Teoría de la libido

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Teoría de la libido en

Lecciones Introductorias al Psicoanálisis 1915-1917

Hemos partido de la diferenciación entre instintos del yo e instintos sexuales. Ya en un principio nos demostró la represión que tales dos clases de instintos podían entrar en conflicto y que a consecuencia del mismo quedaban derrotadas los sexuales y obligadas a emprender rodeos regresivos para alcanzar una satisfacción compensadora de su derrota.

Ambos grupos de instintos siguen distintos caminos en su desarrollo, mostrando asimismo muy distintas relaciones con el principio de la realidad. Por último, creemos observar que los instintos sexuales poseen una más íntima conexión que los del yo con el estado afectivo de angustia, observación que aparece robustecida por la interesantísima circunstancia de que la no satisfacción del hambre y de la sed, los dos más elementales instintos de conservación, no trae jamás consigo la transformación de dichos instintos en angustia, mientras que, como ya sabemos, la transformación en angustia de la libido insatisfecha es uno de los fenómenos más conocidos y frecuentemente observados.

Tanto uno como otro designan fuentes de energía del individuo y la cuestión es saber si estos dos grupos no forman en el fondo más que uno —y en este caso, cuándo ha tenido efecto la separación que ahora advertimos— o son, por el contrario, de esencia en absoluto diferente.

La sexualidad es, en efecto, la única de las funciones del organismo animado que, traspasando los límites individuales asegura el enlace del individuo con la especie. Es indudable que el ejercicio de esta función no resulta siempre, como el de las restantes, útil y provechoso para el sujeto, sino que, por el contrario, le expone, a cambio del extraordinario placer que puede procurarle, a graves peligros, fatales a veces para su existencia. El ser individual no es, desde el punto de vista biológico, sino un episodio aislado dentro de una serie de generaciones, una efímera excrecencia de un protoplasma virtualmente inmortal y el usufructuario de un fideicomiso destinado a sobrevivirle.

El examen separado de los instintos sexuales y de los instintos del yo nos ha permitido llegar a la comprensión de las neurosis de transferencia, afecciones que hemos podido reducir al conflicto entre los instintos sexuales y los derivados del instinto de conservación, o para expresarnos en términos biológicos, aunque menos precisos, al conflicto entre el yo como ser individual e independiente y el yo considerado como miembro de una serie de generaciones.

El desarrollo excesivo de la libido en el hombre y la riqueza y variedad que a consecuencia del mismo presenta su vida psíquica, parecen haber creado las condiciones del desarrollo de la neurosis, pero son también las condiciones que han permitido al hombre elevarse sobre el nivel animal.

La posibilidad de distinguir, por sus manifestaciones, los instintos del yo y los sexuales, constituyó el punto de partida de nuestra labor investigadora. En las neurosis de transferencia pudimos llevar a cabo esta diferenciación sin dificultad alguna. Persiguiendo todos los revestimientos libidinosos a través de sus transformaciones, hasta su destino final, pudimos adquirir una primera noción del funcionamiento de las fuerzas psíquicas.

Dimos el nombre de «libido» a los revestimientos o catexis de energía que el yo destaca hacia los objetos de sus deseos sexuales y el de «interés» a todos los demás que emanan de los instintos de conservación. 

Las neurosis de transferencia nos ofrecieron un excelente material de estudio. Pero el mismo yo, con su naturaleza compuesta de diferentes organizaciones, su estructura y su funcionamiento, permaneció oculto a nuestros ojos.

Se acerca entonces al estudio de las neurosis narcisistas. El carácter esencial de la demencia precoz (situada entre las psicosis) consiste en la ausencia de revestimiento libidinoso de los objetos. Suscitada después la cuestión de cuáles podían ser los destinos de la libido de los pacientes con demencia precoz, desviada de todo objeto, la resolvió Abraham afirmando que dicha libido se retraía al yo, siendo este retorno reflejo, la fuente de la megalomanía de la demencia precoz, manía de grandezas que puede compararse a la supervaloración que en la vida erótica recae sobre el objeto. Resulta, pues, que la comparación con la vida erótica normal fue lo que por vez primera nos condujo a la inteligencia de un rasgo de una psicosis.

La libido que hallamos adherida a los objetos, y que es la expresión de un esfuerzo por obtener una satisfacción por medio de los objetos, puede también abandonarlos y reemplazarlos por el yo. La palabra narcisismo, que empleamos para designar este desplazamiento de la libido, la hemos tomado de Paul Näcke.

