SOBRE LOS MECANISMOS DE DEFENSA

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SOBRE LOS MECANISMOS DE DEFENSA
Extraído del texto de Sigmund Freud: Análisis terminable e interminable
Bajo la influencia de la educación, el yo se va acostumbrando a llevar el escenario de la lucha desde fuera adentro y a dominar el peligro interno antes que se convierta en peligro externo, y probablemente la mayor parte de las veces tiene razón al hacerlo así.
Durante esta lucha en dos frentes —más tarde habrá un tercer frente también— el yo utiliza varios procedimientos para realizar su tarea, que es evitar el peligro, la ansiedad y el displacer. A estos procedimientos los llamamos «mecanismos de defensa».
Fue a partir de uno de estos mecanismos, el de represión, como tuvo su principio el estudio de los procesos neuróticos. La represión es algo muy peculiar y se encuentra más claramente diferenciada de los otros mecanismos.
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Imaginemos lo que podría haberle ocurrido a un libro en una época en que los libros no eran impresos, sino que eran escritos individualmente. Supondremos que uno de estos libros contenía afirmaciones que en tiempos posteriores fueron consideradas como indeseables. Actualmente el único mecanismo defensivo del que la censura oficial podría echar mano sería confiscar y destruir todos los ejemplares de la edición. En aquel tiempo se utilizaban métodos diferentes para hacer innocuo el libro. Uno era tachar concienzudamente los pasajes ofensivos para que resultaran ilegibles. Entonces no podían ser transcritos y el copista posterior producía un texto irreprochable, pero con lagunas en determinados pasajes y, por tanto, éstos podían resultar ininteligibles.
Otro camino, si las autoridades no se hallaban conformes con éste y querían que no se percibiera que el texto había sido mutilado, era proceder a la distorsión del mismo. Algunas palabras podían ser omitidas o reemplazadas por otras, y algunas nuevas frases, intercaladas. Mejor que nada, todo el pasaje sería borrado y se colocaría en su lugar otro que dijera exactamente lo contrario. El copista siguiente produciría un texto que no provocaría sospechas, pero que estaría falsificado. Ya no contendría lo que el autor quería decir; y es muy probable que las correcciones no se habrían hecho ateniéndose a la verdad.

Podemos decir que la represión tiene la misma relación con los otros métodos de defensa que la omisión tiene con la distorsión del texto, y en las diferentes formas de esta falsificación podemos descubrir paralelos con la diversidad de modos en los que el yo se altera.
Ejemplos de mecanismos de defensa:
Negación:
Negar la realidad de una situación dolorosa o amenazante, como si no existiera.
Represión:
Bloquear o evitar que pensamientos o sentimientos desagradables lleguen a la
conciencia.
Desplazamiento:
Dirigir emociones, especialmente la ira, hacia un objeto o persona distinta de la que
se cree que es la causa del conflicto.
Formación reactiva:
Mostrar un sentimiento o comportamiento opuesto al que se siente o se tiene en
realidad, por ejemplo, ser excesivamente amable con alguien a quien se odia.
Proyección:
Atribuir a los demás sentimientos o deseos propios que no se pueden aceptar, como
culpar a otros por errores propios.
Racionalización:
Proporcionar una explicación lógica y justificada para comportamientos o
pensamientos que en realidad están basados en impulsos o motivos inconscientes.
Sublimación:
Canalizar impulsos o deseos inaceptables hacia actividades socialmente aceptables,
como expresar la agresividad a través del deporte.
Regresión:
Volver a comportamientos infantiles en situaciones de estrés o amenaza.
Aislamiento:
Separar emociones o pensamientos de los hechos reales, como alguien que relata
una experiencia traumática de forma fría y desapegada.
Un propósito tendencioso está representado ampliamente por la fuerza impulsora del principio del placer. El aparato psíquico no tolera el displacer, ha de eliminarlo a toda costa, y si la percepción de la realidad lleva consigo displacer, aquella percepción debe ser sacrificada. Donde existen peligros externos el individuo puede ayudarse por algún tiempo mediante la huida y la evitación de las situaciones de peligro hasta que más tarde sea bastante fuerte para desplazar la amenaza mediante la alteración activa de la realidad. Pero no podemos huir de nosotros mismos; la huida no es un remedio frente al peligro interno. Y por esta razón los mecanismos defensivos del yo están condenados a falsificar nuestra percepción interna y a darnos solamente una imagen imperfecta y desfigurada de nuestro ello. Por tanto, en su relación con el ello, el yo queda paralizado por sus restricciones o cegado por sus errores, y el resultado de esto en la esfera de los acontecimientos psíquicos sólo puede ser comparado al hecho de pasear por un territorio que no se conoce y sin tener un buen par de piernas.
Los mecanismos de defensa sirven al propósito de alejar los peligros. No puede negarse que en esto tienen éxito, y es dudoso si el yo podría pasarse sin ellos durante su desarrollo. Pero también es cierto que, a su vez, pueden convertirse en peligros. A veces resulta que el yo ha pagado un precio demasiado alto por los servicios que le prestan. El gasto dinámico necesario para mantenerlos y las restricciones del yo que presuponen resultan una pesada carga en la economía psíquica.
Además, esos mecanismos no se extinguen después de haber ayudado al yo durante los años difíciles de su desarrollo. Naturalmente, ningún individuo usa todos los posibles mecanismos de defensa. Cada persona sólo utiliza una selección de los mecanismos de defensa psíquicos. Pero éstos quedan fijados en su yo. Se convierten en modos regulares de reacción de su carácter, que se repiten a lo largo de su vida cuando se presenta una situación similar a la primitiva. Esto los convierte en infantilismos.

