Sobre la vida amorosa masculina
By: admin
Categories:
Sobre la vida amorosa masculina
ELLOS LAS PREFIEREN CON PAREJA
Vida amorosa son las relaciones intersubjetivas de los adultos, pautadas por deseos sexuales infantiles reprimidos. El amor no es algo bondadoso que se produce naturalmente, es una necesidad para poder sobrevivir, se produce en la relación con los otros, si no amamos nos morimos.
Los primeros que nos hablaron de la vida amorosa fueron los enfermos mentales. Los tratamientos psicoanalíticos nos ofrecen ocasión de acopiar datos sobre la vida erótica de los enfermos, recordamos que también en los individuos sanos de tipo medio, e incluso en personalidades sobresalientes, hemos observado o averiguado una conducta análoga.
El primer objeto de amor va a estar condenado a hacerse inconsciente, lo abandonamos pero no lo abandonamos, lo hacemos inconsciente. La decepción va a llevar al niño a buscar nuevos objetos de amor. Hay que decepcionar de vez en cuando a los hijos, a los amantes, a los amigos, para que así además de quererte a ti, puedan desear y amar otras cosas, si no nos acabamos aburriéndonos, hartándonos. Pasamos de la necesidad donde surgía el amor, al deseo, donde ya no sólo busco al otro porque lo necesito, sino porque me hace gozar
El hombre normalmente elige su objeto bajo tres características, que en realidad son una sola.
TIPOS DE LA ELECCIÓN MASCULINA DE OBJETO AMOROSO:
PERJUICIO DEL TERCERO.
Es la primera condición de la elección de objeto en el hombre: que la mujer pertenezca a otro hombre en condición de novio, marido, amante, amigo, u otra religión, otras ideas políticas. Consiste en que el hombre no elegirá jamás como objeto amoroso a una mujer que se halle aún libre. Su elección recaerá en alguna mujer sobre la cual pueda ya hacer valer un derecho de propiedad otro hombre; marido, novio o amante. Esta condición muestra a veces tal inflexibilidad, que una mujer indiferente al sujeto, o hasta despreciada por él mientras permaneció libre, pasa a constituirse en objeto de su amor en cuanto entable relaciones amorosas con otro hombre. Facilita la satisfacción de impulsos rivales y hostiles contra el hombre a quien se roba la mujer amada.
El hecho de que la madre haya otorgado al padre el favor sexual, le parece al niño constituir algo como una imperdonable infidelidad. Quiere decir, que también elegir a una mujer por su liviandad, dice Freud, está fundado en el complejo de Edipo.
AMOR A LA PROSTITUTA.
La segunda condición es quizá menos constante, pero no menos singular. La mujer casta e intachable no ejerce nunca sobre el sujeto aquella atracción que podría constituirla en objeto amoroso, quedando reservado tal privilegio a aquellas otras sexualmente sospechosas, cuya pureza y fidelidad pueden ponerse en duda.
Dentro de este carácter cabe toda una serie de matices, desde la casada ligeramente asequible al flirt hasta la mujer francamente entregada a la poligamia; pero el sujeto de nuestro tipo no renunciará jamás en su elección a algo de este orden. Exagerando un poco, podemos llamar a esta condición la del «amor a la prostituta».
Precisamente, la antítesis entre la madre y la prostituta ha de estimularnos a investigar la evolución y la relación inconsciente de estos dos complejos. Freud llama a estas dos cosas: dos complejos. Pone “madre” y “prostituta”, entre comillas, y dos líneas más abajo dice: estos dos complejos, estos dos prejuicios, estos dos modelos ideológicos incluidos dentro de las tendencias sexuales del sujeto, pueden transformarse, en tanto son complejos, son neuróticos, son ideológicos.
Como consecuencia casi regular de ilustración sexual, averigua el niño al mismo tiempo la existencia de ciertas mujeres que realizan profesionalmente el acto sexual, siendo por ello generalmente despreciadas. Al principio no comparte tal desprecio, y lo que experimenta es una mezcla de atracción, de ahorro, al darse cuenta de que también a él pueden iniciarle tales mujeres en la vida sexual, que suponía privilegio exclusivo de los mayores.
Exige la liviandad de la mujer, provoca los celos, que parecen constituir una necesidad para los amantes de este tipo. Sólo cuando pueden arder en celos alcanza su amor máxima intensidad y adquiere para ellos la mujer su pleno valor, por lo cual no dejarán nunca de aprovechar toda posible ocasión de vivir tan intensas sensaciones. Mas, para mayor singularidad, no es el poseedor legal de la mujer amada quien provoca sus celos, sino otras distintas personas.
En los casos extremos, el sujeto no muestra ningún deseo de ser el único dueño de la mujer y parece encontrarse muy a gusto en el ménage à trois. Uno de mis pacientes, a quien las infidelidades de su dama habían hecho sufrir lo indecible, no opuso objeción alguna a su matrimonio, e incluso coadyuvó a él con la mejor voluntad, no mostrando luego en muchos años celos ningunos del marido.
