Religión vs. Ciencia
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Religión vs. Ciencia
Sigmund Freud fue uno de los grandes pensadores del siglo XX y pensador quiere decir alguien que, alimentado por el trabajo de otros, pudo avanzar para iluminar pasajes oscuros o desconocidos de la naturaleza humana. Por ello, encontramos en su amplia obra referencias a grandes escritores, así como a otros científicos o filósofos que, como cadena humana, conectan el trabajo del hombre para despejar los interrogantes que se le plantean sobre la naturaleza en la que vive y que le somete a permanentes peligros.
Dentro de ese desarrollo histórico del pensamiento humano que ha dado lugar a las diversas ciencias y sus desarrollos teóricos, la historia del hombre se ha visto tachonada por innumerables momentos de rechazo e inadaptación a nuevas propuestas o conocimientos que contradecían las mantenidas hasta entonces. En ese terreno de la contradicción o de la superación de lo que se ha mostrado erróneo a la luz de los nuevos descubrimientos, encontramos el inmovilismo, el uso del poder y la dificultad de transformarse que presenta el ser humano en particular y la sociedad como colectividad que se organiza en instituciones.
Sabemos por los textos publicados y su lectura, que a lo largo de la historia de la Humanidad el pensamiento humano se ha ido desarrollando hacia mayores grados de simbolización y alejamiento de los sentidos. Desde el animismo y la omnipotencia de las ideas de la etapa primitiva de nuestra especie, que se reproduce en nuestra propia niñez, al pensamiento religioso, que supuso un primer nivel de abstracción y la exaltación del papel de Dios padre, como heredero del padre de familia que ejerce una importante función en el desarrollo del infante. Ese primer paso de abstracción que da el hombre y que evoluciona desde religiones politeístas a otras que promulgan la existencia de un Dios único y todo poderoso, le supone un alivio de su incertidumbre vital ante las debilidades del hombre, permanentemente expuesto a la aniquilación. Esa promesa de protección se ceba, sobre todo, en las clases menos ilustradas y más sometidas a las necesidades materiales y desgracias vitales, son ellas las que más dificultades presentan para adoptar un pensamiento más avanzado en la explicación de los fenómenos, como es el pensamiento científico y las diversas teorías que lo componen.
En este texto, El porvenir de una ilusión, publicado por Freud en 1927, continúa trabajando la formación del psicoanalista y cómo debe realizar un trabajo permanente para no caer en la tentación de refugiarse en ese “infantilismo” en el que cae la mayoría que protege instituciones obsoletas que niegan las evidencias del trabajo científico. De un primer bastón sobre el que se apoyó el indifenso ser humano frente a lo desconocido, a una negatividad por avanzar más allá de los dogmas religiosos que se basan en explicaciones y fábulas totalmente falsas y no comprobables, pero que deben ser seguidas de forma indudable por aquél que se considere creyente.
Para el individuo la vida es difícil de soportar. La civilización de la que participa le impone determinadas privaciones, y los demás hombres le infringen cierta medida de sufrimiento, bien a pesar de los preceptos de la civilización, bien a consecuencia de la imperfección de la misma, agregándose a todo esto los daños que recibe de la Naturaleza indominada, a la que él llama el destino.
El hombre demanda consuelo y a la vez quiere saber. Humaniza a la naturaleza. La sustitución de una ciencia natural por una psicología no sólo proporciona al hombre un alivio inmediato, le muestra el camino por el que llega a dominar más ampliamente la situación. De niños nuestro padre inspiró temor, pero también protección. Luego creamos a Dios-padre. La función encaminada a la divinidad resulta ser la de compensar os defectos y los daños de la civilización, precaver de los sufrimientos que los hombres se causan unos a otros y velar por el cumplimiento de los preceptos morales.
Aparece la representación del alma. La muerte misma no es un aniquilamiento, un retorno a lo inanimado inorgánico, sino el principio de una nueva existencia y el tránsito a una evolución superior.
Una vez que se instituye un único Dios, las relaciones con él recobran todo el fervor y la intensidad de las relaciones infantiles del individuo con su padre. Estas representaciones religiosas pasan por ser el tesoro más precioso de la civilización.
Las representaciones religiosas han nacido de la misma fuente que todas las demás conquistas de la cultura, la necesidad de defenderse de la naturaleza, luego también pretende corregir las penosas imperfecciones de la civilización.
AMADO NERVO
México, 1870
PUES BUSCO
Pues busco, debo encontrar.
Pues llamo, débenme abrir.
Pues pido, me deben dar.
Pues amo, débeme amar
Aquél que me hizo vivir.
¿Calla? Un día me hablará.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá;
pues tiene alas mi alma, y va
volando detrás de él.
Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar.
Invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.
Alma, sigue hasta el final
en pos del Bien de los bienes
y consuélate en tu mal
pensando como Pascal:
“¿Le buscas? ¡Es que le tienes!”.
