¿DÓNDE HABLO? ¿QUIÉN ME ESCUCHA?
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¿DÓNDE HABLO? ¿QUIÉN ME ESCUCHA?
11 de Marzo de 2023
Museo del Patrimonio Municipal de Málaga
Y habitaremos cementerios
donde el arte sea retrato del pasado
la frialdad de paredes sin músculo
sin la imaginación de cuerpos en movimiento.
Los poetas no saben lo que dicen, escriben y dicen de nosotros lo que tanto a la ciencia le cuesta luego describir y medir. Freud, el doctor Sigmund Freud, un gran lector, desde ya su juventud, luego mostraría ser un gran científico produciendo la Teoría del inconsciente y el método de interpretación psicoanalítico, además fue gran escritor al que le concedieron el premio Goethe de literatura, Freud se sirvió de la lectura poética para acercarse sin los obstáculos morales a la naturaleza psíquica del ser humano.
Este, para serlo, si lo es, si se ha desarrollado entre otras personas, hablantes, en una comunidad de humanos, por ese pasaje entre cachorro animal y cachorro humano que será su infancia y sus primeras imprimaciones, experiencias, deseos, sus primeras reacciones ante ellos, por la duradera dependencia infantil hacia los padres y familiares, así como por las limitaciones que la vida social y cultural nos imprime para poder acceder a ella, sufre, es decir, tiene que renunciar a algo ampliamente anhelado y que consideraba suyo.
Por esta herida del hombre, que para serlo tengo que pagar el precio en vida. Para vivir tengo que entregar mi vida, hacer algo de lo que me proponen, fracasar o triunfar y estar insatisfecho en cualquier caso.
El sueño de la inyección de Irma, que el propio Freud sueña para el hombre futuro, es inaugural, “el sueño de los sueños”, dice Lacan, con este ejemplo de interpretación de un sueño nos indica el camino de aplicación de un método que permite descifrar las claves de nuestro funcionamiento psíquico, el poder de nuestra mente. Hasta ese momento histórico, comienzo del siglo XX, las ciencias aún no disponían de un andamiaje teórico que pudiera explicar la etiología de los procesos psíquicos, tanto normales como patológicos, ningún método que pudiera conocer y modificar los procesos inconscientes reprimidos en una persona.
Freud, con el método psicoanalítico privilegia la escucha, lo que nos importa es el relato que hace el paciente del sueño, sus recuerdos, las ideas que aparecen en su mente. La asociación libre del paciente y no la búsqueda conducida hacia ninguna parte. El que habla sabe sin saber que sabe. Nos estamos expresando, estamos hablando permanentemente porque somos hablados por el lenguaje y el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Hablamos con la boca, y con nuestros gestos, con nuestras elecciones, con nuestras indecisiones, con nuestros síntomas… Hablamos. Tiene que haber alguien que haga el trabajo de escucharnos.
Lo que Freud descubre con sus pacientes y luego ve que en las personas normales pasa lo mismo, es que las tendencias o deseos sexuales infantiles que han sido reprimidos, no han desaparecido, permanecen vivitos y coleando, y aprovechan cualquier energía disponible para poder expresarse en la vida consciente de la persona, en este caso el sujeto que se psicoanaliza, el paciente, como lo queramos llamar. Sólo hablamos de procesos inconscientes en alguien que esté dentro del campo que marca el método psicoanalítico, alguien que hable libremente en transferencia ante un psicoanalista. Eso no nos pasa caminando por la calle o conduciendo. Uno no se entera de nada. Lo que uno cree, no es.
El pensamiento inconsciente, la forma de expresarse de esos procesos primarios que son la raíz de nuestra vida psíquica o nuestra alma, funciona de una forma muy diferente a la de los procesos conscientes. El inconsciente no está unido a palabras, no reúne cualidades psíquicas para poder ser captado por los sentidos de la conciencia. Los deseos inconscientes que han sido reprimidos exportan su carga afectiva sobre otros pensamientos, recuerdos expresables con palabras, para atravesar la censura, como una frontera que separa esos impulsos inconscientes primitivos, infantiles, de las percepciones de nuestra conciencia, es decir, la parte de nosotros que está en relación con su conciencia moral, es decir, hay censura porque hay represión, la represión persigue la evitación del displacer, trabaja para el principio del placer. Estas nuevas e indiferentes representaciones o recuerdos, a su vez podrán acceder a la conciencia si no producen displacer, pues se produciría un nuevo rechazo.
