Hipnosis vs. Psicoanálisis

Hipnosis vs. Psicoanálisis
PSICOTERAPIA (TRATAMIENTO POR EL ESPÍRITU)
1905
PSIQUE es una palabra griega que en nuestra lengua significa alma. Por tanto, el «tratamiento psíquico» o «psicoterapia» ha de llamarse tratamiento del alma.
«Tratamiento psíquico» denota más bien el tratamiento desde el alma, un tratamiento de los trastornos anímicos tanto como corporales— con medios que actúan directa e inmediatamente sobre lo anímico del ser humano.
Las palabras son los instrumentos esenciales del tratamiento anímico.
¿Cómo con las palabras pueden tener efectos terapéuticos sobre el cuerpo y el alma?
La ciencia ha logrado restituir a la palabra humana una parte, por lo menos, de su antigua fuerza mágica. En el último siglo la medicina realizó, bajo la influencia de las ciencias naturales, los más grandes progresos como ciencia y como arte.
Exploró la estructuración de los organismos a partir de unidades microscópicamente pequeñas (las células), llegó a comprender física y químicamente cada uno de los mecanismos vitales (las funciones), diferenció las modificaciones visibles y palpables de las partes del cuerpo que originan los distintos procesos patológicos, y descubrió también los signos por medio de los cuales los procesos patológicos más ocultos se traducen ya en el ser vivo; finalmente, reveló gran número de agentes patógenos animados, y con ayuda de estos nuevos conocimientos logró reducir en medida extraordinaria los riesgos de las intervenciones operatorias más serias.
Todos estos progresos y descubrimientos se refirieron a lo somático en el ser humano, y así se llegó, debido a una equivocada pero fácilmente comprensible orientación del juicio, a que los médicos restringieran su interés a lo somático y abandonaran el estudio de lo psíquico a los tan menospreciados filósofos.
La medicina se olvidó de dónde provenía. A abordar la vinculación entre lo corporal y lo anímico nunca dejó de representar lo anímico como algo determinado por lo somático y dependiente de éste.
La relación entre lo somático y lo anímico es, en el animal como en el hombre, una interacción recíproca, pero la acción de lo anímico sobre el cuerpo, resultó en los primeros tiempos poco grata a los médicos. Parecían resistirse a conceder cierta autonomía a la vida anímica, como si con ello se vieran expuestos a abandonar el firme terreno de lo científico.
Existe un grupo muy numeroso de enfermos leves o graves cuyos continuos trastornos y padecimientos plantean graves problemas a la habilidad del médico, a pesar de que ni en condiciones clínicas ni en el examen postmortem permiten descubrir signos tangibles o visibles de un proceso patológico. Determinado grupo de estos enfermos se destaca por la variedad y la exuberancia del cuadro clínico; son personas que no pueden realizar ningún esfuerzo mental a causa de sus dolores de cabeza o de su falta de concentración, los ojos les duelen al leer, las piernas se les fatigan al caminar, sintiéndolas sordamente doloridas y como embotadas; su digestión está perturbada por sensaciones molestas, por eructos o por espasmos gástricos; las evacuaciones sólo las realizan con ayuda de medicamentos; dormir les resulta imposible, etc. Todos estos trastornos pueden presentarlos simultánea, sucesiva o sólo parcialmente; mas en todos los casos se trata de una y la misma enfermedad. Además, los síntomas suelen ser muy variables y sustituirse o sucederse mutuamente; el mismo enfermo que hasta el momento estaba impedido de trabajar por los dolores de cabeza, sin que lo molestara su digestión, puede sentirse al día siguiente totalmente aliviado de aquéllos, pero desde ese instante no soportará, por ejemplo, casi ningún alimento. Los trastornos también pueden desaparecer súbitamente ante una modificación profunda de sus condiciones de vida; en un viaje, por ejemplo, podrá sentirse muy bien y saborear sin trastornos las más diversas comidas, pero apenas vuelto a su casa debe limitarse a ingerir leche cuajada. En algunos de estos enfermos el trastorno —un dolor, una debilidad paralizante— hasta puede trocar de pronto el lado del cuerpo afectado, saltando del derecho a la misma región del lado izquierdo.
