¿QUÉ HAGO CON MI ADOLESCENTE?

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¿QUÉ HAGO CON MI ADOLESCENTE?
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
De la adolescencia escribió el gran poeta Vicente Aleixandre estos versos, tal vez nos indican que nunca estamos excentos de adolecer, de pasar por ese camino que nos lleva a otro camino, porque de eso se trata, de aceptar que nada de lo vivido está superado, sino que viene con nosotros, forma parte de nosotros.
Los hijos no deben reproducir la vida de los padres, su destino es hacer su propio camino. Muchos padres, abocados a vivir este momento del desarrollo de sus hijos, nos preguntan y consultan ante situaciones que, no por frecuentes, son menos difíciles. Rebeldía, contestaciones, falta de disciplina, depresión, fracaso escolar, problemas de salud, falta de comunicación, retraimiento, etc.
¿Qué hacer con tu hijo adolescente? ¿Cómo ayudarle? ¿Cómo tenerle paciencia? ¿Cuándo acudir con tu hijo a un psicoanalista o psicólogo?
Si nos lo preguntamos, es porque necesitamos hablar de eso que estamos viviendo, como padres o como adolescentes, hablar con alguien que nos sepa escuchar, un psicoanalista es un profesional especializado que sabe lo que te está pasando aunque no te diga nada, porque no se trata de pregunta-respuesta, se trata de que uno pueda hablar, interrogarse, transitar por eso que está viviendo y pueda desprenderse de prejuicios y el paso inmediato a la acción a la que nos encamina a veces la incomprensión, la impaciencia o la agresividad.
Unicef ha presentado el Barómetro de Opinión de la Infancia y la Adolescencia 2023-2024 donde indica que un 40% de los jóvenes encuestados refiere haber tenido un desorden emocional en el último año. Esto no sólo le pasa a los jóvenes, pero nos tenemos que ocupar de ellos, tenemos la responsabilidad de apoyarles en su crecimiento. Muchos trastornos tienen su inicio en este periodo temprano de la vida y se instalan si no son tratados eficazmente. También nos dice este informe que la mayoría de los jóvenes, y yo diría que lo mismo le pasa a los adultos, no pide ayuda porque no quieren que otras personas se enteren de lo que están pasando, ni siquiera sus padres. Muchos creen que es mejor dejar que el tiempo pase y por ello evitan pedir ayuda, ¡error!. Algunos acuden a su mejor amigo o amiga, pero esta decisión retarda el acceso a la ayuda profesional que necesita.
Incido en esto, un profesional, alguien cualificado para escuchar lo que el paciente necesita, para no entrometerse, todo el mundo quiere decirle al joven qué tiene que pensar, hacer…. el psicoanalista no le dice al paciente lo que tiene que hacer, le va indicando, según el relato del paciente, lo que le impide hacer la vida que quiere, es decir, le indica los obstáculos que se pone a sí mismo y le mantienen en una situación de sufrimiento.
La sociedad tiene que cambiar, tiene que considerar con más seriedad los descubrimientos que ha hecho el psicoanálisis, porque sí, son muy recientes para poder asimilarlos, pero la necesidad es mucha. Tenemos ya conocimientos y herramientas para poder atender con más eficacia los síntomas psíquicos, mejorar la salud mental de la población, participar en la salud general de la población para que pueda vivir más y mejor a través de una medicina que tenga más en cuenta el psiquismo. Pero todavía la sociedad no ha hecho esas incorporaciones, está dominada por intereses económicos donde importa más el marketing que la verdad que nos descubre la ciencia.
Eso le pasa un poco a los jóvenes, están en ese periodo donde las creencias previas ya no pueden sostenerlas, quieren, necesitan ampliar su mundo, pero les cuesta, a algunos más que a otros, desprenderse de las palabras de los padres, de la manera de pensar primitiva. Aunque tengamos ya una visión actualizada de algo, mantenemos visiones que se parecen a la manera de pensar primitiva, es decir, que todavían nos acercan al paso anterior y no al paso siguiente.
No sólo los jóvenes tienen reticencia a contar lo que les pasa, todavía existen muchos prejuicios a la hora de asumir que el bienestar y la salud mental precisan de un apoyo profesional, alguien que sabe escucharnos de una forma muy diferente a como lo hace un familiar o un amigo, no es una cuestión de opiniones o consejos lo que nos libera de un síntoma o una enfermedad mental.