Es probable que el narcisismo sea el estado general y primitivo del que ulteriormente, y sin que ello implique su desaparición, surge el amor a objetos. Muchos instintos sexuales reciben al principio una satisfacción que denominamos autoerótica, esto es, una satisfacción cuya fuente es el cuerpo mismo del sujeto, siendo precisamente esta aptitud para el autoerotismo lo que explica el retraso con que la sexualidad se adapta al principio de la realidad inculcado por la educación. Resulta, pues, que el autoerotismo es la actividad sexual de la fase narcisista de ubicación de la libido.

Las relaciones entre la libido del yo y la libido objetal una idea podemos representárnosla tomando la Zoología. Como sabéis, existen seres vivos elementales [amebas] que no son sino una esferilla de sustancia protoplásmica apenas diferenciada. Estos seres emiten prolongaciones llamadas seudópodos, en los que irrigan su sustancia vital, pero pueden también retirar estas prolongaciones y volver a ser de nuevo un glóbulo. Ahora bien: nosotros asimilamos la emisión de prolongaciones a la afluencia de la libido a los objetos, mientras que su masa principal permanece en el yo, y admitimos que en circunstancias normales la libido del yo se transforma con facilidad en libido objetal e inversamente.

Con ayuda de estas representaciones nos es posible explicar, o por lo menos describir en el lenguaje de la teoría de la libido, un gran número de estados psíquicos que deben ser considerados como una parte de la vida normal, estados tales como la conducta psíquica durante el enamoramiento, las enfermedades orgánicas y el reposo nocturno.

Con respecto a este último, admitimos que se basaba en un aislamiento con relación al mundo exterior y en la subordinación al deseo de dormir, y descubrimos que todas las actividades psíquicas nocturnas que se manifiestan en el fenómeno onírico se hallan al servicio de dicho deseo y son determinadas y dominadas por móviles egoístas. Situándonos ahora en el punto de vista de la teoría de la libido, deducimos que el dormir es un estado en el que todas las catexis de objetos libidinales como egoístas, se retiran de ellos y vuelven al yo, hipótesis que arroja clara luz sobre el bienestar procurado por el sueño y sobre la naturaleza de la fatiga.

El cuadro del feliz aislamiento de la vida intrauterina, cuadro que el durmiente evoca ante nuestros ojos cada noche, se encuentra así completado desde el punto de vista psíquico. En el durmiente aparece reproducido el primitivo estado de distribución de la libido; esto es, el narcisismo absoluto, estado en el que la libido y el interés del yo, unidos e indiferenciables, existen en el mismo yo, que se basta a sí mismo. 

Al hablar de egoísmo no pensamos sino en lo que es útil para el individuo. En cambio, cuando nos referimos al narcisismo incluimos la satisfacción libidinosa.

Se puede ser absolutamente egoísta sin dejar por ello de ligar grandes cantidades de energía libidinosa a determinados objetos, en tanto en cuanto la satisfacción libidinosa procurada por los mismos constituye una de las necesidades del yo. El egoísmo cuidará entonces de que la búsqueda de estos objetos no perjudique al yo. Asimismo podemos ser egoístas y presentar simultáneamente un grado muy pronunciado de narcisismo; esto es, una mínima necesidad de objetos, sea desde el punto de vista de la satisfacción sexual directa, o sea en lo que concierne a aquellas aspiraciones máximas derivadas de la necesidad sexual que acostumbramos oponer, en calidad de amor, a la sensualidad pura. En todas estas circunstancias, el egoísmo se nos muestra como el elemento indiscutible y constante y, en cambio, el narcisismo como el elemento variable. Lo contrario del egoísmo, o sea el altruismo, lejos de coincidir con la subordinación de los objetos a la libido, se distingue por la ausencia total del deseo de satisfacciones sexuales. Solamente en el amor absoluto coincide el altruismo con la concentración de la libido sobre el objeto sexual. Este atrae generalmente así una parte del narcisismo, circunstancia en la que se manifiesta aquello que podemos denominar «supervaloración sexual» del objeto. Si a esto se añade aún la transfusión altruista del egoísmo al objeto sexual, se hace éste extremadamente poderoso y podemos decir que ha absorbido al yo.

Lo inconsciente reprimido se ha hecho hasta cierto punto independiente del yo, no sometiéndose ya al deseo de dormir y manteniendo sus revestimientos propios aun en aquellos casos en que todos los demás revestimientos de objeto dependientes del yo quedan acaparados en provecho del reposo, en la medida misma en la que se hallan ligados a los objetos. Sólo así nos es posible comprender que este inconsciente pueda aprovechar la supresión o la disminución nocturna de la censura y apoderarse de los restos diurnos para constituir, con los materiales que los mismos le proporcionan, un prohibido deseo onírico. Por otro lado, puede ser que los restos diurnos deban, por lo menos en parte, su poder de resistencia contra la libido acaparada por el reposo a la circunstancia de hallarse ya previamente en relación con lo inconsciente reprimido. Es éste un importante carácter dinámico que habremos de introducir a posteriori en nuestra concepción de la formación de los sueños.

