DUELO PERINATAL
DUELO PERINATAL
DUELO POR LA MUERTE DE UN BEBÉ
El duelo es una respuesta adaptativa normal, emocional y psíquica frente a una pérdida significativa de una persona amada o de un ideal, Freud habló del duelo en su texto Duelo y Melancolía y clarificó que es un proceso normal de una pérdida, en contraposición con la melancolía, que es un proceso inadaptativo, patológico.
En este caso hablamos del duelo por la pérdida de un hijo, se considera una de las situaciones más difíciles que un ser humano puede experimentar, y no es porque el hijo no haya nacido aún o sólo haya estado poco tiempo junto a sus padres que sea más dolorosa la pérdida.
A nivel internacional, se estima que entre un 12% y 27% de los embarazos conocidos terminan en una pérdida gestacional en personas entre 25 y 29 años14,15, aumentando a casi al 75% en personas gestantes mayores de 45 años.
Muchas mujeres o parejas se enfrentan durante mucho tiempo a la situación de desear un embarazo y no conseguirlo. Otros, como en este caso, a la situación de haber conseguido el embarazo, pero enfrentarse a la pérdida de ese hijo.
La proximidad entre la gestación y la muerte de un hijo genera experiencias complejas y contradictorias, los padres se conectan con la alegría de un bebé que llegará, y luego con las fuertes reacciones físicas y emocionales de su pérdida, resultando especialmente difícil comprender, aceptar y hablar de lo vivido. Muchas veces implica la pérdida de un proyecto personal y familiar, la sensación de falla en relación a la propia biología, y una experiencia que va en contra de todas las idealizaciones y expectativas habidas al respecto.
Un porcentaje de las mujeres que experimentan la pérdida de un bebé desarrollan síntomas de ansiedad, depresión, estrés postraumático y duelo complicado.

También puede afectar a embarazos futuros, con preguntas recurrentes sobre la capacidad de mantener un embarazo saludable. ¿Volverá a pasar? ¿Vendrá bien? ¿Seré capaz de tener un hijo? ¿He sido la responsable de lo que pasó?
Entre las causas más frecuentes de la pérdida de un bebé están lomplicaciones en el parto como la asfixia perinatal, un traumatismo obstétrico o complicaciones en el parto y tras él. También las infecciones siendo una de las principales causas de muerte infantil. Las anomalías congénitas como malformaciones en el corazón o los pulmones son otra causa significativa de muerte.
Podemos decir que somos muy afortunados de estar vivos y salvos, no es tan fácil nacer y sobrevivir en este mundo.
Cuando fallece un familiar cercano, es inconcebible que tus seres queridos no te den el pésame a través de una llamada de teléfono o hagan todo lo posible por personarse allí donde estés para darte ánimos lo antes posible. Sin embargo, no ocurre lo mismo cuando pierdes a un bebé que no ha nacido. Generalmente es algo que se ha silenciado y sigue siendo incomprendido y banalizado.
Madres y padres suelen vivir su pérdida de manera diferente, lo cual genera distancia emocional y tensión en la dinámica de pareja. Las madres frecuentemente sienten culpa o vergüenza asociada a la fantasía de no haber cuidado adecuadamente a su bebé, atribuyéndose a sí mismas la responsabilidad de la muerte. El papá se puede sentir un poco perdido en la forma en la que consolar a su pareja, sintiendo esa responsabilidad y, también, la pérdida de sus propias ilusiones. Tienden a mostrarse más irritables que culpables, y pueden dirigir esta emoción hacia el personal de salud o volcarse más a su trabajo y vivir la tristeza en solitario, teniendo dificultades para la expresión emocional.
Los otros hijos también sufren la pérdida, muchos son excluídos del duelo, como si no fuera con ellos la cosa, incluso algunos pueden experimentar sentimiento de culpa por haber tenido algún sentmiento hostil hacia el nuevo bebé.