Los padres y educadores tienen que estar atentos, no para ver todo comportamiento juvenil como patológico por no atenerse a la norma o al comportamiento previo, sino porque los jóvenes necesitan un espacio donde poder hablar de sus cosas sin ser juzgados.
La adolescencia es una época de crisis porque los recursos habituales ya no sirven para enfrentarse a la nueva situación; es una época de rupturas y pérdidas porque el cuerpo infantil sufre enormes modificaciones, los padres protectores e idealizados de la infancia se pierden. El adolescente se siente fuera de lugar, las normas que afirmaron su niñez se debilitan hasta hacerse inaplicables. Irrumpen nuevos valores y él tiene la sensación, no del todo incorrecta, de que hay que hacerlo todo de nuevo.
Hace unos doscientos años que nació la palabra niño y su conceptualización. En esa época no había juventud, porque los jóvenes no eran jóvenes, eran hombres. Y en la época actual todos deben saber, también los jóvenes, que las puertas de la droga, la perversidad, la corrupción, las violaciones, son infinitas y están permanentemente abiertas mientras que pequeñas puertas semicerradas son la casi impensable entrada de los jóvenes al trabajo, a la cultura, a la Universidad, a la sexualidad.
El sujeto psíquico no nace hecho; el niño llega al mundo prematuro, absolutamente dependiente de otro humano para sobrevivir, impotente por la incoordianción motriz. ¿Ustedes recuerdan un niño recién nacido? Es interesante recordar un niño recién nacido, verlo en su impotencia, para saber que de esa situación frente a la muerte, sólo es posible sobrevivir esclavizándose, poniendo su vida en el otro, y eso es lo que hace el niño cuando nace: poner para nacer como humano su vida en el otro.
Ese otro en el cual el niño pone su vida, al psicoanálisis se le ha dado en llamar función madre, que sería cualquier objeto, persona, cosa o animal, que cumpla con los requerimientos funcionales del recién nacido. El paciente está transcurriendo entre la naturaleza y la cultura. Está transcurriendo entre la posibilidad que tienen todos los seres humanos, de ser animales, hacia la posibilidad que no todos los seres humanos tienen, de ser humano.
Desde que pisamos por primera vez este mundo toda nuestra vida es cambio, la adolescencia no deja de ser sino un tiempo más en nuestro crecimiento. Freud dice que la separación de los padres, propia de este momento, es lo más doloroso y lo más necesario que impone el crecimiento. Frente a la adhesión a los padres, propia de la época infantil, el adolescente tiene que separarse de ese amor prohibido e interesarse por lo extraño, ajeno a lo familiar. No obstante, es más fácil abandonar a los padres que a los modelos ideológicos por ellos impartidos, lo que implica que muchos hijos que aparentemente se llevan mal con sus progenitores, son fieles seguidores del modelo ideológico que ellos le han transmitido. Las apariencias engañan.
Cuando un niño, un joven, alguien que llega a consulta y nos demanda escucha, ayuda, es importante situar cual es la demanda. Aparentemente el paciente quiere mejorar, estar bien, modificar ciertos aspectos, incluso busca amor, el amor que no encuentra, tal vez, en los padres. Pero esa apariencia hay que dejarla atrás y, en realidad, construir la demanda, es decir, el deseo de desprenderse de la culpa, la fijación a esa forma de gozar que tiene y a la que le cuesta renunciar. Una parte quiere y otra parte no quiere. Así somos.
Podemos escuchar a los padres, pero la atención de cada uno requiere su tiempo y su espacio, pues precisamente el joven necesita construir su espacio. Hemos de ser tolerantes con los tiempos y no intervenir, dejar que las cosas se vayan sucediendo, sólo intervenir cuando sea necesario para organizar el tratamiento, no más. El síntoma del niño se encuentra en el lugar desde el que puede responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. El síntoma se define como representante de la verdad.

