vida, siempre nos engaña.
Hubo mujeres a mi lado
por decir algo, dije,
a quienes les bastaba
que yo tuviera sexualidad,
yo vivía y ellas se conformaban
mirándome vivir.
Esos días, cuando jugábamos a existir
terminábamos destrozados, sin fe
gritándole a la luna nuestro fracaso:
Existir no es posible, ni siquiera jugando.
Soy este trozo oculto para mí,
me decía ella llorando arrebatada
y tú no existes
a menos que esta mujer que soy
lo quiera.
Y el sol existe porque nos da vida
y de tanto nombrarlo lo hemos hecho posible
y nuestro amor, ¿qué sería nuestro amor
sin el beso o la frase de mañana,
que lo irán produciendo?
A mí no me gustaba filosofar,
yo era un hombre concreto
hecho de cal, de arena, de cemento
por eso que, cuando ella hablaba
tratando de eludir en el hablar
el compromiso de poder hacerlo,
yo la amaba por ese desparpajo,
por esa insolencia casi ingenua.
Hablaba del mundo como si ella
no estuviera en el mundo.
A mí me maravillaba su cordura,
su indiferencia, su disociación.
Hablaba de los hombres de las otras mujeres
como si ella fuera extraterrestre o divina
y a mí, hoy quiero confesarlo totalmente,
me enamoraba de ella esa pasión de soledad.
CUANDO ELLA ME ATACABA SIN MOTIVOS, poema de Miguel Oscar Menassa
Cuando ella me atacaba sin motivos,
yo, casi siempre, pensaba lo peor:
celos o dolor o falta de dinero
o la muerte de un familiar querido
o la central eléctrica que saltó en mil pedazos,
una guerra imprevista, la fortuna extraviada
o millones de niños muriéndose de hambre.
Mas ella dijo: No, hoy no me pasa nada,
hoy te ataco porque tengo motivos.
Pero aclararte quiero que, para el dolor,
alcanza un solo ser, querido, muerto.
No busco, especialmente, casi nada.
Cuando me llevo por delante lo que buscaba
algo encuentro pero vuelvo a perderlo
en el próximo paso, la próxima frase,
el polvo próximo, la poesía ahí.
Hablar con ella y hacer el amor con ella
eran dos tareas absolutamente diferentes:
Cuando hablábamos, ella quería decirlo todo,
cuando hacíamos el amor, ella quería que yo
lo hiciera todo, deseo y baile, todo para mí.
La primera vez que la interrumpí
para poder decir mis cosas
me dijo que no fuera machista
que la dejara hablar libremente,
que la dejara desarrollar su vida.
La primera vez que le dije
que fuera más activa sexualmente,
ella me dijo casi sin inmutarse:
¿Porqué no contratas una bailarina?
O, mejor todavía, un profesor de danza
o una masajista clónica y acelerada
y con tanto movimiento no habría poesía
así que calla y come y luego descansa,
ama con pasión esta quietud y escribe.
CUANDO ESTÁBAMOS CON GENTE, ELLA, poema de Miguel Oscar Menassa
Cuando estábamos con gente, ella
hacía de cuenta que nos llevábamos bien.
Cuando otra mujer hablaba de mí,
ella, condescendiente, aprobaba y sonreía.
Cuando un hombre me besaba en la boca,
ella se acercaba con picardía a sus amigas
y les decía, “Vieron es un hombre completo,
un verdadero artista moderno”
y las amigas reían a carcajadas y yo
comenzaba a sentir que ella y sus amigas
me estaban condimentando para comerme.
No es que me diera miedo, exactamente,
pero sus risas siempre me inquietaban
porque me habían contado cuando pequeño
que las mujeres lloran, se quejan, reivindican
todo el tiempo o casi todo el tiempo,
pero cuando una mujer comienza a reír
es porque el amor rompió en su crecimiento
la celda oscura de su corazón
y llegó, encendido,
al centro de su cuerpo.
Es por eso que cuando ríen y ríen
las veo haciendo de mi cuerpo una caricia
y siento, sin comprender los alcances,
que miles de bocas, miles de manos femeninas,
atraviesan todos mis verbos al unísono
y ahí, es cuando caigo, sí señores, caigo,
golpeado por el dolor de lo que nunca seré:
Una mujer riendo junto a otras mujeres,
planeando divertirse con el cuerpo del hombre.
Como si de algo se diera cuenta
dejó de reír con sus amigas y me preguntó:
¿Te pasa algo, querido, te sientes bien?
Nada me pasa, amor, le dije con ternura,
y mi sentir, aunque no lo creas, es todo tuyo
mas, en verdad, estaba preguntándome,
si el movimiento de vuestras tetas al hablar
tiene que ver con alguna frase, alguna palabra
o el movimiento de vuestras tetas
es, simplemente, mientras se habla,
una recomendación de no olvidar el cuerpo.
Tú siempre queriendo sacar enseñanzas
de la nada, dijo coqueta,
mientras se abrazaba a sus amigas
y, entre todas, reían.
ELLA ME BUSCA, SIEMPRE, TODO EL DÍA, poema de Miguel Oscar Menassa
Ella me busca, siempre, todo el día
pero hace de cuenta que no me busca nunca.
