CONDUCTAS DE RIESGO

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CONDUCTAS DE RIESGO

Nuestras acciones sobre la realidad nos procuran la descarga de excitaciones psíquicas, así como la satisfacción de necesidades y deseos, pero también, las mismas, pueden procurarnos consecuencias perjudiciales para la relación con los demás y para la propia subsistencia como individuos. Al fin y al cabo, la vida de cada uno depende de sus circunstancias, pero sobre todo, de sus decisiones y estas son inconscientes.

Cuando fuimos muy pequeños estuvimos al cuidado de nuestros padres y educadores que procuraron transmitirnos una serie de valores y límites que nos permitieran mantenernos con vida, en primer lugar, y luego, adaptarnos a las exigencias de nuestro círculo social. Si esto no hubiera sido así, sin esos cuidados, sin ese amor, hubiéramos muerto. El ser humano tiene un largo periodo de dependencia a los otros para poder sobrevivir, esta dependencia no acaba con el crecimiento, sólo se modifica. Nuestra dependencia, por ser seres sociales, es permanente, el ser humano es interdependiente. De la dependencia extrema a la colaboración con otros.

Ante conductas de riesgo para el bienestar de la persona podríamos decir que hay personas que tienen una educación y cuidados deficiente y eso les hace desconocer otros comportamientos más adecuados o saludables. Eso sería una explicación posible, descuido, falta de educación, desconocimiento, pero si fuera así todas las personas en similares circunstancias serían descuidadas en sus comportamientos, serían drogadictos, alcohólicos, conductores temerarios…. y eso no es así, es un prejuicio pensar que uno vive según las condiciones de su pasado. Es lo que uno haga con eso lo que da unos resultados u otros. Todo depende del hacer de cada uno, de dónde pongamos nuestro deseo y esto ya tiene sentido si estamos hablando de psicoanálisis.

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El psicoanálisis nos ha hablado de dos pulsiones que manejan nuestro aparato psíquico: LA PULSIÓN DE VIDA Y LA PULSIÓN DE MUERTE. En el interjuego de esas dos tendencias se desarrolla nuestra vida. Es necesaria una combinación de ambas para que la vida no tenga un final prematuro, porque si de desear se tratara y nos dejaran, sólo desearíamos la muerte. Toda interrupción, toda complicación en la vida es para no morir en el momento de nacer.

La pulsión de muerte, en realidad, es la pulsión determinante de nuestra vida, retornar al punto de origen, el estado inanimado. Eros en realidad es la combinación de pulsiones parciales que nunca pueden alcanzar la satisfacción total, nunca pueden fundirse con el otro, nunca vamos a  poseer al otro.

Por este motivo habría que decir que una vida tranquila, una vida cómoda no es satisfactoria, no es buena para las personas, porque precisamente aquello que nos viene a incomodar, a molestar un poco, a movernos de nuestra quietud, nos da vida, nos permite movernos, aprender, tener deseos. Si nos dejamos llevar por el placer no haríamos nada, acabaríamos comandados por la pulsión de muerte, es decir, enfermando y muriendo, poniendo término prematuro a nuestra vida.

Así que los jóvenes y adultos con conductas de riesgo, con acciones que atentan contra su propia vida, a veces poniendo en peligro también la de los demás, deben ser estudiados personas que están poniendo en el escenario de sus vidas su propia intimidad afectiva, sus conflictos inconscientes, su particular guerra interior de amor y desprecio.

Entendemos por conductas de riesgo aquellas que se asocian a resultados indeseables, como por ejemplo: el consumo de sustancias, el comportamiento antisociales como robar, mantener relaciones sexuales sin utilizar métodos anticonceptivos, la conducción temeraria, os llamados «deportes extremos» donde se asumen grandes riesgos… Muchos comportamientos individuales o en grupo que se van asumiendo como propios, inevitables, pero que hablan del sujeto, de su agresividad, de su necesidad de vigilancia permanente, “son como niños”, pero ya no son niños.

Es curioso que este tipo de conductas vienen asociadas con una satisfacción,  hay personas que ponen en riesgo su vida y se resisten a modificar esos comportamientos porque hayan goce realizando el acto, desconsideran las consecuencias, muchas veces tienen distorsionada su visión de las cosas, creen lo que quieren creer, luego viene la realidad y se llevan otro tortazo.

No nos pongamos catastrofistas, en cierta medida, a todos nos pasa, quién no hace, alguna vez, una locura. Los errores, claro, siempre están sobredeterminados por nuestros deseos inconscientes, no nos tropezamos cualquier vez, cuando pasa nos muestra que hay un proceso inconsciente expresándose.

En este caso, hablamos de conductas de riesgo que no son puntuales, que se van constituyendo como patrones de vida, por lo menos, durante un tiempo. Muchos de estos comportamientos de riesgo comienzan en la niñez, se comporta mal, precisamente, para producir un castigo por parte de padres o guardadores. Es travieso para que le castiguen, porque en el castigo encuentra un alivio.

