LA ENFERMEDAD DE LA TORTURA

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LA ENFERMEDAD DE LA TORTURA: LA NEUROSIS OBSESIVA

En las causas patológicas de la neurosis distinguimos dos clases: aquellas que el hombre trae consigo a la vida —causas constitucionales— y aquellas otras que la vida le aporta —causas accidentales—, siendo precisa, por lo general, la colaboración de ambos órdenes de causas para que surja la neurosis.

Las evoluciones del yo no se han desarrollado siempre tan irreprochablemente que la función total haya experimentado sin defecto alguno la correspondiente modificación progresiva. Allí donde una parte de dicha función ha permanecido retrasada en un estado anterior, queda creado lo que llamamos un «lugar de fijación», al cual puede retroceder luego la función en caso de enfermedad por perturbación exterior.

Nuestras disposiciones son inhibiciones de la evolución.

    La anticipación temporal de la evolución del yo a la evolución de la libido ha de integrarse también entre los factores de la disposición a la neurosis obsesiva. Tal anticipación obligaría, por la acción de los instintos del yo, a la elección del objeto en un período en que la función sexual no ha alcanzado aún su forma definitiva, dando así origen a una fijación en la fase del orden sexual pregenital.

Las ideas obsesivas se muestran inmotivadas o disparatadas, lo mismo que el texto de nuestros sueños, la primera labor que plantean es la de darles un sentido y un lugar en la vida anímica del individuo. Una vez que descubrimos la relación de la idea obsesiva con la vida del paciente, se hace accesible a nuestra penetración todo lo enigmático que el producto patológico entraña, o sea su significación, el mecanismo de su génesis y su procedencia de las fuerzas instintivas psíquicas dominantes.

No es cierto que los neuróticos obsesivos, que en nuestros días sufren la presión de una supermoral, no se defiendan sino contra la realidad psíquica de las tentaciones y se castiguen tan sólo por impulsos no traducidos en actos. Tales tentaciones e impulsos entrañan una gran parte de realidad histórica. Estos hombres no conocieron en su infancia sino malos impulsos, y en la medida en que sus recursos infantiles se lo permitieron, los tradujeron más de una vez en actos. Durante su infancia pasaron, en efecto, por un período de maldad, por una fase de perversión, preparatoria y anunciadora de la fase supermoral ulterior. La analogía entre el primitivo y el neurótico se nos muestra, pues, mucho más profunda si admitimos que la realidad psíquica, cuya estructura conocemos, ha coincidido también al principio, en el primero, con la realidad concreta; esto es, si suponemos que los primitivos llevaron a cabo aquello que según todos los testimonios tenían intención de realizar.    

Las neurosis de transferencia (neurosis obsesiva, histerias y fobias) se producen frente a la negación del yo a satisfacer una tendencia pulsional dominante en el Ello. El yo se defiende con el mecanismo de la represión; pero lo reprimido retorna mediante una satisfacción sustitutiva, con en el síntoma, que se impone al yo como una transacción entre la prohibición y el deseo.

La neurosis, entonces, resulta de una excesiva represión. 

Para el psicoanálisis, un síntoma es una manera de procesar un deseo intolerable para el sujeto. El síntoma es un intento de solución. La neurosis es un medio de retraerse del conflicto entre dos instancias psíquicas, el yo y el Ello, en definitiva, de huir de las dificultades de la vida. Toda neurosis se acaban mermando las relaciones que el sujeto mantiene con la realidad.

Lo que en un principio se llamó trauma sexual, debe ser sustituido por el “infantilismo de la sexualidad”. El neurótico permanece en la sexualidad infantil. La neurosis obsesiva manifiesta sus primeros síntomas, por lo común, en el segundo período de la infancia (de los seis a los ocho años).

