Todos tuvimos infancia
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Todos tuvimos infancia
El conocimiento de las características del desarrollo psíquico humano es una vasta y, siempre, interesante tarea. Sigmund Freud inaugura la teoría Psicoanalítica con la Interpretación de los Sueños allá por el año 1900, su amplia producción teórica nos lleva a una lectura permanente de los textos, no desde un orden cronológico, sino desde el orden de la producción teórica. En el acercamiento a la naturaleza de nuestros procesos psíquicos, que nos acompañarán desde el nacimiento hasta la muerte, es inevitable preguntarnos sobre aquellos sucesos de la infancia influyentes sobre nuestras propias características personales y que todos atravesamos, de una forma u otra, en nuestro desarrollo infantil.
En este sentido se produce el texto La novela familiar del neurótico, publicado en 1909 por Freud. No basta reconocer que a nosotros también nos pasó, sino de entender y aceptar que los procesos psíquicos inconscientes son los determinantes en nuestra vida afectiva. Esos procesos que no podemos ver, que no podemos medir desde la conciencia, procesos desconocidos para nosotros, son los responsables de nuestra vida, de nuestros gustos, de nuestras insatisfacciones y nuestras contradicciones.
Novela familiar porque es en la familia donde nace el niño y donde tendrá que humanizarse. Cachorro humano que si lo comparamos con los de otras especies es mucho más indefenso y retrasado en su desarrollo, un bebé humano es totalmente indefenso y dependiente desde el nacimiento hasta, a veces, los 40 años…
Necesita de otras personas, función madre, función padre, la familia como estructura sexual, para sobrevivir y para aprender a vivir. En esta situación de dependencia biológica y psicológica, donde se unen necesidad y deseo, se va forjando la vida humana. Es fácil entender entonces, que las primeras personas con las que nos encontramos en la vida serán aquellas que más nos impactarán, aquellas objeto del amor y también de sentimientos hostiles, dependencia y rebeldía que apasionadamente cursarán en nuestra vida psíquica.
Freud nos habla de las múltiples oportunidades en las que el niño puede sentirse defraudado o menospreciado en el amor a sus padres. A quién no le ha pasado que sus hijos le pidan más cariño, más atenciones, toda la atención. O, mejor, quién no pidió más cuando era un niño, quién no sigue pidiendo más.
Uno siempre tiene motivos para sentir que no es suficiente.
El deseo inconsciente no desea objetos, desea deseos, desear, no se calma nunca. En ese egoísmo infantil, surgen las primeras fantasías donde uno se imagina ser un hijo adoptado, tener otros padres, más bellos, más buenos que esos padres que uno tiene. Esto lo podemos ver mucho en los cuentos y sueños donde habitualmente los padres del protagonista son reyes, emperadores y emperatrices, personas importantes.
En estas primeras fantasías surgidas de la realidad donde el niño toma contacto con otros compañeros, sus padres, otros padres, el nacimiento de un hermanito, etc. La cruel realidad donde la vida del pequeño niño está llena de insatisfacciones. Aquí aún el niño desconoce las características de la sexualidad. Estos sueños diurnos, que no siempre tienen porqué recordarse, sirven a la realización de deseos y a la rectificación de las experiencias cotidianas, persiguiendo principalmente dos objetivos: el erótico y el ambicioso.
Fantasía de sustituir al padre y a la madre por otros más encumbrados.
En una segunda fase, la sexualidad toma protagonismo. La naturaleza de estas fantasías suele colocar a la madre en situaciones de infidelidad y flirteo con otros hombres.
No pensemos que el niño es un desagradecido en su crecimiento, aunque lo sea, en estas fantasías el niño sigue exaltando a los padres. Su fantasía no es, en el fondo, sino la expresión de su pesar por haber perdido esos días tan felices.
La sobrevaloración infantil de los padres subsiste asimismo en los sueños de los adultos normales.