En todos los casos es posible confirmar que los síntomas se hallan bajo la influencia directa de las excitaciones, de las conmociones emocionales, las preocupaciones, etc., y que pueden desaparecer, cediendo la plaza a una perfecta salud, sin dejar rastro alguno, aunque sean de larga data.
Por fin, la investigación médica ha llegado a revelar que tales personas no deben ser consideradas ni tratadas como enfermos del estómago, de la vista, etcétera, sino que nos encontramos en ellos con una afección del sistema nervioso en su totalidad. SON ENFERMOS PSÍQUICOS.
Estos estados han sido calificados de «nerviosidad» (neurastenia, histeria) y considerados como padecimientos meramente «funcionales» del sistema nervioso. Al estudiarlos la medicina ya no ha podido negar la influencia de su vida psíquica sobre su organismo, o sea que la causa directa del trastorno ha de buscarse en el psiquismo.
Sólo estudiando lo morboso (patológico) se llega a comprender lo normal.
Así, gran parte de los procesos relativos a la influencia de lo anímico sobre el cuerpo siempre fueron conocidos, pero sólo ahora pudieron ser observados bajo su verdadera luz. El ejemplo más común de acción psíquica sobre el cuerpo, observable siempre y en cualquier individuo, nos lo ofrece la denominada expresión de las emociones.
EXPRESIÓN DE LAS EMOCIONES. Casi todos los estados anímicos de una persona se exteriorizan por tensiones y relajamientos de su musculatura facial, por la orientación de sus ojos, la ingurgitación de su piel, la actividad de su aparato vocal y las actitudes de sus miembros; ante todo, de sus manos. Estos cambios corporales concomitantes, por lo general, no le ofrecen al sujeto provecho alguno; muy al contrario, suelen malograr sus intenciones cuando se propone ocultar al prójimo sus movimientos anímicos, pero sirven a los demás, precisamente, como signos fidedignos para deducir aquellos procesos anímicos
Son de todos conocidas las extraordinarias alteraciones de la expresión facial, de la circulación sanguínea, de las secreciones, del estado excitativo de la musculatura voluntaria, que pueden producirse bajo la influencia del miedo, de la ira, del dolor anímico, del éxtasis sexual y de otras emociones.
Así, ciertos estados afectivos permanentes de naturaleza penosa o, como suele decirse, «depresiva», como la congoja, las preocupaciones y la aflicción, reducen en su totalidad la nutrición del organismo, llevan al encanecimiento precoz, a la desaparición del tejido adiposo y a alteraciones patológicas de los vasos sanguíneos.
Además, bajo la influencia de excitaciones gozosas, de la «felicidad», se observa cómo todo el organismo florece y la persona recupera algunas manifestaciones de la juventud. Los grandes afectos tienen, evidentemente, íntima relación con la capacidad de resistencia frente a las enfermedades infecciosas; buen ejemplo de ello es la observación, efectuada por médicos militares, de que la susceptibilidad a las enfermedades epidémicas y a la disentería es mucho mayor entre los contingentes de un ejército derrotado que entre los vencedores.
La duración de la vida puede ser considerablemente abreviada por afectos depresivos y que un susto violento, una injuria u ofensa candentes son susceptibles de poner repentino fin a la existencia.
Todos los estados anímicos, incluso aquellos que solemos considerar como «procesos intelectivos», también son en cierto modo afectivos, y a ninguno le falta la expresión somática y la capacidad de alterar procesos corporales.
Al considerar los dolores, que por lo común se incluyen entre las manifestaciones somáticas, siempre debe tenerse en cuenta su estrecha dependencia de las condiciones anímicas. Tal como los dolores pueden ser provocados o exacerbados dirigiendo la atención sobre ellos, también desaparecen al apartarse ésta. Dicha experiencia se aplica comúnmente para calmar a un niño dolorido; el guerrero adulto no siente el dolor de sus heridas en el febril ardor del combate; es muy probable que el mártir, en la exaltación de sus sentimientos religiosos, en la sumisión de todos sus pensamientos hacia la recompensa celestial que le espera, se torne totalmente insensible al dolor de su tormento.