Los enfermos de neurosis obsesiva muestran, generalmente, las siguientes manifestaciones: experimentan impulsos extraños a su personalidad; se ven obligados a realizar actos que no les proporcionan placer alguno, pero no pueden dejar de llevarlos a cabo; su pensamiento está ligado a ideas totalmente absurdas ajenas a su interés, no puede obviarlas, suponen para él una intensa actividad intelectual que le agota, piensa constantemente en ello y le aparta de las cosas importantes de su vida. Aparecen precauciones o prohibiciones, ceremoniales destinados a evitar una situación temida. Aparece la duda, un estado que se va extendiendo a otras situaciones de su vida y que le va sumiendo en una perpetua indecisión, robándole energía y privándole de tomar decisiones importantes para su desarrollo vital. Su cárcel, cada vez es mayor.

El neurótico tiene erotizado el pensar, y esto debido a la introversión de la libido, el neurótico se relaciona con objetos imaginarios y renuncia a los actos necesarios para la consecución de sus fines en los objetos reales, perdiendo así su relación con la realidad. La inseguridad y la duda que son rasgos inseparables del obsesivo. La creación de la inseguridad es uno de los métodos que la neurosis emplea para extraer al enfermo de la realidad y aislarle del mundo.

El paciente puede llegar a manifestar cuáles son esas ideas obsesivas absurdas que le embargan, pero no el motivo de las mismas y el por qué necesita ocuparse permanentemente de ellas. El origen de su existencia es desconocido para el enfermo. El psicoanálisis ha descubierto que los procesos conscientes no engendran síntomas neuróticos. El conocimiento de dicho sentido debe hallarse basado en una transformación interna del paciente, transformación que sólo mediante una labor psíquica cotinuada y orientada hacia un fin determinado puede llegar a conseguirse.

Un paciente obsesivo relató a Freud esta anécdota: Caminando un día por un parque le dio un puntapié a una rama caída en el suelo. La recogió y la tiró en el seto. Camino a su casa se inquietó con la posibilidad de que la rama en su nueva posición pudiera dañar a alguien. Se vio obligado a abandonar el tranvía y volver al parque para recolocar la rama en su posición inicial.

Tales acciones obsesivas en dos tiempos, donde el primero es cancelado por el segundo, es típico de la neurosis obsesiva, y expresan el amor y el odio, dos mociones de intensidad casi igual.

La evolución de los actos obsesivos puede describirse en la forma siguiente: Tales actos, al principio muy lejanos a lo sexual, comienzan por constituir una especie de conjuro destinado a alejar los malos deseos y acaban siendo una sustitución del acto sexual prohibido, imitándolo con la mayor fidelidad posible.

Los síntomas, tan abundantes en la neurosis obsesiva, se agrupan por su tendencia. Por un lado, están las prohibiciones, medidas preventivas y penitencias y, por otro, satisfacciones sustitutivas disfrazadas simbólicamente. La mayoría de los síntomas en la neurosis obsesiva son reproches transformados, que retornan de la represión y que se refieren a una situación sexual de la niñez ejecutada con placer. La culpabilidad y los reproches están muy presentes. El sujeto se culpa por haber gozado y debe castigarse.

La neurosis obsesiva, junto a la histeria y la fobia (es decir, las neurosis de transferencia), nos hablan de un conflicto frente la sexualidad infantil. El neurótico está juzgando un deseo infantil reprimido con la moral adulta, actual, está juzgando con la moral actual un periodo infantil amoral. Los síntomas pueden, por tanto, corresponder, ora a sucesos que han acaecido realmente, y a los cuales debemos reconocer una influencia sobre la fijación de la libido; ora a fantasías de los enfermos, carentes de toda actuación etiológica. La investigación psicoanalítica nos ha mostrado que la libido de los neuróticos se halla íntimamente enlazada a los sucesos de su vida sexual infantil. Los sucesos infantiles no han tenido en la época en que se produjeron significación alguna y sólo regresivamente han llegado a adquirirla.

En la neurosis obsesiva los sucesos infantiles pueden haber sucumbido al olvido, muchas veces incompleto, pero los motivos recientes aparecen conservados en la memoria. En lugar de olvidarlo, ha despojado al trauma de su carga de afecto. Muy raramente es reproducido este recuerdo y no desempeña papel alguno en la actividad consciente del paciente.