Entonces, claro, todos podemos ser sujetos del inconsciente, todos somos psicoanalizables, pero tenemos que asumir las condiciones que exige la experiencia psicoanalítica, para que el psicoanalista pueda interpretarte y tú puedas tener un conocimiento más amplio de ti mismo.
Ahora podríamos decir: ¡Helena, para!
¡Mejor no saber nada, me complicaría la vida!
Lo que pasa es que la vida es compleja, tiene varios pisos, puertas, ventanas, tapias, precipicios, elevadores, puentes, …. La vida simple no es vida, no es vida humana. Para tener una vida humana tengo que aceptar los pactos que te privilegian como humano y, también, te someten. Es un diezmo que no todos lo pagamos de la misma manera. El neurótico, el que no quiere saber nada de sí mismo, que no quiere complicarse, que se tapa los ojos para no ver, que se hace la víctima, ese, pobrecito, es el que más padece, va a lomos de un caballo desbocado. El enfermo orgánico paga con su padecimiento esta contradicción de fuerzas.
Hay quienes, por su naturaleza, sus elecciones, llegan a la vejez sin haber padecido mucho, habiendo desarrollado sus capacidades y experimentado gozo sin enfermedad. La mayoría, cuando ha superado la satisfacción de las necesidades básicas de existencia, se enfrenta a un mundo civilizado que coarta grandes fuentes de satisfacción para los humanos con el objeto de que ocupen su lugar en la estructura social para que se sostenga. De esta manera, esa represión que cohesiona la sociedad, también aprieta y desperdicia la inteligencia y la capacidad creadora humanas. El enfermo habla con sus síntomas, con sus repeticiones, con sus nuevas represiones. El sano quiere conocer y crea nuevas oportunidades, promueve el cambio, la metonimia. La salud produce más riqueza porque permite que las personas puedan aprovechar sus recursos personales, su gran potencial humano, la joya de la corona, su deseo inconsciente, su permanente capacidad de transformarse, desplazarse.
Eso es el hombre, pero también más allá, el humano que somos también se calla la boca, tapa la boca, reprime y se reprime, se castiga, golpea, crea crueles injusticias, vías inservibles, tira lo que da alimento a otras personas. El ser humano es cruel, es egoísta, permanentemente quiere ser el único.
Los sueños, los olvidos, lapsus, errores de la vida cotidiana, los síntomas patológicos que se producen en nuestra vida son la expresión disfrazada de los deseos reprimidos de nuestro período sexual infantil, donde se desarrollaron nuestros afectos, nuestra huella digital del deseo humano.
Esas producciones psíquicas son la manifestación de un preciso funcionamiento psíquico que siempre consigue su objetivo, someterse al principio del placer, evitar el displacer en el aparato. La angustia es la manifestación de que no se está respetando ese equilibrio. Un funcionamiento extremadamente preciso, eficaz, y que escapa a los alcances de nuestra consciencia o nuestra razón poder entender. Para comprenderlo, tendremos que transformarnos en un soldado del inconsciente, es decir, estar dispuestos a un contrapensamiento, a manejarnos en coordenadas otras de la consciencia..
Y un psicoanalista también habla, también sueña, pero cuando está trabajando no, no puede desear, no puede fantasear, ocuparse de su vida, su deseo tiene que ser escuchar el relato del paciente, el relato inconsciente, es decir lo que se expresa entre líneas, cuando se equivoca, cuando hace algo que no esperaba. Ahí es donde escucha.