Sobre la expectación, durante el dominio de una epidemia, los más expuestos son precisamente los que más temen contraer la infección. Lo opuesto es la expectación confiada o esperanzada, es una fuerza curativa con la que en realidad tenemos que contar en todos nuestros esfuerzos terapéuticos o curativos. Las verdaderas curas milagrosas se producen en creyentes bajo la influencia de ceremonias destinadas a exaltar los sentimientos religiosos, o bien en los sitios de veneración de imágenes milagrosas. La fe religiosa, por sí sola, no parece hallar fácil el desplazamiento de la enfermedad con la única ayuda de la expectación, pues en todas las curas milagrosas suelen intervenir además otras ceremonias o actividades.
Estas ocurren efectivamente, siempre han ocurrido, y no sólo afectan los padecimientos de origen anímico, que podrían tener origen en la «imaginación», o sea que podrían ser particularmente influidos por las circunstancias de la peregrinación, sino que también influyen sobre las enfermedades «orgánicamente» fundadas, que hasta ese momento habían resistido a todos los esfuerzos médicos. La fe piadosa del individuo es exaltada por el entusiasmo de la multitud.
LA FAMA DEL MÉDICO. MÉDICO DE MODA. Siempre existen tratamientos y médicos de moda que dominan particularmente a la alta sociedad, donde el afán de contarse entre los primeros y de emular a los más encumbrados constituye la más poderosa fuerza impulsora del alma. Tales tratamientos de moda tienen efectos absolutamente ajenos a su acción propia, y un mismo recurso terapéutico, en manos de un médico de moda, conocido quizá por haber asistido a un personaje destacado, tiene una acción mucho más poderosa que si fuera aplicado por otros médicos.
Sólo llega a establecerse una sólida expectación confiada, una esperanza en la curación, cuando el terapeuta no es médico y, más aún, cuando puede vanagloriarse de ignorar los fundamentos científicos de la terapéutica, o tratándose de remedios, cuando no han sido aprobados por ensayos minuciosos, sino que los recomienda únicamente la preferencia popular.
La expectación confiada con que viene al encuentro de la influencia directa ejercida por el agente terapéutico depende, por un lado, de la magnitud de su propio anhelo de curación, y por el otro, de su confianza en haber emprendido los pasos adecuados para alcanzarla, o sea de su respeto ante el arte médica en general y del poderío que conceda a la persona de su médico, así como de la simpatía puramente humana que éste sepa despertar en él.
Siempre, en tiempos pasados mucho más aún que en el presente, los médicos han practicado la psicoterapia. Los pueblos primitivos apenas disponían de algo más que de la psicoterapia; además, nunca dejaban de apoyar el efecto de los brebajes curativos y de las maniobras terapéuticas por medio de un insistente tratamiento psíquico.
La personalidad del médico es uno de los factores cardinales para crear en el enfermo el estado anímico favorable a la curación.
La palabra es el medio más poderoso que permite a un hombre influir sobre otro.
Todas las influencias psíquicas que han demostrado ser eficaces para la eliminación de la enfermedad poseen cierto elemento de inconstancia.
El destino cura a menudo enfermedades mediante conmociones felices, por la satisfacción de necesidades, la realización de deseos; con él no puede competir el médico, que, fuera de su arte específica, suele estar condenado a la impotencia. Quizá esté más al alcance de sus facultades el despertar el miedo y el susto con fines terapéuticos; pero, excepto en el niño, vacilará mucho en recurrir a tales armas de doble filo. Por otro lado, toda vinculación con el paciente basada en sentimientos tiernos ha de quedar excluida para el médico a causa de la importancia fundamental de los estados anímicos así suscitados.
HIPNOSIS.