Cada persona vive esta pérdida de una forma muy particular, no podemos generalizar. Hemos dicho al comienzo que el duelo es un proceso normal, no patológico, tras una pérdida es normal un proceso psíquico de readaptación a esa realidad no esperada, sustituir lo que uno esperaba por lo que ha ocurrido. Es un proceso normal no excento del sentimiento de frustración, pérdida, dolor… No hay que rechazarlos, es normal cierto desánimo e incluso cierta agresividad que puede expresarse hacia los médicos o personal sanitario,o hacia uno mismo, reprochándose haber hecho algo mal. Si se trata de una persona en buen estado de salud psíquica, la aceptación de lo ocurrido irá ganando la batalla, la libido irá invistiendo esa nueva realidad, se irán fabricando nuevas ilusiones o proyectos o recuperando algunos que el embarazo había dejado atrás.
Nuestro trabajo como terapeutas es muy delicado, todo depende de la escucha, no hay que esperar que el paciente va a decir lo que le pasa, dice lo que cree que le pasa, pero desconoce lo que inconscientemente le pasa con eso, desconoce por qué se producen en él tales efectos inconstrolables. Hay que diferenciar entre un paciente en análisis, de un paciente que consulta puntualmente por una situación vital determinada, como puede ser este caso. No podemos ir “a saco” a hablarle de fantasías inconscientes, deseos contradictorios, etc. Ese tipo de deseos están en todas las personas, son rechazados habitualmente por el pensamiento consciente y en un momento traumático como la pérdida de un bebé no va a ser el mejor momento para “mostrarle el pastel” a una persona que viene en busca de ayuda. Hay que tener mano izquierda, establecer un espacio de seguridad y escucha, ayudarle a expresarse, a llorar si es necesario, a poder redimensionar su nueva situación y, si está preparado/a en algún momento, podrá rebelarse a sí mismo/a que en algún momento tuvo algún pensamiento contradictorio sobre el embarazo, que alguna vez deseó no tener ese bebé, que alguna vez pensó que no iba a salir bien, etc… Sólo si el paciente está preparado para asumirlo.
Debemos preocuparnos cuando no estamos ante un proceso normal, un duelo normal, cuando la madre o el padre o la pareja, queda tocada y hundida por la pérdida, cuando no pueden sustituir, readaptarse. Decimos que la salud es la capacidad de sustitución, es el gran baremo de que las cosas van bien, porque podemos soportarlas, tolerarlas, vivir con lo que hay. Las desgracias no van a dejar de existir porque nos sienten mal o nos generen dolor, las muertes seguirán existiendo, pero la vida no sólo son esas malas noticias. Por eso que el ser humano y nuestro aparato psíquico está preparado para esa adaptación a lo nuevo, a lo inesperado, a lo doloroso, para seguir viviendo. Cuando no hay adaptación, sustitución, cuando algo se queda detenido en el suceso traumático, cuando la vida pierde su luz y queda a oscuras, estamos hablando de un proceso patológico, melancólico, lo que conocemos como depresión.
El apoyo psicológico y emocional de la pareja tras la pérdida del bebé puede facilitar este tránsito entre el dolor y la aceptación. Pero no es suficiente cuando se muestra como una situación insuperable en la historia personal. Ahí nos encontramos con alguien que ya tenía una predisposición melancólica previa, no es la pérdida del bebé la que ha desencadenado la patología, sino que ha venido a ser la gota que ha colmado un vaso que ya estaba preparado para llenarse.

Para terminar, nos acompañamos por un bello poema de Miguel Oscar Menassa, para transitar momentos vitales de pérdida, de elaboración de alguien, algo que ya no está, y sin embargo, está.
He roto tantas brisas con mi llanto,
he llorado romper hasta el mañana
y rompiendo la mar lloré bravío
y el mundo conquisté con este llanto.
Llanto de amor, llanto de furia, tonto llanto.
Clavado en el dolor ajeno lloré de espanto.
Abierto a mi dolor, vidrios lloraba.
Te amaba tanto, tanto, que hasta de amor lloré.
Y luego las vendimias, el vino turbio,
la lágrima rubí, diamante enamorado,
tu cuerpo como caído pero volando.
Cada llanto me recuerda un amor,
todos los llantos sólo uno, llorando.
Arranco de mis ojos las últimas perlas
y me las como para seguir llorando.
Llorando como un buey, vaca, ternera degollada.
Aljibe desterrado del agua,
lloro estos hierros viejos, óxidos lloro,
lágrimas quejumbrosas rotas por el amor,
como salidas de un bandoneón herido.
Bella lágrima oculta me la guardo,
por si algún día alguien la necesita,
entonces, aunque la ame, lloraré esa lágrima.
Y esa otra lágrima desnuda
que no desea abandonarnos
para ser llorada una vez más.
Amor de lágrimas, llantos de océanos,
cataratas de perlas desaparecidas,
majestuoso río cayéndose en mis ojos.
Lágrimas del alcohol, vinagre, envenenadas,
lágrimas del odio hasta el asesinato,
húmeda mortaja de cal ardiente,
ojos desorbitados por la sorpresa
de verse ardiendo, vivos, en la cal.
Era una lágrima fuerte la que lloraba,
lágrimas de una guerra, una muerte violenta,
lágrimas trágicas del exilio.
Hijo, Padre, Madre, todo el mundo llorando.
Había en ese instante lágrimas a montones.
A veces, para recordar haber sufrido tanto,
llorábamos y llorábamos, mas sin motivos.
Era un llorar abierto, tenía ritmo, música.
Cuando llorábamos por nada,
cada lágrima tenía compasión de sí misma,
al caer lo hacían con delicadeza, con elegancia.
Nunca terminaban de caer
y era hermoso verlas danzar de amor,
cayendo sin caer, suave danza del sexo.
Vinos oscuros, licores aromáticos,
mares embalsamados en los ojos,
maremotos retenidos en la mirada.
Vengo desde el centro mismo del agua,
a llorar un dolor tan grande como el mundo.
Hay cosas que no dejan esperanzas,
son cosas como hielos frente al sol.
Como querer encontrar en un mar lejano,
traído por las olas,
aquel beso, de aquel amor perdido,
donde aún no habíamos aprendido a llorar.
Hoy lloraré las cosas no lloradas.
Una amor, una muerte, aquella embriaguez.
Músicas del dolor, llantos amados,
tiernas agüitas de la infancia,
lago escondido entre los árboles,
donde los enamorados se ahogan de llorar.
Lágrimas como piedras despeñadas,
montaña caída sobre la belleza,
seda perforada por las balas del tiempo,
tapándome los ojos, ya cerrados para dormir.
Una pequeña lágrima atraviesa el porvenir,
arranca un ojo de la noche
y lo aprieta con fuerza contra su corazón
y la noche comienza a llorar,
lágrimas de un continente perdido.
Llanto o mujer.
Laberinto, agua sin retorno,
perdida luz,
hambre sin saciar, abierta.
Lloro este verso ahora
porque termina el canto.
Agua de mí, por mí, para mis cosas.
Ese dolor de mí, del universo en mí.
Llanto llorado escribo en el poema
por una muerte en mí, que se repite.