La angustia, ¿qué es y de dónde viene?
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La angustia, ¿qué es y de dónde viene?
La angustia es una de las problemáticas psíquicas más acuciantes y paralizantes para las personas. Muchos la siguen calmando con fármacos, consiguiendo no resolverla sino cronificarla. Te explicamos de dónde viene la angustia y por qué hay que tratarla con psicoanálisis.
Lejos de ser un afecto patológico, la angustia está presente en el funcionamiento psíquico normal. “La angustia, la tristeza, a veces el dolor, no son sino condimentos normales de toda vida interesante, de todo momento de creación, pero también la tristeza, la angustia, el dolor lleva en ocasiones a la mutilación, a la enfermedad, a la muerte”. (Miguel Oscar Menassa).
La angustia es el afecto por excelencia. Ha sido estudiada por la filosofía, la teología y las ciencias del hombre en general. Fue a comienzos del siglo XX, con la producción de la Teoría del Inconsciente de Sigmund Freud, cuando se pudo establecer una etiología y un tratamiento posibles. Todo síntoma posee -como los actos fallidos y los sueños – un sentido propio y una íntima relación con la vida íntima de las personas, pero a ese conocimiento sólo podemos llegar a través de la interpretación psicoanalítica.
Hablamos de ansiedad cuando el malestar o displacer psíquico se siente sólo en el psiquismo, no tiene trastornos corporales. El sujeto presenta una mala tolerancia de la incertidumbre y la espera. La mayoría de las veces el ansioso prefiere concluir rápidamente las cosas para no sentir ansiedad, o directamente no iniciarlas. Es como una actitud vital, un cierto apuro por vivir, como si se fuera a acabar la vida rápido, a veces es más insoportable a veces que la angustia.
La angustia es señal de un peligro, un deseo inconsciente que el sujeto no puede elaborar psíquicamente. El suceso que habría dejado tras de sí tal huella afectiva sería el nacimiento, al cual resultaban adecuadas las influencias propias de la angustia sobre la actividad cardiaca y la respiración. Así, pues, la angustia primera habría sido una angustia tóxica. Toda situación de peligro provoca en la vida anímica un estado de gran excitación, que es sentido como displacer y que el sujeto no puede dominar. Esto hace referencia al factor cuantitativo, el quantum de excitación y cómo la tendencia a la descarga es impuesta por el principio del placer.
La angustia se va a manifestar por síntomas corporales que a veces se dan juntos o por separado: opresión precordial, alteración del ritmo respiratorio o del ritmo circulatorio, sensación de ahogo, mareo. El paciente muestra un estado de excitabilidad general y sensibilidad ante los estímulos auditivos. La espera angustiosa es común como si estuviera esperando siempre una mala noticia, una visión pesimista de las cosas. También puede darse como ataques de angustia, con síntomas tan varios como: perturbaciones de la actividad cardíaca, perturbaciones de la respiración, ataques de sudor, temblores, convulsiones, ataques de bulimia, vértigos, diarreas. Es como si el sujeto no tolerara pensar, o elaborar psíquicamente, aquellos estímulos que su propio cuerpo produce, tales como los estímulos de su sexualidad. Al producirse cualquier tipo de excitación orgánica, el sujeto, en lugar de elaborarlo tanto física como anímicamente, lo elabora solamente con el cuerpo.
Luego partimos de la diferenciación entre angustia real y angustia neurótica, viendo en la primera una reacción aparentemente comprensible al peligro, esto es, a un daño temido procedente del exterior, y en la segunda, algo enigmático y como inadecuado.
En un análisis de la angustia real la redujimos a un estado de atención sensorial y tensión motora extremadas, al que denominamos disposición a la angustia. De éste se desarrollaría la reacción de angustia, de la cual serían posibles dos desenlaces: o bien la repetición de la antigua vivencia traumática, se limita a una señal, y entonces la reacción restante puede adaptarse a la nueva situación de peligro; o bien, aparece la angustia y la parálisis ante la situación peligrosa.
La angustia neurótica la observamos en tres circunstancias:
- Como angustia general en la neurosis de angustia típica, la encontramos en la forma de espera angustiosa, todo es interpretado como algo peligroso.
- En las fobias, donde el sujeto teme algo, un objeto o situación, aunque reconocemos que el temor es exagerado.
- La angustia propia de la histeria y otras formas de neurosis que acompaña a los síntomas.
Pongamos un ejemplo:
Julián, que desea alejarse de los padres y forjar su propia vida, no puede, eligiendo la misma carrera que su padre, comparándose continuamente con él y manteniendo una íntima relación con la madre. Su dificultad para la toma de decisiones propias y llevarlas adelante y un miedo a decepcionar a los demás, sobre todo a su padre, hablan de una infantilización de su sexualidad.