El neurótico obsesivo conoce sus traumas y no los conoce. Ignora su significación.

No es, pues, nada raro que los enfermos de neurosis obsesiva atormentados por autorreproches y que han enlazado sus afectos a motivos erróneos, comuniquen al médico los verdaderos, sin sospechar que sus reproches corresponden a ellos, hallándose tan sólo desconectados de los mismos.

Por ejemplo:

Un funcionario que padecía innumerables preocupaciones, paciente de Freud, le llamó la atención por el hecho de pagar los honorarios de las consultas con billetes de Banco tersos y limpios. En una de estas ocasiones le dije, bromeando, que su calidad de funcionario público se revelaba en aquellos flamantes billetes, directamente percibidos de las cajas del Estado, respondiéndome él que tales billetes no eran, en modo alguno, nuevos, sino que tenía la costumbre de limpiarlos y plancharlos en su casa, pues le daba remordimiento de conciencia entregar a alguien billetes sucios, en los que seguramente había de haber millones de microbios que podían causar graves daños a quien los recibiera.

Freud ya sabía de la relación de las neurosis con la vida sexual, e interroga al paciente por la suya. Su respuesta fue que no advertía en ella anormalidad ninguna ni sentía carencia de nada, y agregó la confesión siguiente: «Desempeño en muchas casas de la burguesía acomodada el papel de un viejo pariente amable y lo aprovecho para invitar de cuando en cuando a una muchacha joven a hacer una excursión por el campo, arreglándomelas de manera que perdamos el tren y tengamos que pasar la noche fuera de la ciudad. Desde luego, tomo dos cuartos; pero cuando la muchacha se acuesta entro en el suyo y la masturbo con mis dedos». «¿Y no teme usted causarle algún daño, infectándole los genitales con sus manos sucias?» El sujeto se mostró indignado. «¿Qué daño voy a causarles? A ninguna le ha sentado mal hasta ahora, y muchas de ellas están ahora casadas y me siguen tratando». Tomó muy a mal mi observación y no volvió a la consulta de Freud.

El odio es el precursor del amor. Los neuróticos obsesivos han desarrollado una supermoral para defender su amor de objeto contra la hostilidad que acecha tras de él. En estos pacientes se observa una regresión a una fase primitiva del desarrollo psicosexual.  Una vez alcanzada la fase genital de la libido, se produce una regresión a la fase sádico anal, que marcará un predominio del erotismo anal en el obsesivo. Esta regresión a la organización pregenital permite que los impulsos eróticos se transformen en impulsos agresivos contra el objeto amado.

El Yo se defiende de estas tendencias por medio de formaciones reactivas y medidas de precaución, forzándolas a permanecer inconscientes. El superyo, la instancia moral alojada en nuestro aparato psíquico, se conduce como si el yo fuera responsable de esas tendencias hostiles, por eso el superyo es hostil y severo con el yo inocente.

El obsesivo se siente culpable de algo que desconoce, culpable de algo que no cometió. Los sucesos infantiles evocados o reconstituidos por el análisis se presentan como una mezcla de verdad y mentira. Los síntomas pueden, por tanto, corresponder, ora a sucesos que han acaecido realmente, y a los cuales debemos reconocer una influencia sobre la fijación de la libido; ora a fantasías de los enfermos, carentes de toda actuación etiológica.

Una de las características fundamentales de la neurosis obsesiva es la erotización del pensamiento. Hay una importante ambivalencia afectiva que se ve reflejada en síntomas donde hay una acción y la siguiente que pretende borrarla. En cada decisión a la que se enfrente encuentra por los dos lados, impulsos contrarios. En los casos menos complicados, el síntoma es de dos tiempos, o sea, que al acto que ejecuta cierto mandamiento sigue inmediatamente otro que suprime o deshace lo hecho, aunque no llegue a realizar lo contrario. Se mantiene una lucha constante contra lo reprimido. Este camino de la neurosis obsesiva perturba, entre otras cosas, el trabajo, debido a una continua distracción y a la pérdida de tiempo de las incesantes interrupción y repeticiones.