En el año 1500 a/c, en Ebers (Antiguo Egipto):
El documento escrito más antiguo, del que se dispone, que nos narra cómo la hipnosis era utilizada en tiempos remotos es El Papiro de Harris, también llamado Papiro Mágico o Papiro de Ebers. Escrito en lengua egipcia hierática cerca del 1.500 antes de Cristo. Describe cómo los adivinos egipcios empleaban métodos hipnóticos muy parecidos a los practicados actualmente. Muestra a un sacerdote egipcio magnetizando a un paciente o adepto. Los jeroglíficos reflejados en las pinturas murales del Templo de Imotep (Dios de la curación) muestran escenas similares.
En el año 500 a/c, en Grecia:
Los sacerdotes y hierofantes griegos practicaban técnicas parecidas a las inducciones hipnóticas en los llamados Templos del Sueño, con fines curativos.
En Grecia se utilizaban para consultar los oráculos. En el templo de Delfos se podía leer “gnosei seauton” (conócete a ti mismo) y se trabajaba con la medicina psicosomática y la curación a través de inducciones hipnóticas. En los escritos de platón podemos encontrar innumerables referencias a la medicina psicosomática, como por ejemplo: “Cuida bien el alma si no quieres enfermar del cuerpo y de la cabeza”.
En la Edad Media se produjo la máxima represión de esta actividad, puesto que al imponerse una doctrina cristiana altamente rígida y conservadora, todo acto ajeno a ella, como es el caso de la inducción hipnótica o una simple referencia a la hipnosis eran considerados como una obra de superchería y brujería. En la Edad Media, la enfermedad era considerada como una posesión demoníaca.
El empleo sistemático de la hipnosis comenzó con Franz Anton Mesmer en el siglo XVIII. Mesmer estaba convencido de que el magnetismo podía curar muchas enfermedades. Mesmer vio la hipnosis como un caso típico de magnetismo animal, a través del cual se podía influir o comunicarse con el sujeto a hipnotizar, obtuvo conductas extrañas que fueron precisamente originadas por un fluido emitido por los humanos.
El 5 de diciembre de 1859 Pierre Paul Broca, descubridor del área del lenguaje en el cerebro llamado área de Broca, practica en el hospital Necker de Paris una operación bajo anestesia hipnótica de la que da cuenta delante de la Academia de las Ciencias poco después, con ello lanzó la hipnosis al mundo médico actual.
Bernheim crea junto con Liébeault la “Escuela psicológica de Nancy”, auténtica pionera en el estudio de la hipnosis, y opuesta a la “Escuela neurofisiológica de París” del Hospital de la Salpetrière, en la que el neurólogo francés más importante de aquellos tiempos, Charcot, impartía sus lecciones de neurología, pero también de psiquiatría e hipnosis. Las publicaciones de Bernheim son predecesoras de la moderna medicina psicosomática, y de las aplicaciones de la hipnosis en este tipo de enfermedades. Estimaba la posibilidad de despertar recuerdos que al parecer estaban completamente borrados en el paciente.
Los seres normales serían hipnotizables con particular facilidad, y de los nerviosos, muchos son sumamente reacios a la hipnosis, mientras que los enfermos mentales son totalmente refractarios. El signo más importante de la hipnosis radica en la conducta del hipnotizado frente a su hipnotizador. En efecto, mientras el sujeto se conduce con respecto al mundo exterior como un durmiente, o sea que le sustrae todos sus sentidos, se mantiene despierto para la persona que lo ha colocado en hipnosis, y sólo ve, comprende y responde a ésta. La ejecución de la obediencia del hipnotizado hacia el hipnotizador es característica del estado hipnótico, la influencia de la vida psíquica sobre lo corporal se halla extraordinariamente aumentada en el hipnotizado. Cuando el hipnotizador le dice que no puede mover el brazo, éste cae, privado de toda movilidad; el sujeto apela manifiestamente a todas sus fuerzas, pero no alcanza a moverlo. La palabra realmente ha vuelto a recuperar su poder mágico.
Una credulidad como la que el hipnotizado ofrece a su hipnotizador sólo se encuentra en la vida real en la actitud del niño para con sus amados padres, y semejante conformación de la propia vida psíquica a la de otra persona, con análogo sometimiento, tiene un único parangón — pero éste es absoluto— en ciertas relaciones amorosas con abandono total.