Otro de los casos típicos por mí observados se mostró muy celoso del marido e incluso obligó a su amante a cesar todo comercio sexual con el mismo en su primer enamoramiento de este orden; pero luego, en otras numerosas pasiones análogas, se comportó ya como los demás sujetos de este tipo, no viendo en el esposo legítimo estorbo alguno.
SALVAR A LA MUJER AMADA.
En la vida erótica normal, el valor de la mujer es determinado por su integridad sexual y disminuye en razón directa de su acercamiento a la prostitución. Parece, pues, una singular anormalidad que los amantes de este tipo consideren como objetos eróticos valiosísimos precisamente aquellas mujeres cuya conducta sexual es, por lo menos, dudosa. En estas relaciones ponen nuestros sujetos todas sus energías psíquicas, desinteresándose por completo de cuanto no se refiere a su amor. Son, para ellos, las únicas mujeres a quienes se puede amar, y en cada una de sus pasiones de esta clase se juran observar una absoluta fidelidad al objeto amado, aunque luego no cumplan tan apasionado propósito.
Estos caracteres de las relaciones amorosas descritas muestran claramente impreso un carácter obsesivo, propio en cierto grado en todo enamoramiento. En la vida de los individuos pertenecientes a este tipo se repiten tales enamoramientos con idénticas singularidades. Los objetos eróticos pueden llegar incluso a constituir una larga serie.
Uno de los caracteres más singulares de este tipo de amante es su tendencia a salvar a la mujer elegida. La intención redentora puede hallarse justificada algunas veces por la ligereza sexual de la mujer y por la amenaza que pesa sobre su posición social; pero surge igualmente y con idéntica intensidad en aquellos casos en los que no se dan tales circunstancias reales.
FIJACIÓN A LA MADRE.
Esta elección de objeto se deriva de la fijación infantil del cariño a la persona de la madre y constituye uno de los desenlaces de tal fijación.
En nuestro tipo, la libido ha continuado aún ligada a la madre después de la pubertad, y durante tanto tiempo que los caracteres maternos permanecen impresos en los objetos eróticos posteriormente elegidos, los cuales resultan así subrogados maternos fácilmente reconocibles.
Se nos impone aquí la comparación con la estructura craneana del recién nacido, en la que se nos ofrece un vaciado de la pelvis materna.
Es evidente que para el niño criado en familia la pertenencia de la madre al padre constituye un atributo esencial de la figura materna. Así, pues, el tercero «perjudicado» no es sino el padre mismo. Tampoco resulta difícil integrar en la constelación materna la exagerada valoración que lleva al sujeto a considerar único e insustituible el objeto de cada uno de sus amoríos; nadie ha tenido más de una madre, y nuestra relación con ella se basa en un hecho indubitable y que no puede repetirse.
Aquellos elementos que actúan en lo inconsciente como algo insustituible suelen exteriorizar su actividad provocando la formación de series inacabables, puesto que ninguno de los subrogados proporciona la satisfacción anhelada.
Así, el insaciable preguntar de los niños en una edad determinada depende de una sola interrogación, que no se atreven a formular, y la inagotable verbosidad de ciertos neuróticos es producto del peso de un secreto que quiere surgir a la luz, pero que ellos no revelan, a pesar de todas las tentaciones.
El pensamiento consciente del adulto ve en la madre una personalidad de intachable pureza moral, y nada hay tan ofensivo cuando llega del exterior, o tan doloroso cuando surge en la conciencia íntima, como una duda sobre esta cualidad de la madre.
La investigación nos conduce al período en que el niño llega ya a cierto conocimiento de la naturaleza de las relaciones sexuales de los adultos; período que situamos en los años inmediatamente anteriores a la pubertad. Lo habíamos visto en la novela familiar del neurótico cómo participaba la actividad imaginativa del niño en su actividad masturbatoria.
Lo que más impresiona al niño es la aplicación de las revelaciones sexuales a la vida de sus propios padres. Así, no es raro verle rechazar indignado tal posibilidad, diciendo a su iniciador: «Es posible que tus padres y otras personas hagan eso; pero los míos, no».
Las revelaciones sexuales han despertado en él las huellas mnémicas de sus impresiones y deseos infantiles más tempranos, reanimando determinados impulsos psíquicos. Comienza, pues, a desear a la madre, en el nuevo sentido descubierto, y a odiar de nuevo al padre, como a un rival que estorba el cumplimiento de tal deseo. En nuestra terminología decimos que el sujeto queda dominado por el complejo de Edipo. A causa de la constante actuación conjunta de los dos motivos impulsores, el deseo y la venganza, predominan las fantasías cuyo argumento es la infidelidad conyugal de la madre.
El amante con quien la madre comete tales infidelidades presenta casi siempre los rasgos del propio Yo del niño, pero idealizado y situado en la edad del padre rival. La masturbación practicada durante los años de la pubertad contribuye considerablemente a la fijación de tales fantasías.
La tendencia a «redimir» a la mujer querida no parece enlazarse sino de un modo muy indirecto y superficial, de carácter consciente, con las citadas fantasías, que han llegado a conquistar el dominio de la vida erótica real.
