LA SUBLIMACIÓN, SU FUNCIÓN EN EL ARTE Y LA SALUD

LA SUBLIMACIÓN, SU FUNCIÓN EN EL ARTE Y LA SALUD

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Si hay algo humano no es el deseo sino la sublimación del deseo.

La sexualidad humana y no la genitalidad animal es lo que puede sublimar el hombre para amar, estudiar, escribir, investigar y cualquier otra manifestación artística y científica. Junto a la fuerza de lo pulsional en el hombre tenemos que admitir su capacidad de sublimar. El hombre es capaz de posponer la satisfacción sexual, es capaz de cambiar el fin sexual por otro no sexual, es capaz de desplazar el afecto de una idea a otra, consigue que el afecto (energía, libido, pulsión, etc.) sea derivado, consiga una expresión. Sublimamos con la pulsión al igual que reprimimos con la pulsión.

Comenzar a hablar es entrar en el mundo de la cultura, es civilizamos, es humanizamos, es entrar en el mundo simbólico en el cual aparece el otro, el semejante, aparece el interlocutor porque aparece el tercero que es la palabra, es decir, aquello que va a interrumpir definitivamente el idilio imaginario del cachorro humano que es el niño, con la madre todopoderosa que le da la vida.

Gracias a la sublimación las actividades psíquicas superiores, tanto científicas como artísticas e ideológicas, pueden desempeñar un papel muy importante en la vida de los pueblos civilizados. Podríamos decir que la sublimación es un destino impuesto por la cultura.

Estudiando el mecanismo de sublimación, Freud se da cuenta que el sujeto, para sublimar necesita energía, necesita libido y que esa energía el sujeto la sustrae del objeto amoroso, se la quita al objeto amoroso. Esa energía que quita a los objetos, deviene libido narcisista, es decir, una energía del Yo. Entonces, con esa energía en el Yo es que se sublima; con esa energía narcisista. Con esto demuestra también que el narcisismo es absolutamente necesario, que no se puede abolir, que ese amor por sí mismo es absolutamente necesario pues de él parten las energías de la sublimación.

Sublimación llama Freud a todo desvío de la libido que en lugar de quedarse en el Yo, se transforma en producción social: puentes, pavimentos, trabajos, poesía, teatro, pintura, es decir, todo aquello que tenga como destino alguien a quien realmente no conozco. Es por eso que hay una definición del amor en el campo de la sublimación, es decir, no del amor narcisista.

Amar es dar lo que no tengo a quien no es.

La sublimación es el mecanismo psíquico en el cual se asienta la producción de la civilización. No es tan descabellado pensar como piensan algunos investigadores que en la horda primitiva, allí donde los hombres se comían unos a otros, de golpe dejaron de hacerlo para poder construir puentes para cruzar un río, para transformar la naturaleza. Pero antes de eso tuvieron que hablar. Entonces, la palabra en el hombre se genera frente a la necesidad del trabajo, es decir, frente a la necesidad de transformar la naturaleza. Tuvieron que hablar para poder sublimar, tuvieron que hablar para dejar de ser animales, para poder dar comienzo a la historia del hombre, a la historia de la civilización.

Trabajar es un acto de amor cuando el trabajo realizado genera más riqueza que la necesaria para pagar el trabajo, cuando hay ganancias, cuando se benefician otros.

El hombre es capaz de posponer la satisfacción sexual, es capaz de cambiar el fin sexual por otro no sexual. En definitiva, el hombre es capaz de desplazar el afecto de una idea a otra y lo importante sería que el afecto (energía, libido, etc.) sea derivado, es decir, consiga una expresión.

La sublimación no es efecto de la frustración y tampoco es represión. Para el psicoanálisis sublimar es un mecanismo y por tanto algo que funciona o no funciona. El neurótico, podríamos decir, se distingue por su mayor o menor capacidad de sublimar. En realidad enfermamos de no poder sublimar.