Veamos otro ejemplo, veamos el caso del Hombre de las ratas, su amada le había dado calabazas 10 años antes, desde entonces el paciente vivía épocas en las que creía amarla intensamente y otras en las que presentaba una absoluta indiferencia. Tal ambivalencia se manifestaba especialmente con ella, a quien por momentos quería y por momentos pensaba que no valía la pena, o bien tenía fantasías de venganza hacia ella, muchas veces escondida en fantasías de ternura.

En una ocasión en que cayó gravemente enferma, enfermedad que intensificó su interés por ella, surgió en el sujeto el deseo de que tal enfermedad la obligase a permanecer para siempre en el lecho. El paciente interpretó ingeniosamente tal idea en el sentido de que si deseaba verla siempre enferma, era para libertarse de la angustia insoportable que le producía el pensamiento de que una vez curada pudiese enfermar de nuevo.

Tenía muchas fantasías vengativas.

En la represión del odio infantil contra el padre hemos de ver el proceso que obliga a entrar en el cuadro de la neurosis, ya que, si contra un amor intenso se alza un odio casi tan intenso como él, la consecuencia inmediata tiene que ser una parálisis parcial de la voluntad, una incapacidad de adoptar solución alguna. La ambivalencia es algo simultáneo, una amalgama de amor y odio hacia el mismo objeto. En la represión del odio infantil contra el padre hemos de ver el proceso que obliga a entrar en el cuadro de la neurosis, ya que, si contra un amor intenso se alza un odio casi tan intenso como él, la consecuencia inmediata tiene que ser una parálisis parcial de la voluntad, una incapacidad de adoptar solución alguna.

En la fobia y en la neurosis obsesiva vemos cómo, tanto uno como otro, van desarrollando síntomas para no sentir angustia, es decir, que si impedimos que el obsesivo lleve a cabo sus rituales o cualquiera de sus síntomas, entra automáticamente en angustia.  El obsesivo está también dominado por un sentimiento inconsciente de culpabilidad, tiene culpa por algo que no ha cometido y que desconoce, y busca cometer transgresiones e infringir prohibiciones para poder así hacerse merecedor de castigos que den razón de ser a su culpa y al mismo tiempo la aplaquen.

Cuando el sujeto piensa algo relacionado con su deseo, surge en él el temor de que va a suceder algo terrible, lo que se llama el temor obsesivo. En el temor obsesivo el afecto penoso toma claramente un matiz inquietante y supersticioso, y da ya origen a impulsos tendentes a hacer algo para alejar la desgracia, se impondrán las consecuentes medidas defensivas.

El sujeto aquejado de neurosis, por sí mismo no puede hacer otra cosa que desplazar o sustituir su obsesión, reemplazando una idea absurda por otra, cambiando de precauciones y prohibiciones o variando el ceremonial. El enfermo obsesivo vive encarcelado, su enfermedad es una huída, su intolerancia a aceptar las diferencias sexuales, en ultima instancia

EJEMPLO CLÍNICO: MIEDO A LA SUCIEDAD

Una mujer, que se lavaba las manos cien veces al día, y por no tocarlos con ellas abría los pestillos de las puertas empujándolos con el codo.

Era el caso de lady Macbeth. Las abluciones tenían un carácter simbólico y se hallaban destinadas a sustituir por la pureza física la pureza moral, que la sujeto lamentaba haber perdido. Se atormentaba con el remordimiento de una infidelidad conyugal, cuyo recuerdo había decidido ahogar.

 Aquello que nos enferma no está en el exterior, ni en el pasado, aquello que nos enferma y que nos mantiene en la enfermedad está en nosotros mismos, aunque no podamos entenderlo con la razón.

Pensamientos del orden de preguntarse por la propia sexualidad, dudar de los deseos, pensarse como homosexual, sentir deseo donde no lo hay o dudar de amar a la pareja, pensamientos agresivos o sexuales que conducen al paciente a retraerse o sentirse un pervertido, pensamientos que sólo en psicoanálisis podrá encauzar hacia el bienestar y la salud.

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