El político, el guarda de seguridad, la enfermera, también sueñan, claro, no les vamos a quitar ese gusto, todos los humanos soñamos, porque cuando nos vamos a dormir y, tenemos que dormir, nuestro sujeto biológico lo necesita, cuando dormimos, soñamos, porque nuestro aparato psíquico no deja de funcionar. Es un trabajador 24 horas 7 días a la semana, sin descanso, y sin jubilación, si se jubila, mal asunto. Por eso, ese trabajador, tan fiel, tan necesario, lo tenemos que cuidar, lo tenemos que escuchar. ¿Qué me está diciendo? ¿Qué necesita qué…? Escuchar es lo que permite la comunicación, si no estamos en un monólogo, cada uno dice lo suyo y aquí paz y después gloria, no ha pasado nada. No es así, las personas necesitamos, repito, necesitamos hablar, necesitamos que nos escuchen, necesitamos gozar, jugar, sorprendernos con algo nuevo.
Podemos hablar y hablar, y hablar y que nada resulte significante, pero va a suceder una repetición, y por haberse repetido, eso se hará significante, se hace sujeto.
Para el psicoanálisis, un síntoma es una manera de procesar un deseo intolerable para el sujeto, que al expresarse satisface a una parte de nosotros y disgusta a la otra parte, causa displacer. Pero un síntoma es una solución, una transacción. Y esto no es mejor ni peor, es una manera, aunque también hay otras que producen resultados diferentes. En muchas ocasiones, los síntomas ayudan a los pacientes a llegar a la consulta de un psicoanalista, de un médico. Pero claro, el médico nada reconoce del inconsciente, el médico diagnostica y trata a partir de los síntomas, busca erradicarlos, pero no conoce su origen, no conoce el motivo por el cuál el sujeto ha producido ese síntoma. El psicoanálisis reconoce que hay una parte importante del sujeto que rechaza la curación, que obtiene sus ventajas con la enfermedad. Entonces el psicoanálisis piensa la salud como una producción, el paciente tiene que producir su deseo de curarse en el tratamiento, su deseo de hacer algo diferente para la descarga, elegir el camino de la vida y no el de la muerte.
Freud nos viene a decir que suceden cosas en nosotros sin que nuestra conciencia intervenga para nada, y que eso que sucede en nosotros sin la intervención de nuestra conciencia -y que determina nuestros actos- son los procesos inconscientes, que tienen una lógica diferente de la de la conciencia, pero lógica al fin. El inconsciente tiene su leyes de funcionamiento.
Dice el maestro psicoanalista Miguel Oscar Menassa, que cuando no se acepta ser enfermo por hablar, se enferma uno de enfermedades. Cuando no se acepta que mi enfermedad es ser un ser hablante, entonces me tengo que enfermar de enfermedades, de neurosis, de perversión, porque en la medida que niego y según en qué medida niegue ser un ser parlante, niego la identificación primordial, niego la fase del espejo, o niego mi entrada en el lenguaje. Es decir, soy un psicótico, soy un enfermo psicosomático, o soy un neurótico, según el grado de negación de que soy un ser hablante.
La enfermedad del ser humano es hablar, pero es una enfermedad que tengo que sobrellevar, porque hablar, para poder hablar tengo que haber aceptado que soy un ser mortal. Ésa es mi enfermedad, que no soy inmortal.
Luego, claro, está ese recuadrito que nos dejan para vivir, que cada vez es más pequeño, que además nos dicen calla, no pienses, no preguntes, no busques, una multa aquí, un castigo en la familia, el maestro que envidia tu juventud… Uno se refugia como puede donde puede. A no ser que le ayudemos a fortalecerse frente a las palabras, a no ser tan negacionista o moralista, a tolerar eso que no coincide con sus sueños y es su vida, la realidad. A trabajar para transformar sus posibilidades, para poder crear y gozar del espectáculo de un humano con procesos inconscientes, sexuado.
Hablo, pero quién me escucha, quién entiende lo que verdaderamente quiero expresar. Mi dolor es verdadero, mi incapacidad de dar un paso es verdadera, pero expresa un conflicto de tendencias que lucha en uno mismo sin nuestro conocimiento. Los síntomas y enfermedades psíquicos son la expresión de deseos inconscientes reprimidos y por ello la escucha del psicoanalista permite interpretarlos y permite amortiguar la lucha que se juega en cada sujeto. Por ese motivo se dice que el psicoanálisis es liberador.