El examen del conflicto, del que nacen las neurosis de transferencia, es lo que nos ha enseñado a distinguir entre libido e interés y, por consiguiente, entre los instintos sexuales y los instintos de conservación, siéndonos ya imposible renunciar a tal diferenciación. La hipótesis de que la libido objetal puede transformarse en libido del yo, y, por tanto, la necesidad de contar con una libido del yo, nos ha parecido la única explicación verosímil del enigma de las neurosis llamadas narcisistas —por ejemplo, la demencia precoz— y de las semejanzas y diferencias que existen entre estas neurosis, la histeria y las obsesiones.

El retorno hacia el yo de la libido desligada de los objetos no es directamente patógeno, pues vemos producirse este fenómeno siempre antes del sueño y seguir una marcha inversa después de despertar. La ameba esconde sus prolongaciones para sacarlas de nuevo en la primera ocasión; pero cuando un determinado proceso, muy enérgico, obliga a la libido a abandonar los objetos, nos hallamos ante un caso muy distinto. La libido, devenida narcisista, no puede ya encontrar de nuevo el camino que conduce a los objetos, y esta disminución de su movilidad es lo que resulta patógeno.

La acumulación de la libido narcisista no puede ser soportada por el sujeto sino hasta un determinado nivel, y podemos además suponer que si la libido acude a revestir objetos, es porque el yo ve en ello un medio de evitar los efectos patológicos que produciría un estancamiento de la misma. Amo para no enfermar.

Tenemos que hablar de puntos de fijación de la libido en todas las neurosis narcisistas, correspondientes a fases evolutivas mucho más precoces que en la histeria o en la neurosis obsesiva.

*****El cuadro sintomático, muy variable, de la demencia precoz no se compone únicamente de los síntomas derivados del desligamiento de la libido de sus objetos y de su acumulación en el yo como libido narcisista. Una gran parte de él se halla constituida por otros fenómenos relativos a los esfuerzos de la libido por retornar a los objetos, y correspondientes, por tanto, a una tentativa de restablecimiento o curación.

En la demencia precoz parece como si en sus esfuerzos por retornar a los objetos, esto es, a las imágenes de los objetos, consiguiese la libido volver a adherirse a ellos; pero en realidad lo único que de ellos logra aprehender es una vana sombra; esto es, las imágenes verbales que les corresponden.

En las neurosis narcisistas la resistencia resulta invencible, y lo más que podemos hacer es echar una mirada por encima del muro que nos detiene y espiar lo que al otro lado del mismo sucede. Nuestros métodos técnicos usuales deben, pues, ser reemplazados por otros, pero ignoramos todavía si nos será posible operar esta sustitución.

Para nuestra concepción analítica la manía de grandezas es la consecución inmediata de la ampliación del yo por toda la cantidad de energía libidinosa retirada de los objetos, y constituye un narcisismo secundario sobrevenido como consecuencia del despertar del narcisismo primitivo, que es el de la primera infancia. Pero una observación que hube de realizar en los casos de manía persecutoria me orientó en un nuevo rumbo. Pude comprobar, en efecto, que en la gran mayoría de los casos el supuesto perseguidor pertenecía al mismo sexo que el perseguido y era precisamente la persona a la que el enfermo mostraba antes mayor afecto, siendo también posible la sustitución de esta persona por otra que con ella presentase determinadas afinidades conocidas.

La paranoia persecutoria es una forma patológica en la que el individuo se defiende contra una tendencia homosexual que se ha hecho excesivamente enérgica. La transformación de la ternura en odio, corresponde en estos casos a la transformación de la tendencia libidinosa en angustia, que constituye una consecución regular del proceso de represión.

Caso de paranoia persecutoria:

Un joven médico fue condenado a la pena de destierro por haber amenazado de muerte a un hijo de un catedrático que hasta entonces había sido su mejor amigo. Nuestro enfermo atribuía a éste su antiguo amigo intenciones verdaderamente diabólicas y un poder demoníaco y le acusaba de todas las desgracias que durante los últimos años habían caído sobre su familia y de todos sus reveses personales. No contentos con esto, el perverso amigo y su padre habían provocado la guerra y facilitado la invasión de los rusos. Nuestro enfermo hubiera arriesgado su vida mil veces para lograr la desaparición de aquel malhechor, pues se halla persuadido de que su muerte pondría fin a todas sus desgracias; mas, sin embargo el cariño que profesa a su antiguo amigo es todavía tan intenso, que paralizó su mano un día en que hubiera podido matarle de un disparo de revolver.