El estudio de los recuerdos encubridores, las fantasías y los sueños nos descubren también en este caso una acabada «racionalización» de un motivo inconsciente, equiparable a la esmerada elaboración secundaria de un sueño. En realidad, el «motivo de la redención» posee significación e historia propias y es una ramificación independiente del complejo materno o, más exactamente, del complejo parental.
DEVOLVER LA DEUDA. HACER UN HIJO.
Cuando el niño oye decir que debe su vida a sus padres o que su madre le ha dado la vida, surgen en él impulsos cariñosos unidos a otros antagónicos de afirmación personal independiente, impulsos que dan origen al deseo de corresponder a sus padres con un don análogo, pagando así la deuda con ellos contraída. Sucede como si el sujeto se dijera, movido por un sentimiento de rebeldía: «No necesito nada de mi padre y quiero devolverle todo lo que le he costado». Bajo el dominio de estos sentimientos, construye entonces la fantasía de salvar a su padre de un peligro de muerte, quedando así en paz con él, fantasía que suele desplazarse luego sobre la figura del emperador, el rey u otra elevada personalidad, quedando así capacitada para hacerse consciente e incluso para ser utilizada en la creación poética.
Cuando la fantasía de salvación es aplicada al padre predomina francamente su sentido rebelde de independencia personal. En cambio, cuando se refiere a la madre toma, las más de las veces, su sentido cariñoso. La madre ha dado la vida al niño y no es fácil corresponder a este don singular con otro equivalente. Mas por medio de un ligero cambio de sentido, fácil en lo inconsciente y comparable a la difusión consciente de los conceptos, la salvación de la madre adquiere el sentido de regalarla o hacerle un niño; naturalmente, un niño en todo semejante al sujeto.
El hijo muestra su agradecimiento deseando tener de su madre un hijo igual a él, lo que equivale a identificarse con el padre en la fantasía de la salvación.
LA SALVACIÓN
El nacimiento, primer peligro de muerte para el individuo, se constituye en prototipo de todos los peligros ulteriores que nos producen angustia, siendo probablemente este suceso el que nos lega la expresión de aquel afecto al que damos el nombre de miedo o de angustia. El Macduff de la leyenda escocesa, que no había nacido, habiendo sido arrancado del seno de su madre, no conocía por ello la angustia [Macbeth].
Artemidoro, el antiguo onirocrítico, estaba en lo cierto al afirmar que el sueño cambiaba de sentido según quien lo soñara. Conforme a las leyes que rigen la expresión de las ideas inconscientes, la «salvación» puede variar de significado según sea fantaseada por un hombre o por una mujer. Puede significar tanto engendrar un hijo (en el hombre) como parir un hijo (en la mujer).
Estos diversos significados de la «salvación» en los sueños y las fantasías se hacen más transparentes en aquellos procesos de este orden en los que interviene como elemento el agua. Cuando un hombre salva en sueños a una mujer de las aguas, quiere ello decir que la hace madre, hacerla su madre. Cuando una mujer salva a un niño de igual peligro, confiesa con ello, como la hija del Faraón en la leyenda de Moisés, ser su madre.
La quiero prostituta para salvarla, cuando en realidad la necesito prostituta, para que además de con mi padre tenga relaciones conmigo, porque yo quiero regalarle para devolverle lo que ella me dio, un hijo.
Es común en la consulta del psicoanalista en las relaciones de pareja, mostrar, ver materialmente esto que estamos hablando, como es por ejemplo el hombre el que va indicándole a ella los caminos del a infidelidad.
Es tan rígida la moral sexual cultural impuesta a nosotros que si queremos alcanzar una sexualidad fuera de esto, hay que dejar de ser moral, porque ésta es la ciencia del sujeto psíquico que se constituye en una moral sexual cultural.
Recuerden que cuando vimos el proceso de la mujer que era infiel o insatisfecha, o neurótica, si cumplía la ley, para no ser insatisfecha, ni infiel, ni neurótica, tendría que ser inmoral, es decir atentar contra la moral sexual cultural, ser una cosa diferente a lo que está pautado en la moral sexual cultural como posibilidad.
Para tener sexualidad hay que dejar de ser moral.
En el campo del dinero pasa lo mismo, porque la sexual moral económica no le permite al ciudadano normal tener dinero, entonces para tener dinero hay que ser un ciudadano anormal. Para tener sexualidad hay que ser un ciudadano anormal. Porque el cumplimiento de las leyes lleva a la mujer a ser infiel, al hombre a amar la infidelidad para poder desear. A ella a sentirse perdida por los sentimientos sexuales que tiene, porque están en contra de la moral sexual cultural, y a él en lugar de amarla y desearla como dice Freud, uno de los caracteres más singulares de este tipo de amante, es su tendencia a salvar a la mujer elegida.
Lo que más ambiciona un hombre moderno, es agarrar a una mujer en el fango vital de la ignominia, de la prostitución y llevarla al altar de la pureza y la dignidad humana.
Si te ha gustado este post, comparte en tus redes sociales. Si somos más, podemos ser mejores.