LAS MALAS DECISIONES

LAS MALAS DECISIONES

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Quise ser una vagabunda, construir mi propia casa con maderas, liberarme de las ataduras exigidas, rendir mi propio tiempo a la intemperie. Busqué en mis sueños un tren con un destino para mí, que decidiera qué calles, qué personas me nombrarían un transeúnte más. Quise explotar alguna noche donde las ideas aprisionaban los territorios de esta luna que sólo se veía en mi escritorio y no podía compartir.

Por fortuna, alguna tarde de enero o de otro mes, consentí otras rutinas, alguna insistencia más fuerte que el mí misma, la agenda

Con tres obras fundamentales: La interpretación de los sueños, El chiste y su relación con el inconsciente y Psicopatología de la vida cotidiana, Freud demuestra que, aunque el hombre se crea dueño de sus actos y de sus pensamientos, hay fuerzas ajenas a su conciencia que lo determinan. Quiere decir una cosa y dice otra  distinta, quiere hacer una cosa y hace otra, etcétera. La elección está tomada, y allí el sujeto es la cosa determinada por los efectos de estructura.

DIÁLOGOS CON LEUCO

LA EROS ¿Esperabas este acontecimiento, Tánatos?

TÁNATOS. Todo lo espero de un dios del Olimpo. Pero no que terminase de esta manera.

EROS. . Por fortuna, los mortales la llamarán una desgracia.

TÁNATOS No es la primera vez y no será la última tampoco.

TÁNATOS. Somos cosas feroces nosotros, los inmortales.
Yo me pregunto hasta dónde los dioses del Olimpo hacen el destino. Osado todo puede que los destruya a ellos también.

EROS.  ¿Quién puede decirlo? Desde los tiempos del caos no se ha visto más que sangre. Sangre de hombres, de monstruos y de dioses. Se comienza y se muere en la sangre. : ¿Cómo crees tú haber nacido?

TÁNATOS. Que para nacer hace falta morir, lo saben también los hombres. No lo saben los dioses del Olimpo. Se lo han olvidado. Ellos permanecen en un mundo que pasa. No existen: son. Cada capricho suyo es una ley fatal. Para expresar una flor destruyen a un hombre.

CÉSARE PAVESE

LA OSCURIDAD

No pretendas encontrar una solución. ¡Has mantenido
tanto tiempo abiertos los ojos!
Conocer, penetrar, indagar: una pasión que dura lo que
la vida.
Desde que el niño furioso abre los ojos. Desde que rompe
su primer juguete.
Desde que quiebra la cabeza de aquel muñeco y ve, mira
el inexplicable vapor que no ven los otros ojos
humanos.
Los que le regañan, los que dicen: «¿Ves? ¡Y te lo
acabábamos de regalar! … »
Y el niño no les oye porque está mirando, quizá está
oyendo el inexplicable sonido.
Después cuando muchacho, cuando joven.
El primer desengaño. El primer beso no correspondido.

Y luego de hombre, cuando ve sudores y penas, y tráfago,
y muchedumbre
Y con generoso corazón se siente arrastrado
y es una sola oleada con la multitud, con la de los que
van como él.
Porque todos ellos son uno, uno solo: él; como él es todos.
Una sola criatura viviente, padecida, de la que cada uno,
sin saberlo, es totalmente solidario.

Y luego, separado un instante, pero con la mano tentando
el extremo vivo donde se siente y hasta donde llega
el latir de las otras manos,
escribir aquello indagar esto, o estudiar en larga vigilia,
ahora con las primeras turbias gafas ante los ojos, ante
los cansados y esperanzados y dulces ojos que
siempre preguntan.

Y luego encenderse una luz. Es por la tarde. Ha caído
lentamente el sol y se dora el ocaso.
Y hay unos salpicados cabellos blancos, y la lenta
cabeza suave se inclina sobre una página.

Y la noche ha llegado. Es la noche larga.
Acéptala. Acéptala blandamente. Es la hora del sueño.
Tiéndete lentamente y déjate lentamente dormir.
Oh, sí. Todo está oscuro y no sabes. Pero ¿qué importa?
Nunca has sabido, ni has podido saber.
Pero ya has cerrado blandamente los ojos
y ahora como aquel niño,
como el niño que ya no puede romper el juguete,
está tendido en la oscuridad y sientes la suave mano
quietísima,
la grande y sedosa mano que cierra tus cansados ojos
vividos,
y tú aceptas la oscuridad y compasivamente te rindes.

VICENTE ALEIXANDRE

 HALLAZGO DE LA VIDA

¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.

Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida, y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.

Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte. Si viniese ahora mi amigo Peyriet, les diría que yo no le conozco y que debemos empezar de nuevo. ¿Cuándo, en efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a verme, como si no me conociera, es decir, por la primera vez.

Ahora yo no conozco a nadie ni nada. Me advierto en un país extraño, en el que todo cobra relieve de nacimiento, luz de epifanía inmarcesible. No, señor. No hable usted a ese caballero. Usted no lo conoce y le sorprendería tan inopinada parla. No ponga usted el pie sobre esa piedrecilla: uién sabe no es piedra y vaya usted a dar en el vacío. Sea usted precavido, puesto que estamos en un mundo absolutamente inconocido.

¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores: soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí!

Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran construcción del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora avancé paralelamente a la primavera, diciéndola: «Si la muerte hubiera sido otra…». Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas de Sacre-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias.

¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte.

CÉSAR VALLEJO

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