Cuando pasa algo entre nosotros ella, siempre,
se sorprende de que le ocurran esas cosas.
Un día me lo dijo: No sé porqué,
a pesar de que no me gusta para nada
terminamos siempre haciendo el amor.
Como si te gustara y no te dieras cuenta.
Ahí estás, otra vez, con el psicoanálisis barato,
me dijo ella entre coqueta y ofendida,
si me gustara te lo pediría, hablaría de ello,
lo hago porque a los hombres les gustan esas cosas.
Por ejemplo, tú, prosiguió valiente,
cuando no hacemos el amor, trabajas menos,
me das menos dinero, te vas con otras mujeres
y hasta eres capaz de decir que soy histérica,
por todo eso hago el amor, pero decir que me gusta,
llamar deseo a mi caridad me parece exagerado.
No te pongas así, si tienes ganas hacemos el amor,
tú te tranquilizas y yo me pongo contenta
por haber sido útil, darle un gusto a mi hombre,
pero decir que me gusta todos los días
y que, a veces, te espero con ansiedad,
es, francamente, una exageración.
Cuando ella me habla así
me deja como distante y frío
y es ahí, cuando ella arremete:
Vienes muy cansado de trabajar
y nunca tienes ganas de hacer el amor.
Me da un beso, eso sí, cariñoso y se duerme.
A la mañana siguiente, claro está,
nos levantamos excitados, torpes, nerviosos.
Ella, durante el desayuno, habla tonterías
y yo le cuento sin ningún interés,
que a la tarde viajo para Thailandia
por negocios y, también,
por drogas y por putas.
Está bien, dijo ella, esta noche,
cuando vuelvas del trabajo,
haremos el amor
Cuando los tres nos encontrábamos ocurrían cosas que, de contarlas, nadie las creería.
Al principio, debo confesarlo, sentí celos cuando ella le chupaba la pija o se besaban en la boca, pero luego se la chupaba yo y en ese acto la besaba en la boca a ella. A esa altura ya no se sabía de quién era la boca y quién tenía pija y en ese no saber, me fui tranquilizando.
Yo, por fin me animé y puse una mano en su concha y con la otra le agarraba la pija a él.
Ella, siempre a punto de ponerse a gritar de goce, y él enloquecido, me enloquecían. Después nos abrazamos y los tres arrodillados en el suelo, casi lloramos emocionados, pero sonreímos.
Siempre escapando del deseo, casi armo una escena de celos en medio del garche cuando ella comenzó, con verdadera pasión contenida, a chuparle el culo.
Ella se lo hace igual que se lo hago yo, este es un hijo de puta, fue lo primero que pensé, luego al verlos a los dos gozar como cerdos y por el goce que eso me brindaba, tuve que reconocer haber deseado con todas mis fuerzas el encuentro.
Imaginé, al abandonarlos, que harían el amor hasta reventar, hasta el amanecer. ¿Quién no lo hubiera hecho?
Cuando él se acercaba a mí, yo la sentía a ella. Cuando yo me acercaba a él, él la sentía a ella. Tardo en entender las cosas del deseo, pero no por complicadas, sino porque nunca pienso que son tan perfectas. Ella estaba presente en todos los movimientos. Era la deseada por los dos.
-Eres el amor venidero… me decía ella.
Nunca antes le había chupado la concha a nadie, menos a una mujer y, sin embargo, mientras lo hacía, sentía que lo había hecho siempre. Una ternura me invadió el alma cuando pensé que no debería sentir celos, entiéndase deseos, por cualquiera. Ese goce estaba reservado para unos pocos.
Cuando nos besábamos los tres era como besar el mismo amor.
Él besaba a su mujer de hace treinta años y yo se lo agradecía, eso más que excitarme me emocionaba. Tomaba sus cabezas y las llevaba hasta mi boca y nos quedábamos así por un rato.
Amé a ese hombre más que otras veces.
Él estaba tan caliente que la pija no se le paraba del todo.
-Por momentos todo parece cosa de mujeres, dijo ella y yo, por un momento, pensé que tenía razón, pero él gozaba más que nosotras dos juntas y yo creo, que se le parara la pija, hubiese sido un descuido, una distracción.
Claramente, algo vivía en nosotros que no éramos nosotros.
Cada uno luego de esa noche tendría uno o varios días menos de dolor.
Al despedirnos nos abrazó a las dos, volvimos a sentir en un segundo lo que habíamos sentido en toda la noche y nos dijo:
-Hoy hemos fabricado varias toneladas de amor.
Amar a sus amores, sin saber cuáles son sus amores, será mi mayor prueba de amor, no como el personaje de la novela de Menassa, donde Miguel, un estudiante de medicina de 18 años, dice que ninguna prueba de amor es suficiente prueba.
-Yo amaré todos tus amores, aun, los que vendrán.
Capítulo VII de la novela “El sexo del amor”
Autor: Miguel Oscar Menassa
Lecturas recomendadas:
- El sexo del amor, un libro de Miguel Oscar Menassa
- Las eternas relaciones de pareja, un libro de Miguel Oscar Menassa
- La mujer y yo, un libro de Miguel Oscar Menassa