En los adolescentes las conductas autolesivas, asunción de peligros, amistades no recomendables, son frecuentes, por un lado porque el joven debe ampliar su mundo, debe despegarse de los padres y esto no es fácil para él, supone vivir propias experiencias, tomar decisiones, equivocarse, vivir su propia vida. Muchos no lo soportan, no soportan tener que abandonar esos estrechos vínculos afectivos, quieren mantenerlos tal cual y eso duele, porque el desarrollo nos conduce a modificar esos primeros vínculos, hacerlos inconscientes, sumar nuevas relaciones, precisamente entre las personas extrañas, no familiares, lo contrario de lo que nos enseñaron los primeros años de nuestra vida.

Que el joven lleve a cabo imprudencias, consuma drogas, realice acciones ilegales no debe ser considerado como algo para siempre y definitivo, como la ruina de su vida. Todo depende de lo que haga de eso. Además el joven está en pleno crecimiento, se producen muchas transformaciones, puede cambiar, todos podemos cambiar. No hay que encasillar a nadie en un síntoma determinado, hay que escuchar qué expresa con el síntoma, qué habla.

El psicoanálisis nos ha hablado de la importancia de la sexualidad en el interjuego de las relaciones humanas. Por eso cuando se atienden casos con niños o adolescentes, primero habría que reorganizar el posible desorden familiar, sexual que pueda habar. Los niños y jóvenes son muy sensibles y muchos padres son descuidados a la hora de mostrarse ante ellos.

La permanencia de la rebeldía juvenil sí que acabará haciéndole daño. Si sigue bebiendo como un burro, si sigue fumando para emborracharse, si no se cuida de las enfermedades de transmisión sexual, nos está mostrando que no puede amar, que no se puede amar. Sigue manteniendo una actitud infantil ante las cosas.

De todas las imágenes de la infancia ninguna es tan importante para el adolescente como la del padre, con el cual mantiene una relación afectiva ambivalente, una relación de amor y odio. El amor y la admiración que sentía de niño, en la adolescencia se tiñe de odio y rivalidad puesto que para él significa la ley, la autoridad, que le impide satisfacer sus deseos, pasando a ser el modelo que se quiere imitar y también destruir para ocupar su lugar. Las tendencias cariñosas y hostiles contra el padre subsisten juntas, muchas veces durante toda la vida.

Realizar comportamientos riesgosos, para muchos es un subidón por realizar un acto prohibido, es un reto a la autoridad paterna. Se hace daño para retar al padre, pero no hay que olvidar que el padre también es un objeto erótico de su afectividad, es decir, que le hago daño a la imagen de papá, pero me estoy haciendo daño porque luego vendrá la culpa y la necesidad de castigarme por haber osado despreciar al padre.

Cuando uno hace cosas que le hacen mal, que le enferman, le hacen perder un trabajo, una relación… cuando se lesiona personal o socialmente, no sólo se hace daño uno, sino que haces daño a otras personas. Que te enfermes tendrá repercusión, también en otras personas, a veces hasta tienen que cuidarte…

Precisamente hace lo que hace porque está satisfaciendo varias cosas a la vez. La principal le necesidad de castigo impuesta por el sentimiento de culpabilidad inconsciente. No podemos desdeñar el componente de la pulsión de muerte que tiene relación con el masoquismo, aquella tendencia del sujeto a actuar contra sí mismo.  

La condición inconsciente del masoquismo moral nos pone sobre una pista interesante. Podríamos decir que el sentimiento inconsciente de culpa sería equivalente a una necesidad de ser castigado por un poder parental, una desfiguración regresiva de entrar en una relación sexual pasiva (femenina) con el padre.

Mediante el masoquismo moral, la moral se re-sexualiza y el complejo de Edipo es reanimado. Crea la tentación de un obrar “pecaminoso”, que después tiene que ser expiado con los reproches de la conciencia moral sádica o con el castigo del destino, ese gran poder parental. Hace entonces -cosas inapropiadas, trabaja en contra de su propio beneficio, destruye las perspectivas que se le abren en el mundo real y eventualmente aniquila su propia existencia real. Tiene el valor psíquico de un componente erótico, ni aún la autodestrucción de la persona puede producirse sin satisfacción libidinosa.

Y puede que uno no quiera ponerse en riesgo, que no se da cuenta del riesgo hasta que aparece la enfermedad, la consecuencia, el límite. El psicoanálisis nos enseña que hizo eso para satisfacer su necesidad de castigo.

La relación con la autoridad paterna es muy importante. Cierta ambivalencia, claro, es normal, pero al final la mayoría asume la autoridad del padre y, también, su amor. Hay algo que es de papá.

Aquel que atenta contra sí mismo es un agresivo tímido.

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