LA VERDAD EN LOS LAPSUS
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LA VERDAD EN LOS LAPSUS
En 1901 Sigmund Freud publica “Psicopatología de la vida cotidiana” mostrando que: el olvido de nombres propios, los lapsus, los actos fallidos, entre otos, constituyen formaciones del inconsciente, como lo son los sueños, cada una con una singularidad.
Los lapsus no pueden considerarse como producto de un estado patológico, para Lacan son actos logrados. No hay error que no se formule y enseñe como verdad.
NUESTROS ACTOS FALLIDOS SON ACTOS QUE TRIUNFAN.
Son fruto de la expresión de los deseos inconscientes reprimidos. La palabra auténtica, dice Lacan, tiene otros modos, otros medios, que el discurso corriente.
Se producen cuando una persona dice una palabra por otra, escribe algo diferente de lo que tenía intención de escribir, lee algo distinto a lo que realmente aparece en el texto, oye algo distinto a lo que se dice, etc. También incluimos dentro de este tipo de fenómenos el olvido temporal, tanto de nombres, como de propósitos o cuando perdemos algo y no logramos encontrarlo.
El Psicoanálisis somete a observación sucesos que las demás ciencias consideran insignificantes.
Habitualmente se han explicado por efecto de la fatiga, la distracción, pero también se producen en personas que se encuentran en estado normal y es sólo a posteriori que podemos interpretar que fue fruto de una sobreexcitación.
Los lapsus más corrientes son aquellos en los que se reemplaza una palabra por otra que presenta cierta semejanza con ella. Pero la equivocación oral más frecuente y la que mayor impresión produce es aquella que consiste en decir lo contrario de lo que queríamos expresar.
Por ejemplo, aquel presidente de la Cámara austro-húngara que abrió un día la sesión con las siguientes palabras: “Señores diputados, hecho el recuento de los presentes y habiendo suficiente número, se levanta la sesión”.
La equivocación oral tiene derecho a ser considerada como un acto psíquico completo, con su propio fin y contenido y significación peculiares. Aun los casos más oscuros pueden explicarse por la interferencia de dos distintos propósitos.
Los actos fallidos no son casualidades, sino actos psíquicos con sentido y que deben su génesis a la oposición de dos intenciones diferentes. Es necesario estudiar las circunstancias que rodean al acto fallido. Es necesario preguntar a la persona que comete el lapsus, y lo explica precisamente con la primera idea que acude a su cabeza. No hay que inventar nada, hay que conocer la teoría del inconsciente, así como escuchar al sujeto que ha cometido el lapsus, el sujeto sabe sin saber que sabe. Hay que conocer la situación psíquica en la que se produce el acto fallido y en el carácter de la persona así como las impresiones que recibe antes de realizarlo, pues dicho acto pudiera constituir la reacción del sujeto a tales impresiones.
Perdemos algo cuando no queremos que nada nos recuerde a la persona que nos lo regaló o cuando desaparece el afecto hacia tales objetos y queremos reemplazarlos por otros.
Ejemplo: Un joven que, disgustado con su mujer, por mostrarse indiferente. Un día su mujer le regaló un libro y él, agradeciéndoselo, lo guardó, pero luego le fue imposible encontrarlo. Durante meses lo buscó infructuosamente. Seis meses después enfermó su madre y ella iba a su casa a cuidarla. Agradecido, regresó una noche a casa y fue directo a una mesa y, abriendo uno de sus cajones, halló el libro. Desaparecido el motivo de la pérdida, se hace posible hallar el objeto temporalmente extraviado.
Un acto fallido puede manifestar una tendencia rechazada desde hace largo tiempo atrás, de modo que el sujeto la ignora totalmente.
La persona que habla puede manifestar intenciones que ella misma ignora, pero que podemos descubrir guiándonos por determinados indicios. La tendencia rechazada se manifiesta a pesar del sujeto.
No se suele reconocer gustoso haber cometido una equivocación, a veces uno no se da cuenta de los propios lapsus, mientras que no se nos escapan los de los demás.
Actos de término erróneo o torpezas sirven para realizar deseos que debían ser rechazados. Por ejemplo, aquel que debiendo realizar una visita desagradable a los alrededores de la ciudad, se equivoca al cambiar de tren en una estación y sube en otro que le devuelve al punto de partida.
El gran valor que los actos fallidos presentan es que, siendo frecuentes y no teniendo como condición estado patológico alguno, todos podemos observarlos con facilidad en nosotros mismos.
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