Sublimamos con la pulsión al igual que reprimimos con la pulsión. Esto quiere decir que no se trata de reprimir contenidos por ejemplo rechazados por nuestra moral. Se trata de que la represión es un mecanismo que queda instalado en el niño, de manera normal cuando accede al lenguaje. Cuando lo reprimido retorna en el psiquismo tenemos la elaboración de un síntoma y cuando lo que está en juego es la repetición de esa búsqueda cuya necesidad es repetir, estamos ante la sublimación. Y ambas cuestiones son fundamentales para explicar la sexualidad humana.

La pulsión sexual es un compuesto de muchas pulsiones parciales- se halla probablemente más desarrollada en el hombre que en los demás animales superiores-, y es en él mucho más constante, puesto que ha superado casi por completo la periodicidad, a la cual aparece sujeto en los animales. Pone a la disposición de la labor cultural grandes magnitudes de energía, pues posee en alto grado la peculiaridad de poder desplazar su fin sin perder grandemente en intensidad. Esta posibilidad de cambiar el fin sexual primitivo por otro, ya no sexual, pero psíquicamente afín al primero, es lo que designamos con el nombre de capacidad de sublimación. Contrastando con tal facultad de desplazamiento que constituye su valor cultural, la pulsión sexual es también susceptible de tenaces fijaciones, que lo inutilizan para todo fin cultural y lo degeneran, conduciéndolo a las llamadas anormalidades sexuales.   

El Yo emplea tres mecanismos:

  • La represión: niega el deseo y lo relega al inconsciente.
  • La identificación: trata de transformar al yo en el objeto deseado.
  • La sublimación: da al deseo instintivo una satisfacción parcial sustituyendo el objeto inaccesible por otro relacionado, no reprobado por el superyo o el mundo exterior.

La represión es el menos eficaz de estos tres métodos porque es imposible desantender los deseos instintivos. La intensidad de la libido reprimida aumenta mucho con la represión.

El mecanismo de sublimación es el mecanismo por excelencia que le permite a esta bestia que es el hombre ser un ser social, recogiendo libido de los objetos como cuando se vuelve loco, pero en lugar de volverse loco, genera civilización, es decir, genera social-histórico. La producción científica y el amor son el mismo grado de sublimación. Es decir, si hay algo que no es el deseo, es la producción artística y científica y el amor. Sólo se puede sublimar libido objetal, pero para poder sublimar tengo que retirar la libido puesta en el objeto, igual que hace el melancólico, y transformarla en libido del yo, es decir, libido narcisista. Desde ese lugar ahora el yo del sujeto sublima; quiere decir que el mismo mecanismo que me mete en la melancolía o que me instala el Superyó, también me permite la sublimación

La enfermedad no es la pérdida del deseo. Cuando se va enfermando sigue deseando y cada vez peor, lo que se deteriora es la capacidad de trabajo, se deteriora el mecanismo de la sublimación, se deteriora la capacidad de relacionarse. Las perversiones no constituyen una bestialidad ni una degeneración en el sentido emocional de la palabra; son el desarrollo de gérmenes contenidos en la disposición sexual indiferenciada del niño y cuya represión u orientación hacia fines asexuales más elevados – sublimación- está destinada a producir buena parte de nuestros rendimientos culturales. Así cuando alguien ha llegado a ser manifiestamente perverso, será más exacto decir que ha permanecido tal y representa un estadio de una inhibición del desarrollo. Los neuróticos son todos ellos personas de inclinaciones perversas enérgicamente desarrolladas, pero reprimidas en el curso del desarrollo y relegadas al inconsciente.

Es la demanda amorosa la sublimación humana por excelencia, por lo tanto el deseo nos queda no como algo exactamente humano sino como una situación intermedia entre la necesidad que desea cosas, el amor que desea sujetos humanos, que desea que el otro me ame, desea que el otro sea como yo sujeto de esa pasión, sujeto de esa frase. Le exijo al otro cuando le exijo que me ame, que él también esté sujeto a esa frase, a esa pasión, le pido que sea como yo: un humano que ame.

La posibilidad de sublimación es transformar aquel animal que fui y que por estar reprimido en mí siempre retorna en hechos sociales e históricos.