El yo del adulto continúa defendiéndose contra peligros que ya no existen en la realidad. Los mecanismos defensivos facilitan y pavimentan el camino para la irrupción de la neurosis. El paciente repite esos modos de reacción durante el trabajo analítico, que los produce ante nuestros ojos. En realidad sólo por este camino podemos conocerlos. Esto no significa que hagan imposible el psicoanálisis. Por el contrario, constituyen la mitad de nuestra tarea analítica. La otra mitad, que era de la que se ocupaba el psicoanálisis en sus primeros tiempos, es el descubrimiento de lo que se halla oculto en el ello.
Durante el tratamiento nuestro trabajo terapéutico se halla oscilando continuamente hacia adelante y hacia atrás, igual que un péndulo, entre un fragmento de análisis del ello y otro del análisis del yo. En el primer caso necesitamos hacer consciente algo del ello; en el otro queremos corregir algo del yo. Los mecanismos defensivos dirigidos contra el peligro primitivo reaparecen en el tratamiento como resistencias contra la curación. De aquí resulta que el yo considera la curación como un nuevo peligro. El efecto terapéutico depende de que se haga consciente lo que se halla reprimido, en el sentido más amplio de la palabra, en el ello. Preparamos el camino para esta concienciación por las interpretaciones y las construcciones, pero interpretamos sólo para nosotros y no para el paciente, en tanto el yo se aferra a sus antiguas defensas y no abandona sus resistencias. Esas resistencias, aunque pertenecen al yo, son inconscientes. Y por ello, aunque para el psicoanalista sea fácil reconocerlas en el material reprimido que se expresa, hallamos una intensa resistencia en el paciente a reconocerlas y hacerlas conscientes.
El yo del paciente cesa de apoyar nuestros esfuerzos para descubrir el ello, desobedece la regla fundamental del análisis y deja de asociar libremente. Bajo el influjo de los impulsos displacenteros que siente como resultado de la reactivación de sus conflictos defensivos, las transferencias negativas pueden ocupar el primer plano y anular por completo la situación psicoanalítica. Ahora el paciente mira al psicoanalista como a un extraño que tiene exigencias desagradables para él y se conduce entonces como un niño que no gusta del extraño y no cree nada de lo que le dice. Si el psicoanalista intenta explicar al paciente una de las distorsiones hechas por él con propósitos de defensa y corregirle, lo encuentra sin comprensión e inaccesible a los argumentos mejor fundamentados. Así vemos que existe una resistencia al descubrimiento de las resistencias, y los mecanismos defensivos merecen realmente el nombre que les hemos dado. Son resistencias no sólo a la concienciación de los contenidos del ello, sino también al análisis como un todo y, por tanto, a la curación.
El efecto producido en el yo por las defensas puede describirse acertadamente como una «alteración del yo». El resultado de un tratamiento psicoanalítico depende esencialmente de la fuerza y de la profundidad de las raíces de esas resistencias, que dan lugar a una alteración del yo. De nuevo nos enfrentamos con la importancia del factor cuantitativo y otra vez hemos de pensar que el análisis sólo puede echar mano de cantidades de energía definidas y limitadas que han de medirse con las fuerzas hostiles. Y parece como si la victoria se hallara de hecho, como regla general, del lado de los grandes batallones.
Este es un espacio de psicoanálisis desarrollado por la psicóloga y psicoanalista Helena Trujillo. Si consideras que necesitas ayuda profesional o quieres comenzar un proceso de autoconocimiento y crecimiento personal, ponte en contacto conmigo para agendar una cita.