 Freud averiguó que sus relaciones de amistad con el supuesto perseguidor databan de sus primeros años de colegio y habían traspasado, por lo menos una vez, los límites de la amistad, pues una noche que durmieron juntos llegaron a realizar un completo acto sexual. Nuestro paciente no ha experimentado jamás hacia las mujeres los sentimientos correspondientes a su edad. Mantuvo relaciones con una bella y distinguida muchacha; pero notando ésta la frialdad de su prometido, rompió con él al poco tiempo. Bastantes años después se inició su perturbación psíquica repentinamente, en ocasión de haber logrado por vez primera satisfacer por completo a una mujer. En el momento en que ésta le abrazaba con reconocimiento y abandono, experimentó nuestro enfermo un súbito e intenso dolor, como si le seccionasen el cráneo de una cuchillada. Más tarde nos explicó él mismo este dolor, diciendo que no podía compararlo sino al que experimentaríamos si se nos saltase la tapa de los sesos para dejar al descubierto el cerebro, como suele hacerse en las autopsias o en algunas trepanaciones de gran extensión. Como su amigo se había especializado en la anatomía patológica, dedujo el enfermo que aquella mujer había sido una enviada suya, y a partir de este día comprendió claramente que todas las demás persecuciones de que se le hacía víctima eran provocadas por su antiguo amigo. 

La elección homosexual de objeto se halla originariamente más próxima al narcisismo que la elección heterosexual, circunstancia que facilita en gran manera el retorno al narcisismo cuando el sujeto se ve en el caso de rechazar una violenta tendencia homosexual indeseada.

La elección de objeto y la continuación del desarrollo de la libido después de la fase narcisista pueden efectuarse según dos tipos diferentes. Según el tipo narcisista, quedando reemplazado el yo del sujeto por otro yo que se le asemeja lo más posible, según el tipo ligazón o apoyo, siendo elegidas como objetos de la libido aquellas personas que se han hecho indispensables para el sujeto por haberse venido procurando la satisfacción de las restantes necesidades vitales. Una fuerte fijación de la libido a la elección narcisista de objeto debe considerarse como parte integrante de la predisposición a la homosexualidad manifiesta.

Como en la paranoia, hemos hallado también en la melancolía aspectos que nos permite echar una ojeada a su estructura interna, y hemos comprobado que los implacables reproches con que los melancólicos se dirigen a sí mismos van dirigidos en realidad contra otra persona; esto es, contra el objeto sexual, que el enfermo ha perdido o ha dejado ya de estimar por sus propias culpas. De esta circunstancia deducimos que si bien ha retirado el melancólico su libido del objeto, se ha verificado, en cambio, un proceso —la «identificación narcisista»—, a resultas del cual ha quedado dicho objeto incorporado al yo, o sea proyectado sobre él. El propio yo del sujeto recibe en estos casos el tratamiento que correspondería al objeto abandonado y sufre todas aquellas agresiones y venganzas que el sujeto reserva para aquél. Las tendencias de los melancólicos al suicidio queda de este modo explicada, pues mediante él suprime el enfermo, simultáneamente, su propio yo y el objeto a la vez amado y odiado.

En la melancolía y en las otras afecciones narcisistas se manifiesta un rasgo de la vida afectiva como es la ambivalencia, y que no es sino la existencia, en una misma persona, de sentimientos opuestos, amistosos y hostiles, con relación a otra.

Del análisis del delirio de observación hemos creído poder concluir la existencia en el yo de una instancia que observa, critica y compara infatigablemente, oponiéndose así a la otra parte del yo. Por esta razón estimamos que el enfermo nos revela una verdad, a la que no ha dado hasta ahora toda la importancia que merece, cuando se lamenta de que cada uno de sus pasos es espiado, y denunciado y criticado cada uno de sus pensamientos. Su único error consiste en considerar esta desagradable intervención como algo ajeno y exterior a su persona. El sujeto advierte en sí la actuación de una instancia que compara su yo actual y cada una de sus manifestaciones con un yo ideal forjado por él mismo en el curso de su desarrollo. A mi juicio, la creación de este yo ideal obedece al propósito de restablecer aquella autosatisfacción que era inherente al narcisismo primario infantil y que tantas perturbaciones y contrariedades ha experimentado después. La instancia autoobservadora nos es ya conocida. Es el censor del yo, o sea la conciencia, y la misma que ejerce durante la noche la censura onírica y de la que parten las represiones de deseos inadmisibles

No es el factor libidinoso de la vida psíquica el único responsable de la enfermedad, sin que podamos invocar una alteración en el funcionamiento de los instintos de conservación.

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