Para entender la angustia hay que aceptar que el sujeto psíquico no viene hecho, su sexualidad se constituye durante los primeros años de su vida. El Edipo siempre es una relación triangular, una relación con el otro con la presencia de un testigo, como mínimo, no hay constitución del Yo sin el otro. Lo que interrumpe el placer, la tranquilidad, es la sexualidad, porque la sexualidad es aquello que nos trae la mortalidad. Sexual quiere decir siempre con el otro, una cadena.
Sumido en su relación imaginaria, el sujeto vive acosado por pasiones que desconoce pero que están marcadas por el sello del Complejo de Edipo. La función sexual no es ni puramente psíquica ni puramente somática, sino que ejerce a la vez su influencia sobre la vida anímica y sobre la vida corporal.
El curso del tratamiento lleva al sujeto de la posición hijo y objeto, a plantearse la de padre y sujeto de los deseos. El ideal de psicoanálisis del paciente no será el completo dominio de sí mismo, la ausencia de pasión, sino hacerle capaz de sostener una conversación a tiempo. Aprender a conocer qué es lo que le angustia le ayudará a comprender algunas de sus reacciones y le permitirá aceptar cierto grado de incertidumbre.
Él puede comenzar a ser un hombre y producir su propia vida sólo si puede interrumpir esa forma de gozar, si puede transformar su posición psíquica. El psicoanálisis está especialmente indicado para este tipo de pacientes, pues su cometido es hacer que el sujeto tenga acceso a la palabra, a la elaboración simbólica, es decir, que el sujeto hable con otra cosa que no sea su cuerpo, alcanzando una elaboración psíquica de aquello que por ahora sólo discurre a nivel somático. En definitiva, para que aprenda a gozar de otra manera. Sólo si acepto la muerte es que puedo empezar a vivir. La angustia es aquella señal donde vuelvo a ser ese niño.
Con la angustia no vamos a acabar, acompañará al sujeto durante toda su vida. El neurótico se diferencia entonces del sujeto normal en el hecho de intensificar exageradamente sus reacciones a los deseos. Lo que cura al paciente es que haya alguien que esté escuchando atentamente lo que le sucede, alguien que piense su crecimiento. Cuando interviene el psicoanalista, comienza el psicoanálisis, pero la cura ya comenzó antes.
Hemos llegado a conclusiones importantes:
Con respecto a la expectación angustiosa, la experiencia clínica nos ha probado su relación regular con la economía de la libido en la vida sexual. La causa más ordinaria de la neurosis de angustia es la excitación frustrada. Una excitación libidinosa es provocada, pero no satisfecha, no utilizada, y en lugar de esta libido desviada de su utilización surge la angustia.
La soledad, así como las caras desconocidas, despiertan la añoranza de la madre; el niño no puede dominar ni mantener en suspensión esta excitación libidinosa y la transforma en angustia. Esta angustia infantil no debe, pues, adscribirse a la angustia real, sino a la angustia neurótica. Nos muestra una de las formas en que nace la angustia neurótica, por transformación directa de la libido.
De la angustia en la histeria y en otras neurosis hacemos responsable al proceso de la represión. Es la idea la que experimenta la represión y la que eventualmente queda deformada hasta resultar irreconocible; pero su montante de afecto es transformado regularmente en angustia, y por cierto indiferentemente de su naturaleza, sea agresión o amor.
En ambos casos se ha hecho inutilizable un montante de libido.
PUEDES VER EL VÍDEO DONDE HABLAMOS DE ESTE TEMA DE LA ANGUSTIA
Hay una importante relación entre el desarrollo de angustia y la producción de síntomas: la de que se representan y se reemplazan mutuamente.
Así, el enfermo de agorafobia comienza sus padecimientos con un acceso de angustia en la calle. Este acceso se repetiría cada vez que volviera a salir de casa. Por tanto, el sujeto crea el síntoma de la agorafobia, que es una inhibición, una limitación funcional del yo, y se ahorra así el acceso de angustia.
Lo inverso lo vemos cuando interferimos en la producción de síntomas. Si impedimos al enfermo obsesivo llevar a cabo su ceremonial de limpieza, es presa de un estado de angustia intolerable, del que su síntoma le hubiera evitado. Y parece como si el desarrollo de angustia fuese lo primario y la producción de síntomas lo secundario, como si los síntomas fuesen creados para evitar la explosión del estado de angustia.
Las primeras neurosis de la infancia son fobias, ahí vemos cómo un desarrollo de angustia inicial es rescatado por una producción posterior de síntomas.