Las primeras restricciones morales, las más decisivas y profundas —la prohibición del incesto y del homicidio—, nacen en los dominios del totemismo, que es el primer sistema de organización social y entraña íntimas relaciones con las posteriores religiones deístas (aquellas que creen en la existencia de un dios supremo).
Si nos preguntamos en qué se funda la aspiración de los principios religiosos de ser aceptados como ciertos, hay tres argumentos:
- Nuestros antepasados los creyeron ciertos.
- Hay pruebas transmitidas por generaciones anteriores.
- Está prohibido dudar de ellos.
El motivo de semejante prohibición no puede ser sino que la misma sociedad conoce muy bien el escaso fundamento de las exigencias que plantea con respecto a sus teorías religiosas.
La propia sociedad reconoce el escaso fundamento de los preceptos religiosos. Nuestros antepasados creyeron cosas que hoy son imposibles de aceptar.
Las doctrinas religiosas están sustraídas a las exigencias de la razón. No necesitamos comprenderlas, basta con que sintamos interiormente su verdad. Las ideas religiosas aparecen como dogmas, no proceden de la experiencia ni de producciones del pensamiento. Son ilusiones, realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la humanidad. El secreto de su fuerza está en la fuerza de estos deseos.
Una de las características más genuinas de la ilusión es la de tener su punto de partida en los deseos de los que se deriva. Se aproxima así a la idea delirante pero la ilusión no tiene por qué ser falsa, irrealizable o contraria a la realidad. La idea delirante, además de poseer una estructura mucho más complicada, aparece en abierta contradicción con la realidad.
Los dogmas religiosos son ilusiones indemostrables y no es lícito obligar a nadie a creerlos.
Así, una burguesa puede acariciar la ilusión de ser solicitada en matrimonio por un príncipe, ilusión que no tiene nada de imposible y se ha cumplido realmente alguna vez. Que el Mesías haya de llegar y fundar una edad de oro es ya menos verosímil, y al enjuiciar esta creencia la clasificaremos, según nuestra actitud personal, bien entre las ilusiones, bien entre las ideas delirantes.
Calificamos de ilusión una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real.
Del mismo modo que no se puede forzar a nadie a creer, tampoco se le puede forzar a no creer.
LOPE DE VEGA
España, 1562
¿QUÉ TENGO YO…?
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
“Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía”!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!
Ningún hombre razonable se conducirá tan ligeramente en otro terreno ni basará sus juicios y opiniones en fundamentos tan pobres. No entra en los fines de esta investigación pronunciarse sobre la verdad de las doctrinas religiosas. Nos basta haberlas reconocido como ilusiones en cuanto a su naturaleza psicológica.
No es el primero Freud que plantea esta cuestión sobre la religión, pero sí es el que la relaciona con el aspecto psicológico y el papel del sentimiento de culpa y el padre en la vida del sujeto. Muchos antes que Freud padecieron graves consecuencias por hablar en contra de la religión.
La religión ha prestado grandes servicios a la civilización humana y ha contribuido a dominar los instintos antisociales. Ha tenido tiempo de demostrar su eficacia. Si hubiera podido consolar y hacer feliz a la mayoría de los hombres, convertirlos en seguidores de la cultura, a nadie se le hubiera ocurrido aspirar a modificación alguna. Pero vemos que una inmensa multitud de hombres se muestra descontenta de la civilización y desdichada dentro de ella, considerándola como un yugo del que desea liberarse.
Los hombres han dejado de creer en las promesas de la religión, se ha robustecido el espíritu científico, las ciencias han señalado los errores de la religión. Cuanto más asequibles se hacen al hombre los tesoros del conocimiento, tanto más se difunde su abandono de la fe religiosa, al principio sólo de sus formas más anticuadas y absurdas, pero luego también de sus premisas fundamentales.
No es por el psicoanálisis que un hombre creyente vaya a dejar de tener fe en la religión. Eso sólo ocurriría si el pensamiento religioso es utilizado por su propia neurosis y despojada de ésta, ya se hace inservible para el sujeto el sostenimiento de tale infundadas ideas.
Sería muy conveniente dejar a Dios en su sitio y reconocer el origen puramente humano de los preceptos e instituciones culturales.
Se trataría de que los hombres tuvieran una actitud más amistosa hacia estos preceptos y tendieran a perfeccionarlos en lugar de a derrocarlos. Sería conciliar al individuo con la cultura.
Respecto a la prohibición de matar, el psicoanálisis nos ha servido para conocer la verdadera génesis del precepto. Los motivos puramente racionales pueden aún muy poco contra las pasiones en el hombre de nuestros días. Los hombres se destrozarían todavía mutuamente si uno de aquellos asesinatos, el del padre primitivo, no hubiera despertado una reacción afectiva irresistible y rica en consecuencias.