En el humano el ámbito de la sexualidad tiene una peculiaridad que lo distingue de los animales: la división en dos períodos del desarrollo sexual, interrumpidos por la época de latencia (en la cual la corriente sexual está reprimida; el pudor, la repugnancia y la compasión son los diques sexuales; las antiguas pulsiones parciales infantiles se esconden tras la ternura, y se desvían en acciones sádicas hacia otros niños o animales). La subordinación de todos los orígenes de excitación sexual bajo la primacía de las zonas genitales y el proceso de hallazgo del objeto quedan predeterminadas en la infancia pero es en la adolescencia cuando se van a producir tanto las primeras relaciones sexuales como las primeras elecciones de objeto.
En este momento reaparecen algunas manifestaciones neuróticas que pudieron aparecen en la primera infancia y llegar hasta la etapa adulta o bien, esos trastornos infantiles desaparecen dejando paso a un aparente silencio que a veces encubre esa procesión que va por dentro. Trastornos en la alimentación, anorexia y bulimia, enfermedades de la piel, alergias, y otras manifestaciones suelen ser habituales en este periodo juvenil y hay que estar atentos, en este momento la ayuda profesional ayudará sobremanera al joven y evitará que se instalen estos trastornos.
Freud señala que pueden darse algunas situaciones peligrosas para el desarrollo psicosexual. En primer lugar los lazos muy estrechos con personas del mismo sexo que puede fomentar la elección de objeto homosexual y, también, una excesiva dependencia de los padres es perjudicial para la independencia que el joven necesita para establecer nuevos lazos afectivos. Este desprendimiento emocional es necesario y se manifiesta con rechazo, resentimiento y hostilidad, no sólo frente a los padres sino también contra toda forma de autoridad.
Los jóvenes de todos los tiempos siempre fueron críticos con lo que les tocaba vivir. Pero solemos tener una imagen peyorativa de la juventud, es un momento de cambios, pero también de pasiones, ilusiones, proyector. El número de jóvenes que se acerca a la literatura, a la poesía, ha aumentado mucho en los últimos 25 años y es más evidente aún entre las mujeres. Eso también hay que verlo, como hay que señalar que puede haber y hay, eso sí, una mala educación, una sobreprotección de los hijos, una utilización de los mismos en la propia relación de pareja lo que constituye una violencia sexual sobre joven.

Freud fue el primero en preguntar qué sentido podía tener un síntoma para un sujeto. No es el niño el que se enferma, aunque en su cuerpo estén los efectos de lo que desea, que no es él. Por lo tanto hay que considerar, en muchos casos, el tratamiento psicoanalítico de los padres y no de los niños, o el tratamiento de padre e hijos. Es fundamental que los padres no se den por vencidos, pero tampoco se crean victoriosos, toda la vida hay que hacer el trabajo de aprender y transformarse.
Cuando el joven comienza a mostrar dificultades, lejos de llevarlo a lo patológico, hay que ayudarle a crecer. La intervención psicoanalítica es muy útil y, en muchos casos, necesaria. Los jóvenes necesitan tener voz, pronunciar aquello que les preocupa, construir su futuro y el tiempo del análisis puede permitirles no sólo resolver sus problemas de crecimiento, sino establecer las bases para una nueva relación con sus padres. Una aparente agresividad y rebeldía puede ser una demanda de amor y atención que nadie ha percibido.
No existen criterios educativos preestablecidos que sirvan para todos los hijos, ni consejos profesionales estándar que actúen como “varita mágica” para solventar un problema. Cada familia es distinta como lo es cada uno de los miembros que la integran.
¿A qué hay que prestar atención?
En este tiempo de la vida se manifiestan en muchos jóvenes procesos patológicos: depresión, ansiedad, enfermedades psicosomáticas, psicosis, anorexia, bulimia, etc. Por lo que no hay que banalizar cuando nuestro hijo o nuestra hija se muestran “trabajosos” en la adolescencia, en muchas ocasiones estos síntomas son la señal de alarma que nos avisa de que algo falla.
Los adolescentes experimentan fuertes sentimientos de estrés, confusión, dudas sobre sí mismos, presión para lograr éxito, inquietudes financieras y otros miedos mientras van creciendo. Para algunos adolescentes, el divorcio, la formación de una nueva familia con padrastros y hermanastros, o las mudanzas a otras nuevas comunidades pueden perturbarlos e intensificarles las dudas acerca de sí mismos. El suicidio ha aumentado su incidencia entre jóvenes en las últimas décadas.
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