Lo que inspira el temor es, claramente, la propia libido.
La diferencia con la situación de la angustia real está en dos extremos: en que el peligro es un peligro interior en lugar de exterior y en que no es conscientemente reconocido.
En las fobias vemos claramente cómo este peligro interior es transformado en un peligro exterior, o sea, cómo la angustia neurótica es transformada en aparente angustia real.
El enfermo de agorafobia teme regularmente las tentaciones que en él despiertan las personas que encuentra en la calle. En su fobia lleva a cabo un desplazamiento, y lo que en ella teme es una situación exterior. La ventaja que ello le representa es, evidentemente, su creencia de que así ha de serle más fácil protegerse. De un peligro exterior puede uno salvarse con la fuga; en cambio, la tentativa de fuga ante un peligro interior es una empresa harto difícil.
Las tres clases principales de angustia —la angustia real, la neurótica y la de la conciencia moral— pueden ser referidas a las tres dependencias del yo; esto es, a su dependencia del mundo exterior, del ello y del super-yo. Con esta nueva interpretación ha pasado también a primer término la función de la angustia como señal anunciadora de una situación peligrosa.
La represión no crea la angustia. Esta existe con anterioridad. Y es ella la que crea la represión. Pero ¿qué angustia puede ser? Sólo la angustia ante un peligro exterior, o sea, una angustia real.
El peligro real que el niño teme como consecuencia de su enamoramiento de la madre es el castigo de la castración. Lo decisivo es que el peligro es un peligro que amenaza desde el exterior y que el niño cree en su efectividad.
Sospechamos que en las épocas primordiales de la familia humana, el padre, celoso y cruel, castraba realmente a sus hijos adolescentes, y la circuncisión, que entre los primitivos constituye tan frecuentemente un elemento de ritual de entrada en la edad viril, es un residuo fácilmente reconocible de ella. El miedo a la castración es uno de los motores más frecuentes y energéticos de la represión y, con ello, de la producción de neurosis.
El miedo a la castración no es, naturalmente, el único motivo de la represión, pues no se da ya en las mujeres, las cuales pueden tener un complejo de la castración, pero nunca miedo a la castración. En su lugar aparece en ellas el miedo a la pérdida del amor, la cual es visiblemente una continuación del miedo del niño de pecho cuando echa de menos a su madre.
Toda época del desarrollo lleva adscrita como adecuada a ella una condición de angustia, o sea, cierta situación peligrosa.
- El peligro del desamparo psíquico ajusta con el estadio de la falta de madurez del yo;
- el peligro de la pérdida del objeto (o pérdida de amor) ajusta con la falta de auto-suficiencia de los primeros años infantiles;
- el peligro de la castración ajusta con la fase fálica;
- y, por último, el miedo al super-yo ajusta con la época de latencia.
En el curso del desarrollo deberían ser abandonadas las condiciones de angustia anteriores, pues el robustecimiento del yo desvaloriza las situaciones peligrosas correspondientes. Pero ello sólo sucede muy incompletamente.
Muchos hombres no consiguen superar el miedo a la pérdida del amor, no se hacen nunca independientes del amor de los demás y continúan en este aspecto su conducta infantil.
El miedo al super-yo no encuentra normalmente un fin, puesto que, como angustia a la conciencia moral, es indispensable en las relaciones sociales, y el individuo sólo en casos rarísimos puede hacerse independiente de la sociedad humana.
Hay modificaciones de esta angustia infantil en épocas posteriores, así se continúa, por ejemplo, el miedo a la castración bajo la máscara de la fobia a las enfermedades de transmisión sexual.
No cabe duda de que aquellos individuos, a los que llamamos neuróticos, permanecen infantiles en su conducta ante el peligro y no han dominado condiciones de angustia ya anticuadas.
La angustia produce la represión. Cómo sucede esto:
El Yo advierte que la satisfacción de un impulso inconsciente emergente provocaría una de las situaciones peligrosas muy bien recordadas. Por tanto, dicha tendencia inconsciente tiene que ser suprimida, detenida, debilitada en algún modo. Así lo consigue el Yo cuando es fuerte y ha incorporado a su organización el impulso inconsciente correspondiente. Pero el caso de la represión es aquél en que el impulso pertenece todavía al Ello y el Yo se siente débil. Entonces el Yo recurre a una técnica idéntica en el fondo a la del pensamiento normal. El yo anticipa, pues, la satisfacción del impulso instintivo sospechoso y le permite reproducir las sensaciones displacientes de la situación peligrosa temida. Con ello entra en juego el automatismo del principio del placer-displacer, que lleva entonces a cabo la represión del impulso inconsciente peligroso.
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