Dicho padre ancestral fue el prototipo de dios. Dios participó realmente en la génesis de la prohibición a matar, siendo su influjo y no la conciencia de una necesidad social lo que la engendró. Dios (padre) participó en la génesis del no matarás, pero los hombres sabían lo que habían hecho y en reacción se propusieron respetar la voluntad del muerto. La doctrina religiosa nos transmite la verdad histórica, si bien un tanto deformada y disfrazada.
El abandono de la religión se cumplirá con la inexorable fatalidad de un proceso del crecimiento, en la actualidad nos encontramos en esa fase de la evolución.
Las verdades contenidas en las doctrinas religiosas aparecen tan deformadas y tan sistemáticamente disfrazadas que la inmensa mayoría de los hombres no pueden reconocerlas como tales. Es lo mismo que cuando contamos a los niños que la cigüeña trae a los recién nacidos. También les decimos la verdad, disimulándola con un ropaje simbólico, pues sabemos lo que aquella gran ave significa.
Freud reprocha a la educación religiosa coartar el desarrollo del pensamiento. A juicio de Freud, un niño sobre el cual no se ejerciera influencia alguna tardaría mucho en comenzar a formarse una idea de Dios y de las cosas ultraterrenas. En lugar de ello, se imbuyen al niño doctrinas religiosas en una época en que ni pueden interesarle ni posee capacidad suficiente para comprender su alcance.
Los dos puntos capitales del programa pedagógico actual son el retraso de la evolución sexual y el adelanto de la influencia religiosa. Cuando el pensamiento del niño despierta, las doctrinas religiosas ya han hecho su papel.
La inteligencia es el único medio que poseemos para dominar nuestros instintos. Si sometemos a esta coerción a los niños, cómo les vamos a dejar pensar.
El hombre no puede prescindir del consuelo de la ilusión religiosa, sin la cual le sería imposible soportar el peso de la vida y las crueldades de la realidad, pero este infantilismo ha de ser vencido, no siempre creer en “un papá-dios” que nos va a proteger. El hombre no puede permanecer eternamente niño; tiene que salir algún día a la vida. Esta sería la educación para la realidad. El propósito de este trabajo es señalar la necesidad de ese progreso.
La primacía del intelecto está lejana, pero se marcará los mismos fines que Dios: el amor al prójimo y la disminución del sufrimiento. Los dioses de la ciencia Logos-Razón y Ananke-Necesidad realizará todo lo que estos deseos permita la naturaleza, pero muy poco a poco, en un futuro para otros hombres.
El científico, habiendo renunciado a buena parte de sus deseos infantiles, puede soportar muy bien que algunas de sus esperanzas se demuestren como ilusiones.
Las mudanzas de las opiniones científicas son evolución y progreso, nunca contradicción. Una ley que al principio se creyó generalmente válida, demuestra luego ser un caso especial de una normatividad más amplia o queda restringida por otra ley posteriormente descubierta; una grosera aproximación a la verdad queda sustituida por un ajuste más acabado a la misma, susceptible a su vez de mayor perfeccionamiento. En diversos sectores no se ha superado aún cierta fase de la investigación, que se limita a ir planteando hipótesis que luego han de rechazarse por insuficientes. Otros integran ya, en cambio, un nódulo firme y casi inmutable de conocimiento.
El psicoanálisis no es una ilusión, en cambio sí lo sería creer que podemos obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda dar.
ANTONIO MACHADO
España, 1875
ANOCHE CUANDO DORMÍA
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía…
Después soñé que soñaba.
Todo hombre tiene
dos batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios;
y despierto, con el mar.
Anoche soñé que oía
a Dios, gritándome: ¡Alerta!
Luego era Dios quien dormía,
y yo gritaba: ¡Despierta!
RAINER MARÍA RILKE
Checoslovaquia, 1875
LIBRO DE LAS HORAS
Vivo mi vida en círculos que se abren
sobre las cosas, anchos.
Tal vez no lograré cerrar el último
pero quiero intentarlo.
Giro en torno de Dios, antigua torre,
giro hace miles de años.
Y aún no sé si soy águila o tormenta
o si soy un gran cántico.
* * * * *
¿Qué vas a hacer, Señor, cuando me muera?
Tu cántaro soy yo (¿y cuando me rompa?)
Tu bebida soy yo (¿y cuando me vierta?)
Yo soy tu vestidura, soy tu oficio:
conmigo pierdes tu sentido.
Después de mí, no tienes casa donde
te saluden palabras tibias, íntimas.
De tu cansado pie cae la pantufla
aliviadora, que soy yo.
Tu gran túnica se te queda atrás.
Tu mirada, que acojo en mi mejilla
tibia, como una almohada, largo tiempo
caminará en mi busca
y la puesta del sol se dormirá
en el regazo de piedras extrañas.
¿Qué haras Señor, entonces? Tengo miedo.
Traducción del poema: José Mª Valverde