Eso que anida como reprimido, la horda primitiva, comerse al padre, anida como reprimido en el ser humano. Sus efectos prehistóricos, esas tendencias brutales son transformadas por el mecanismo de sublimación característico de lo humano, en un delicado poema, en un puente, en la abnegada vida de una maestra con sus alumnos.

Cuando se va enfermando se sigue deseando y cada vez peor, lo que se deteriora es la capacidad de trabajo, la capacidad de sublimación. Lo que antes no pudo dominar ahora en su actual madurez sí podrá. La sublimación hace posible el aprovechamiento de esa energía reprimida para fines más elevados. La sublimación es la realización de un deseo inconsciente no fallido.

El deseo no tiene ningún objeto ni real ni humano, no tiene objeto. A la sed no le da lo mismo comer piedras, al amor no le da lo mismo que el otro no quede sujeto de la frase, que no lo ame. Al deseo no le interesan esas cosas, esto en tanto –como nosotros sabemos– el histérico desea que su deseo se realice como insatisfecho. No tiene nada que ver ni con la demanda amorosa ni con la necesidad.           

Aceptar la mortalidad es un grado más de humanización que permite la sublimación, es decir, que la libido se desplace del yo hacia un producto social.

La ocultación del cuerpo, exigida por la civilización, mantiene despierta la curiosidad sexual, que tiende a contemplar el objeto por descubrimiento de las partes ocultas, pero que puede derivarse hacia el arte (sublimación) cuando es posible arrancar su interés de los genitales y dirigirlo a la forma física y total.    

Las perversiones no constituyen una bestialidad ni una degeneración en el sentido emocional de la palabra; son el desarrollo de gérmenes contenidos en la disposición sexual indiferenciada del niño y cuya represión u orientación hacia fines asexuales más elevados —sublimación— está destinada a producir buena parte de nuestros rendimientos culturales.

La sublimación no es efecto de la frustración y tampoco es represión.

Es incalculable la importancia del trabajo en la economía libidinal. Ninguna otra “técnica de orientación vital”, liga al individuo tan fuertemente a la realidad como la acentuación del trabajo, que por lo menos lo incorpora sólidamente a una parte de la realidad, a la comunidad humana. La posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos, y aún eróticos de la libido, confiere a aquellas actividades un valor que nada cede en importancia al que tienen como condiciones imprescindibles para mantener y justificar la existencia social.

La actividad profesional ofrece particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, es decir, cuando permite utilizar, mediante la sublimación, inclinaciones preexistentes y tendencias instintuales evolucionadas o constitucionalmente reforzadas. No obstante, el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad, no se precipita a él como a otras fuentes de goce. La inmensa mayoría de los seres sólo trabajan bajo el imperio de la necesidad y de esta natural aversión humana al trabajo se derivan los más dificultosos problemas sociales.              

  Cuando falta una vocación especial que imponga una orientación imperativa a los intereses vitales, el simple trabajo de los oficios manuales, accesible a todo el mundo, puede desempeñar la función que tan sabiamente aconseja Voltaire. Es imposible considerar adecuadamente en una exposición concisa la importancia del trabajo en la economía libidinal.

Ninguna otra técnica de orientación vital liga al individuo tan fuertemente a la realidad como la acentuación del trabajo, que por lo menos lo incorpora sólidamente a una parte de la realidad, a la comunidad humana. La posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aun eróticos de la libido, confiere a aquellas actividades un valor que nada cede en importancia al que tienen como condiciones imprescindibles para mantener y justificar la existencia social.

Fuentes:

  • Sigmund Freud. Thomas Woodrow Wilson, un estudio psicológico.
  • Sigmund Freud. La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. 1908
  • Sigmund Freud. Análisis fragmentario de una histeria. Caso Dora.
  • Sigmund Freud. Tres ensayos para una teoría sexual, 1905
  • Freud y Lacan -hablados 1 –  Miguel Oscar Menassa.
  • Freud y Lacan -hablados 4 –  Miguel Oscar Menassa.
  • Freud y Lacan – hablados – 6 Miguel Oscar Menassa
  • https://www.redalyc.org/journal/3691/369163433023/html/

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