Tal como es posible inducir al hipnotizado a ver lo que no existe, también se le puede prohibir que vea algo que existe y que se impone a sus sentidos.
¿La hipnosis parecería estar destinada a satisfacer todas las necesidades del médico en la medida en que éste pretende actuar frente a sus pacientes como un «médico de almas»? En efecto, el hipnotismo le confiere una autoridad que concentra la totalidad del interés psíquico del hipnotizado sobre la persona del médico y anula en el paciente la autonomía anímica.
Qué ocurre, cuando las circunstancias exigen la aplicación continuada de la hipnosis, se establece una habituación a la misma y cierta dependencia del médico hipnotizante que no se contaba entre los propósitos iniciales del tratamiento.
Las hipnosis realmente profundas, con docilidad total, son en realidad raras y en todo caso no tan frecuentes como sería deseable en el interés de la terapéutica. Las distintas personas manifiestan susceptibilidades muy dispares a la hipnosis terapéutica. El grado de docilidad accesible a la sugestión depende todavía mucho más del paciente que del médico o sea que la acción terapéutica sigue estando librada al enfermo.
Órdenes, —como, por ejemplo, la de desnudarse, impartida a una mujer habitualmente pudorosa, o la de robar un objeto valioso dada a un hombre honesto—, permiten advertir en el hipnotizado una resistencia que puede llegar al punto de impedirle totalmente obedecer a la sugestión. Ello nos demuestra que, aun con la mejor hipnosis, el poder que ejerce la sugestión no es ilimitado, sino sólo de determinada magnitud. El sujeto hipnotizado se muestra dispuesto a hacer pequeños sacrificios; pero es reacio a los grandes, igual que en la vida vigil.
Si la sugestión logra eliminar las manifestaciones patológicas, sólo ejerce tal efecto por poco tiempo. Al cabo de cierto período, los síntomas reaparecen y es preciso volver a combatirlos por una nueva hipnosis con sugestión. Si este ciclo se repite a menudo, generalmente concluye por agotar la paciencia del enfermo y la del médico, llevando al abandono del tratamiento hipnótico.
Un año más tarde, en el texto Sobre psicoterapia (1905) dice Freud: Entre la técnica sugestiva y la analítica existe una máxima oposición, aquella misma oposición que respecto a las artes encerró Leonardo de Vinci en las fórmulas per via di porre y per via di levare. La pintura, dice Leonardo, opera per via di porre, esto es, va poniendo colores donde antes no los había, sobre el blanco lienzo. En cambio, la escultura procede per via di levare, quitando de la piedra la masa que encubre la superficie de la estatua en ella contenida. Idénticamente, la técnica sugestiva actúa per via di porre; no se preocupa del origen, la fuerza y el sentido de los síntomas patológicos, sino que les sobrepone algo —la sugestión— que supone ha de ser lo bastante fuerte para impedir la exteriorización de la idea patógena. En cambio, la terapia analítica no quiere agregar nada, no quiere introducir nada nuevo, sino, por el contrario, quitar y extraer algo, y con este fin se preocupa de la génesis de los síntomas patológicos y de las conexiones de la idea patógena que se propone hacer desaparecer.
Freud renuncia la técnica sugestiva, y con ella a la hipnosis, porque duda mucho que la sugestión tuviera fuerza y persistencia suficientes para garantizar una curación duradera. Precisamente la hipnosis tiene el inconveniente de ocultarnos el funcionamiento de las fuerzas psíquicas, no dejándonos reconocer, por ejemplo, la resistencia, con la cual se aferran los enfermos a su enfermedad y se rebelan contra la curación, factor que es precisamente el único que puede facilitarnos la comprensión de su conducta en la vida.
Habrá de poner en manos del médico armas mucho más poderosas todavía para combatir la enfermedad. Los medios y los caminos conducentes a tal objetivo surgirán de una comprensión profunda de los procesos de la vida anímica.